El baile de Felipón
La fiesta de los jugadores españoles: Rudy se colgó la red de la canasta, Marc se afeitó, Ibaka no se lo creía...
Volaron por los aires las bandejas de piña y melocotón que había en el vestuario español. La selección acababa de ganar a Francia en la final del Europeo y la alegría se desató de manera imparable entre los jugadores. No cabía en sí de alegría Serge Ibaka, que en su primera competición después de nacionalizarse español enseñaba a todo el mundo su reluciente medalla de oro como si aquello fuera un sueño imposible de creer. Y no se separó en toda la noche de su hermana y de su mejor amigo, que habían llegado justo el día anterior, después de muchos problemas con los vuelos, desde el Congo.
El segundo oro consecutivo multiplicó las imágenes de alegría. Rudy Fernández cortó la red de una de las canastas, se la colgó al cuello y no se la quitó hasta que el equipo aterrizó esta mañana en Madrid pasadas las siete. Los jugadores volaron agotados de Kaunas a Madrid, acompañados de sus familiares. Calderón traducía al inglés las indicaciones que los empleados del aeropuerto le decían a su madre, Marc era el más activo, incapaz de quedarse quieto, después de dejar su fiera barba en un bigote "al estilo de un sheriff de Tennesse". Pau aguantaba los piques de su hermano menor, al igual que Sada. Ricky se mezclaba con los más jóvenes, mientras Navarro atendía felicitaciones y mensajes en el teléfono móvil. Y en el centro de la fiesta Felipe Reyes. "Nunca olvidaré lo que estos compañeros han hecho por mí", dijo emocionado el pívot cordobés, a quien el resto de jugadores llevó a levantar la Copa de campeones en homenaje a su padre, fallecido recientemente.
En la Casa de España, en el tercer piso del Kauno Arena, la fiesta había arrancado entre copas, comida y mucha música. Los jugadores y sus familiares se arrancaron a bailar el "Todos los días sale el sol, Chipirón", la canción que han adoptado para animarse en el torneo y que han modificado en honor a Reyes: "Todos los días sale el sol, Felipón". Hasta la fiesta española llegó también el imponente Arvydas Sabonis, embutido en el ascensor. "Voy a ver la fiesta de los españoles. Seguro que es espectacular", decía.
En el aeropuerto, un trabajador dejó corriendo su puesto de control para ir a comprarse una camiseta de baloncesto y que los jugadores españoles se la firmaran. Fue antes de que Llull cogiera el micro y cantara un estribillo habitual para esta generación: "¡Campeoooones, campeooooones!".
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