Arte y engaño en Anoeta

Temía Martín Lasarte el espíritu camaleónico del Valencia, su versatilidad, su capacidad para la sorpresa. Y Emery, acuciado, asfixiado, dirigiendo un equipo que es un manojo de nervios, con su potencial puesto en solfa, decidió tirar con todo. Con Soldado y con Aduriz, con Joaquín y con Mata. Incluso con César, el portero discutido tras su malísima noche ante Osasuna y las buenas actuaciones de Guaita en escenarios notables. Y luego la lió Bravo con otro mal despeje que habilitó a Aduriz para romper el marcador.

Emery tiró por la calle de adelante, pero la Real le salió tan respondona como acostumbra. El equipo donostiarra acostumbra a gripar el motor en las primeras mitades, a trucarlo para que asuste en la autopista de Anoeta, en busca de una meta momentánea que le permita luego racanear. Y lo consiguió con una jugada afortunada. El salto entre David Navarro y Zurutuza pareció algo más infantil de lo que el árbitro sancionó. Lo que permitió es ver un ejercicio de suavidad y templanza de Xabi Prieto para superar el nerviosismo de César. La portería del Valencia era algo así como la del hotel de los líos donde vive el Valencia. César se fue a un lado y Xabi Prieto se lo dejó bombeadito en el centro. Ya para entonces el meta había mantenido varias conversaciones con un guerrillero como Joseba Llorente, un mal amigo para templar los nervios. Tanto las tuvo con el delantero que acabó roto, dando entrada a Guaita en la segunda mitad; roto en su rodilla, sin que nadie supiera por qué no fue sustituido en el descanso del encuentro.

Mientras todo esto ocurría, el Valencia rebuscaba con dos futbolistas zascandiles, Mata y Joaquín, para romper las líneas de la Real, gobernadas por dos mariscales grises como Rivas y Aranburu. Y en eso llegó una falta de Zurutuza en los aledaños del área que reclamó Tino Costa sin que nadie le sirviera de señuelo en dos metros a la redonda. Quizá habían influido los gritos, en otra falta, de Emery reclamándole como lanzador en detrimento de cualquiera. El chico se ladeó, midiendo el ángulo, y le metió esa rosca al balón que solo tienen los especialistas, como si disparase con un gran angular para evitar obstáculos.

Había más belleza en los goles que en el partido, pero era un partido abierto, de esos que impiden abandonar sus sillas a los pocos espectadores de Anoeta. La segunda mitad era una cuestión de orgullo, estado de necesidad, incluso más visceral que la primera. La Real dio síntomas de conservadurismo, confiando solo en un contragolpe o una acción afortunada. El Valencia mostraba más ganas, no acompañadas de acierto. Hasta que llegó Aduriz y, en una jugada absurda de Claudio Bravo, en un malísimo despeje placentero, se la dejó a Aduriz para que marcase de un tiro cruzado. Un petardazo entre dos estrellas. Fútbol.

R. Sociedad 1 - Valencia 2