El ritmo contra la velocidad
Nadal y Federer buscan la final en un pulso técnico y mental por dominar el juego
Pocos pueden explicarlo mejor que Rod Laver, ganador de 11 grandes. "El látigo", dice el australiano con tono reverencial, y en dos palabras resume la miríada de derechas combadas con las que Rafael Nadal ataca el revés de Roger Federer. "Una muesca más de velocidad", añade, y con una sola frase explica lo que ha encontrado el suizo para disparar un relámpago tras otro e intentar escapar a los largos debates en Melbourne. Hoy (9.30, Canal+), Nadal y Federer se cruzan en busca de la final del Abierto de Australia. El mallorquín domina 17 a 9 sus duelos y manda 7 a 2 en los grandes. Esos fríos datos ocultan lo que ha llevado a Nadal a gobernar una rivalidad legendaria: su mentalidad de acero. Un ejemplo. En 2004, un chaval de 18 años se enfrentó por primera vez a Federer y avisó a sus amigos para que madrugaran, encendieran la televisión y disfrutaran.
"El día anterior a ese partido, Rafael me mandó un correo electrónico en el que una vez más vi reflejado ese optimismo que le caracteriza, además de su saber hacer las cosas tan fáciles y divertidas", cuenta Toni Colom, el técnico que acompañó a tiempo parcial al mallorquín entre 2002 y 2004, y uno de los que se sentó ante el televisor para ver si era verdad que Nadal, entonces el número 34, podría competir de tú a tú con Federer, el número uno, que había ganado 28 de sus últimos 29 partidos. Estos son sus recuerdos: "Colombo', me escribió Rafael con respeto por el rival pero creyendo al ciento por ciento en sus posibilidades, 'Federer tiene pocas opciones conmigo. Tendría que jugar muy bien el tío para ganarme... jugaré en la central seguro. Prepárate porque a lo mejor lo televisan y que sepas, para que no te venga de nuevo, que cuando gane me tiraré al suelo". Fue como una profecía: Nadal ganó 6-3 y 6-3 en el cemento de Miami.
Ocho años después, el mallorquín se entrenaba ayer en Australia con la mano izquierda llena de tiritas contra las ampollas. Le rodeaban decenas de aficionados asiáticos, llegados a Melbourne para ver cómo el japonés Nishikori se inclinaba por 6-3, 6-3 y 6-1 en cuartos ante el británico Murray. La tensión recorre el aire. Por primera vez, los dos rivales se encuentran tras romper su armónica imagen, separados por sus opiniones divergentes acerca de la clasificación mundial, que el español quiere basar en los resultados de dos años y el suizo en los anuales. Otras cosas calientan el pulso. Federer busca su victoria 500 en pista dura y su primer torneo del Grand Slam en dos años. El español, su cuarta final grande seguida. A cinco sets, los 25 años de Nadal contra los 30 de Federer. En semifinales, la resistencia y el ritmo del español contra la velocidad y el eléctrico juego del suizo. Por la final del Abierto, un partido que quedará marcado por quién percuta mejor contra el segundo saque del contrario: Nadal gana el 55% de esos peloteos, con una velocidad media en ese atacable servicio de 135 kilómetros por hora, por el 61% y los 153 de su contrario, que le arrolló en su último duelo (6-3 y 6-0 en la Copa de Maestros de 2011).
"Pero yo soy fan de las sensaciones", dice el mallorquín. "Ante Berdych, en el tercer y cuarto set, estuve bastante brillante, mental, tenística y físicamente". "Sé que Federer saldrá agresivo. Sé que tengo que estar más vivo de piernas que en Londres, mucho más agresivo, y lograr que no encuentre los golpes ganadores tan fácil como allí, ni que me deje en una posición tan negativa con un solo tiro como me dejó allí. Mis opciones pasan por jugar de tú a tú, sin perder pista, y que él sienta que tiene que golpear la pelota bastantes veces bien para ganar un punto". "Ni nos acordamos de aquel partido de Londres", continúa Toni Nadal, su tío y entrenador. "Nos metió una paliza, pero este es un torneo y una situación diferente. Esto no es bajo techo y Rafael está jugando a un nivel superior. Hemos recuperado alguna de nuestras señas de identidad: la combatividad y la concentración".
Federer sí que se acuerda de la Copa de Maestros. "Me muevo bien. Saco bien. Golpeo la pelota limpiamente", avisa. "Me gusta tener una nueva oportunidad de jugar contra Rafa aquí, tras nuestro épico partido de 2009". Aquello fue en la final. Federer, derrotado, acabó llorando. Hoy, en la noche de Melbourne, dos rivales legendarios vuelven a hurgar en las entrañas del contrario. Se juega con raqueta. Se gana con el cerebro.
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