Un gatillazo constante
La eliminación del Madrid ante el Bizkaia Bilbao desnuda las carencias de un equipo que se queda sin títulos por cuarta temporada consecutiva
Hace menos de dos meses, la euforia inundaba las galerías de la Caja Mágica. El sábado 9 de abril, el Madrid culminaba su semana grande derrotando al Barcelona (77-72) en la 29ª jornada de la Liga, 1.079 días después de la última victoria ante los azulgrana en la ACB. En apenas tres días, el conjunto blanco había conseguido retornar a la élite del baloncesto europeo después de tres lustros de ausencia en la final four, tras superar al Power Electronics Valencia en el playoff de cuartos y alcanzar al Barça al frente de la clasificación liguera. Aquella tarde, el Madrid parecía reconducir con firmeza una temporada turbulenta abocada al desastre tras el portazo y la huida de Ettore Messina a principios de marzo. Pero no fue así.
"Los jugadores han demostrado tener un gran corazón. Las dificultades te hacen aprender y se han repuesto a todo", se felicitaba el director deportivo madridista, Alberto Herreros, tras la victoria ante el Barça. "Lo que no mata te hace fuerte. Hemos tragado mucha mierda y nos han señalado injustamente", proclamaban los jugadores blancos, entre golpes de pecho, liberados de la pesada carga que les cayó encima tras la espantada de Messina. "Quizá mi salida sea un empujón para que se alcance la madurez, la cohesión y el sentido de responsabilidad que necesita este equipo", adujo el técnico italiano en su despedida. El devenir de la temporada parecía darle la razón. Pero aquella tarde del 9 de abril su sustituto en el banquillo, Emanuelle Molin, tuvo un discurso premonitorio: "Es una victoria importante pero no hemos ganado nada. La temporada no acaba aquí".
Era un espejismo de gloria. "Llegar a la final four es como ganar el Mundial", declaró el capitán, Felipe Reyes, en una exaltación de autocomplacencia. Una semana más tarde, la derrota en la cancha del modesto CAI Zaragoza volvía a desnudar la ciclotimia de un equipo tan capaz de ganar en las pistas más duras de Europa -como en Siena, Belgrado o Estambul- como de entregarse al abandono competitivo ante equipos menores -como ante Alicante, Charleroi o Valladolid-. "He insistido a mis jugadores en la necesidad de saber competir todos los días, pero cuando se logró la primera plaza del Top 16, el equipo se paró. Me reconocieron que se habían desenchufado", explicó Messina en sus alegatos.
El discurso se asemeja hasta el déjà vu al que firmó Emanuelle Molin tras caer ante el Maccabi en las semifinales europeas de Barcelona. "Tenemos mucho que aprender. Nos equivocamos al pensar que tras ganar el playoff ante el Valencia ya se había acabado la temporada. Desde entonces, los jugadores no han sido capaces de volver a encontrar la intensidad mental", sentenció Lele. La final a cuatro pasó de ser una oportunidad para reivindicar la heráldica de la institución y la valía del proyecto, a convertirse en una pesadilla de impotencia y falta de carácter con dos derrotas concluyentes -82-63 en la semifinal ante el Maccabi y 80-62 ante el Montepaschi en el partido por el tercer puesto-.
Pero los cruces en los playoff de la ACB parecían lo suficientemente benévolos como para otorgar al los blancos una segunda oportunidad de arreglar el curso. Primero, el meritorio Fuenlabrada, en cuartos, al que superaron con comodidad. Después, el Bizkaia Bilbao Basket en semifinales que, tras eliminar al Power Electronics Valencia, parecía allanarles el camino hasta la final. Así lo interpretó el Madrid que acudió a la cita con la actitud funcionarial de quien afronta un trámite burocrático. Amparado en su teórica superioridad, en su condición de invicto en la Caja Mágica y en la solvente victoria que firmaron en el primer encuentro de la serie (78-67), los de Molin volvieron a incurrir en otro ejercicio de irresponsabilidad.
Tres derrotas consecutivas, la primera en la Caja Mágica, y batacazo de los grandes. "La actitud de los jugadores fue lamentable. El entrenador tiene que mantener el nivel de exigencia, pero si los jugadores no hacen su trabajo, de poco se puede hablar. Perdimos contra un equipo que solo ofrece más corazón que nosotros", analizó entonces Alberto Herreros tras el segundo duelo, tras la peor anotación de los blancos en Liga en 46 años (68-51).
Ayer, como símbolo del desatino madridista, el triunfo de los de Katsikaris quedó sellado por Álex Mumbrú y Axel Hervelle, dos de los damnificados del proyecto Messina. Tan pretencioso como estéril. 18 fichajes y 58 millones invertidos en los dos últimos años para volver a la casilla de salida. Ni la apuesta por jugadores veteranos con más pasado que presente en el primer curso; ni el volantazo hacia un grupo joven tan talentoso como inconstante en el segundo, han dado sus frutos. Ni la marcialidad, las reprimendas y el caché de Messina; ni la pedagogía y la discreción de Molin lograron encontrar el rumbo que permitiera abrir las vitrinas. El contador avanza. Ya son cuatro años en blanco. Otro gatillazo para una sección, abocada a su enésima catarsis y reconstrucción.
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