Lu tortura a Roddick y Nadal castiga a Mathieu
El español y número 1 del mundo ganó sin complicaciones al francés por 6-4, 6-2 y 6-2
Cuando Andy Roddick, tres veces finalista de Wimbledon y número siete del mundo, abandona la pista, acaba de vivir una de las sorpresas más grandes de su carrera, quizás de la historia del torneo: el taiwanés Yen-Hsun Lu, primero de ese país en llegar a los cuartos de un grande y número 82 del planeta, le ha vencido en un partido tenso como un alambre, vivido siempre al límite, apretado de tal manera, decidido tan a los puntos, que solo el marcador puede explicarlo: 4-6, 7-6 (3), 7-6 (4), 6-7 (5) y 9-7 para Lu.
El hombre sale de la pista extasiado, las ojeras marcadas en el rosto, la cara mostrando aún las señales de su día sufriente. "He luchado", dice. "Incluso ahora pienso que es un sueño", sigue. "No me podía imaginar este momento. Necesito limpiar mi mente, ver qué ha pasado y calmarme".
Calma, mucha calma, plácido camino hasta los cuartos de final de Wimbledon, es lo que tiene Rafael Nadal en su partido contra el francés Mathieu: 6-4, 6-2 y 6-2 . "Nadal, Nadal, Nadal es cojonudo, como Nadal, no hay ninguno", le gritan en castellano desde la grada, encendidos los ánimos patriotas ("¡que viva España!") y calmados, aparentemente, los dolores de las rodillas: el número uno del mundo, que empezó con el freno de mano echado, no llamó al fisioterapeuta, al contrario que en su cita de tercera ronda.
El español, sin embargo, tiene ahora una prueba de altura. Llegan los cuartos de final y le espera una tarea hercúlea, una prueba de verdad dura: Robin Soderling, que ganó por un pelo (6-2, 5-7, 6-2, 3-6 y 7-5) a David Ferrer en octavos.
Federer arrolla a Melzer
Mientras Roger Federer despide 6-3, 6-2 y 6-3 a su amigo Jurgen 'el atún' Melzer, Wimbledon vive su Superlunes, 16 partidos de octavos entre hombres y mujeres, los mejores y las mejores tenistas del planeta juntos bajo el sol y unidos sobre el césped. No es, sin embargo, un día marcado por el buen tiempo, los partidos vibrantes y las hazañas. Lo que pesa hoy en Wimbledon son tres pequeñas tragedias personales. Jelena Jankovic, la número tres, pierde entre lágrimas, dolorida en la espalda, contra la rusa Zvonareva (6-1, 3-0 y retirada). Caroline Wozniacki, la número cuatro, cede 6-2 y 6-0 aplastada por los pelotazos de la zurda Kvitova, abrumada siempre, sobrepasada. Y Justine Henin, quizás la más grácil de las tenistas de elite, quizás la más sentimental, la más emotiva, le dice adiós a Wimbledon (2-6, 6-2 y 6-3 ante su compatriota Kim Clijsters) cuando aún su corazón y su mente sueñan con la victoria.
Es la historia de un amor inconcluso. Henin, campeona de siete grandes y número uno del mundo, se retira habiendo ganado todos los torneos del Grand Slam menos Wimbledon, donde fue dos veces finalista. Luego, agotadas ya todas las ocupaciones, de presentadora catódica a motivadora de futuras estrellas, se sienta ante el televisor y ve algo imprevisible: a Federer ganando Roland Garros 2009. La imagen del suizo conquistando la última de sus grandes metas activa el mecanismo de la competición en el corazón de Henin, que siente la llamada de la historia, que oye la llamada de Wimbledon, que piensa que si Federer puede, ella también.
Hasta hoy. Henin se cae y se daña un codo. Juega con dolor. Pierde contra Clijsters. Cabizbaja, dolorida, se despide. Cuidado, no es un hasta siempre. Es un hasta el año que viene: "He ganado muchos grandes sin ser muy alta ni muy fuerte. Quizás, sin embargo, volver tras estar retirada es más difícil para mi que para nadie, porque tengo que estar al máximo de mi capacidad física para poder competir. Sé que debo trabajar, pero voy a hacerlo. Estaré lista para el año que viene. Volví para perseguir retos...y Wimbledon sigue siendo un reto".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.