Mourinho bajó a las trincheras
El Madrid gana al Sevilla gracias a un gol de Benzema en un encuentro marcado por la jugada polémica de un 'gol fantasma' de Luis Fabiano, que no subió al marcador
Pinturas de guerra en Nervión para recibir al Real Madrid. Un ambiente propio de las grandes citas, digno de equipos de renombre como el Sevilla y el propio equipo de Mourinho. Con partidos como este se dignifica una competición a veces maltratada, la Copa, con un Madrid reservón, casi un muro, y un Sevilla al que le faltó fútbol durante muchas fases del encuentro para superarlo. En el día de su cumpleaños, Mourinho bajó a las trincheras, con chándal incluido, preparado para la batalla de Nervión. Una táctica de entrenador antiguo, la de ponerse el chándal, el uniforme del técnico, como siempre hacía Luis Aragonés, como hacía el ardoroso Joaquín Caparrós cada vez que le tocaba disputar un derbi en el otro lado de la ciudad de Sevilla, cerca del río, en el barrio de Heliópolis, territorio verdiblanco.
Así, en la trinchera, Mourinho vio cómo Lass volteaba a Sergio Sánchez, hasta el punto de que el defensa, renacido para el fútbol, tenía que abandonar un partido bueno, intenso, pero de esparto. Fermín, en la banda, empezó a tenérselas con Arbeloa y Carvalho, antesala de su protagonismo posterior. Mientras, Benzema recordaba al futbolista que hacía diabluras en Lyon. Golazo del francés, al que el aliento de Adebayor resucitó. Luego, con la grada encendida, una de las jugadas más complicadas del fútbol no acabó en gol. Fermín, impasible, no dio el posible tanto, valiente ante tanto estruendo. Un poco de tecnología no le vendría mal al fútbol. Sin respiro, con mucho ruido, se le zumbaba a Cristiano, una y otra vez, mientras Lass escapaba milagrosamente de la expulsión. Mourinho, con su chándal, en su cumpleaños, cambió rápido al francés, pues tanta contaminación acústica acababa por confundir al mundialista Undiano Mallenco. Menos valiente que Fermín, le mostró una tarjeta a Khedira que no se atrevió a enseñar a Lass. Fue al cortar un saque de falta.
La pugna, decidida en cada detalle y cada choque a favor del Madrid, con un Xabi Alonso inconmensurable a la hora de taponar a Kanouté, el gran pulmón del Sevilla, tiró mucho de lo físico, con más contacto que fútbol. Nunca paró la grada de animar a un equipo andaluz que, con mucha dignidad, buscó siempre el empate. Duelo de trincheras, de enorme tensión, con Sergio Ramos, por fin, indultado por la que fue su gente durante tanto tiempo. La afición, al fin y al cabo, tenía el objetivo fijado en dos ciudadanos portugueses, uno, en chándal, el día de su cumpleaños, otro un auténtico animal competitivo. Ahí, a distancia de ser alcanzado por los disparos enemigos, Mourinho blindó a su Madrid para escapar vivo de la batalla de Nervión. Ahí, por el centro, en el eje, ganó la partida el portugués mientras el Sevilla se desangraba en tanto cuerpo a cuerpo, como le pasó a Sergio, como le pasó a Romaric, sin aire ante tanto ritmo. Xavi Alonso se lo comió, a él y a ese Sevilla que acabó muerto.
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