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El regreso del intransigente

Harto de las exigencias industriales del fútbol, a Reyes no le quedaba más estímulo que jugar en el único club con el que se identifica

Javier Aguirre ya había resuelto que la figura de su equipo era un caso perdido cuando emitió su veredicto, una mañana de 2008, en el Cerro del Espino: "José Antonio Reyes es uno de los mejores jugadores españoles de su generación, por técnica y por condición física. Pero también es un enigma. Si no reacciona, acabará jugando en el Pájaras Playas".

Reyes tenía entonces 26 años. Su clase era comparable a la de Iniesta, golpeaba el balón con tanto toque como Villa y su resistencia no le desmejoraba ante otros futbolistas. Era uno de los más capacitados, sino el que más, y, sin embargo, no formó parte del grupo de jugadores que levantaron la Eurocopa y la Copa del Mundo. Cuando le preguntaron si no sentía que debía estar en ese equipo destinado a inscribir la página más gloriosa del fútbol español, respondió con una sonrisa: "Ellos también son buenos".

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Reyes fue un auténtico pionero. Fue, con 16 años, el jugador más joven en debutar con el Sevilla. De la mano de Joaquín Caparrós, su valedor en la época de formación, se convirtió en el jugador más joven en marcar un gol en Primera División. Traspasado al Arsenal en enero de 2004, ocupó un lugar relevante en el equipo que conquistó la Premier y estableció una nueva marca histórica: fue el primer jugador español en ganar la Liga inglesa. Desde entonces, solo Piqué, suplente del United, la ha logrado.

Hasta 2008 ningún futbolista español había movido más dinero en traspasos. Reyes estimuló al Arsenal, al Madrid y al Atlético a pagar más de 40 millones en tres fichajes sucesivos entre 2004 y 2007. Reyes fue el primer español en transitar la compleja industria del fútbol contemporáneo. Con la particularidad de que a él la industria le importó un bledo. Despreció las exigencias del profesionalismo, los imperativos disciplinarios y la etiqueta de las relaciones de poder. A Reyes lo único que le ha gustado de su carrera ha sido el fútbol y el dinero que le han pagado para que jugara. Los demás formalismos le han atormentado. Desde las concentraciones hasta las dietas que le imponía Arsène Wenger a base de pollo a la plancha, que él invariablemente sustituía por los conspicuos potajes de su madre, estratega indiscutida de la familia y de su fuente de ingresos. Los potajes de María Calderón, esas tagarninas, esos garbanzos, esas habichuelas, influyeron más en Reyes que todas las charlas tácticas que escuchó en su vida.

Javier Aguirre no logró comprenderlo. Ni Fabio Capello. Ni Pedja Mijatovic. Ni Abel Resino. Ni Gregorio Manzano. Ni, en general, todos aquellos ejecutivos que entienden que el fútbol es un negocio. Un sistema en el que es preciso trabajar, producir, y, muchas veces, transigir.

Reyes firmó su primer contrato profesional con 14 años y lo primero que hizo fue comprarle un chalet a sus padres en Utrera y construir una gran piscina en el jardín. En el fondo del vaso mandó estampar un escudo azulejado del Sevilla. Desde entonces, entre el primer equipo del Sevilla, el Arsenal, el Madrid, el Benfica (cedido en 2008-2009) y el Atlético, ha jugado 14 temporadas. Solo ha logrado superar los 1.000 minutos de competición en Liga en tres cursos: 2002-2003, 2004-2005 y 2010-2011. La estadística refleja una acusada tendencia a la irregularidad. El otro extremo sevillista, Navas, en ocho temporadas en Primera, ha superado los 1.000 minutos de campeonato en cinco ocasiones.

Reyes no jugó cuando no tuvo ganas. Ahora parece más harto que nunca de las exigencias de la industria. Como tiene suficiente dinero en la cuenta para permitirse una retirada, ya no le quedan más estímulos para competir que los más primitivos: su tierra, su gente, y la pelota.

Reyes conduce la pelota durante un derbi contra el Betis.
Reyes conduce la pelota durante un derbi contra el Betis.ALEJANDRO RUESGA

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