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BALONCESTO | NBA

Lin, ante el conflicto racial

El base no solo tiene éxito sino que también es una estrella, y no triunfa con el cerebro como se supone que hacen los asiáticos

Antonio Caño
Portada de la edición asiática de revista TIME
Portada de la edición asiática de revista TIME

Con la velocidad con la que se moldea un fenómeno en estos días, Jeremy Lin es hoy la mayor celebridad de Estados Unidos. Y con la fertilidad con la que se extraen consecuencias de cualquier cosa, su ascenso supersónico ha provocado ya impacto económico, conmoción deportiva y un variado e intenso debate social.

Una parte de ese debate se mantiene, por delicadeza, discretamente soterrado: el de su repercusión racial. Todo lo que tiene que ver con la raza se trata en este país con enorme prudencia, por obvias razones que tienen que ver con su diversidad y su historia. La raza y el deporte son asuntos que conectan muy frecuentemente, pero siempre se aborda aquí con tacto o simplemente se ignora, ya se trate de la realidad de que la inmensa mayoría de los quarterbacks de la historia de la NFL son blancos o que, en un país que posee todos los récords de la natación, ninguno de ellos le corresponda a un afroamericano.

En el caso de Lin cobra un valor relevante el hecho de que sea asiático. Chino, para mayor precisión; originario de Taiwán y, por tanto, parte de la comunidad china de EE UU. Esto tiene cierta trascendencia en el conflicto sobre la soberanía de la gran isla en el mar de China. Y hasta podría jugar un papel en una eventual “diplomacia del baloncesto” para aproximar culturalmente a los dos colosos del mundo en la actualidad.

Su irrupción en la NBA ha provocado cierta confusión entre los afroamericanos

Pero, de momento, su efecto es principalmente de carácter nacional. En primer lugar es un motivo de orgullo para la comunidad asiático-americana, que progresa enormemente, pero siempre a la sombra, sin llamar la atención, sin acaparar portadas. Lin no solo tiene éxito sino que también es una estrella. Y no triunfa con el cerebro, como se supone que hacen los asiáticos. No, triunfa con su cuerpo, con sus músculos, un área en la que se les tenía por inferiores. Como afirma la escritora Deanna Fei, “es innegable que Lin es un tipo con pelotas, algo que, obviamente, era ya cierto en otros hombres asiáticos, pero que ahora Lin está demostrado de una forma que se hará difícil de refutar hasta para el racista más gilipollas”.

No lo refuta el mismísimo Kobe Bryant, que ayer elogió públicamente el juego de Lin. Pero no hay duda de que la irrupción de Lin en el primer plano de la NBA ha provocado, cuando menos, cierta confusión entre los afroamericanos. Este, no nos engañemos, ha sido siempre un deporte de negros al que algunos blancos han jugado medianamente bien y en el que solo uno, Larry Bird, ha merecido el trato de leyenda. Casi todos los demás, desde Wilt Chamberlain hasta LeBron James –o más, si hablara un experto- han sido afroamericanos.

Esa comunidad, a la que los hispanos ya han arrebatado el título de primera minoría y a la que los asiáticos rebasan cada día en las estadísticas de progreso y bienestar, está acostumbrada al infortunio y al agravio, unos estereotipados y otros auténticos. Es duro, no solo para los afroamericanos, que cada vez que se hable de los genios de la ingeniería o la tecnología, los imagine uno con rasgos asiáticos. ¡Solo faltaba llevar ahora esos prejuicios a la canasta!

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