Iniesta, un gol celestial
El delantero mete al Barça en la final con un formidable disparo desde fuera del área en el tiempo de descuento
A veces el fútbol es generoso con los equipos virtuosos y cruel con los malvados, incluso en las situaciones más extremas, cuando se impone de nuevo la rendición. Esta pasada noche se dio el caso para suerte del Barça, siempre positivo, y escarnio del Chelsea, mayormente negativo. Ardió Stamford Bridge en un minuto mientras se iluminaba Barcelona con un gol en el tiempo añadido de Iniesta, tan celestial y encantador como duro y directo había sido el tiro de Essien. La hinchada inglesa renegó sin parar mientras los futbolistas apuntaban al árbitro, signo de frustración como denunciaron los blues en la ida a la salida del Camp Nou, señal de victoria en los azulgrana, siempre generosos y valientes, audaces y perseverantes, por fin triunfadores.
Chelsea 1 - Barcelona 1
Chelsea : Cech; Bosingwa, Alex, Terry, A. Cole, Ballack, Essien, Anelka, Lampard, Malouda y Drogba (Belletti, min.72).
Barcelona : Valdés; Alves, Piqué, Touré Yaya, Abidal, Busquets (Bojan, min.85), Xavi, Keita, Iniesta (Gudjohnsen, min.90+5), Messi y Eto'o (Sylvinho, min.90+7).
Goles : 1-0: m.9: Essien, 1-1: m.90+3: Iniesta.
Árbitro : Tom Henning (NOR). Mostró cartulina amarilla a Alves (min.30), Essien (min.74), Alex (min.77), Eto''o (min.91) y Drogba (con el partido ya concluido) y roja a Abidal (min.66). Incidencias: Partido de vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones disputado en Stamford Bridge ante 42.000 espectadores, unos 3.000 de ellos aficionados del Barcelona
La Copa de Europa parecía deberle una al Chelsea desde el resbalón de Terry en Moscú y durante un buen rato se la cobró a costa del Barça, abatido por un zapatazo, una de las suertes más viejas del fútbol y en cambio más extrañas para los azulgrana. El año pasado había sido un remate a media distancia de Scholes en Old Trafford y anoche lo iba a ser un zurdazo a la cruceta de Essien. Así se mide a veces la diferencia en el fútbol. La Premier League es seca y poderosa a diferencia de la Liga española, más rimbombante y estética. El Chelsea había disecado aparentemente al Barcelona, negado por segundo partido, el quinto en lo que iba de temporada. De alguna manera volvía a sonar en el cuadrilátero de Stamford Bridge la canción de Hilario Camacho: "Tristeza de amor / un juego cruel / jugando a ganar / has vuelto a perder". Desde el sorteo de la eliminatoria, nada había jugado a favor de los azulgrana y, en cambio, al Chelsea todo le salía bien.
Hasta que apareció Iniesta y respondió a Essien con un remate de diseño desde la media luna tan bonito que pareció un tiro libre: la pelota entró a cámara lenta, limpia, para que la acción pudiera ser saboreada. Una delicia. Iniesta marcó en una dejada de Messi y Essien en un rechace. El uno no tiene nada que ver con el otro. Los goles fueron al fin y al cabo una fotografía del juego del Chelsea y del Barça, que alcanza la final de la Champions en Roma con un futbol exquisito después de asegurarse prácticamente la Liga y pelear el miércoles por la Copa. Aspira el Barça al triplete una vez superado el partido más exigente y excitante de la temporada. Ahora le aguarda la última heroicidad: batir al actual campeón, el Manchester de Ronaldo.
La condición de local llevó a Hiddink a apostar por una formación más reconocible para su hinchada, con Anelka como pareja de Drogba. Los blues cargaron el ataque con el ariete francés y a cambio prescindieron de un volante defensivo como Obi Mikel. A la gente de campo le pareció muy bien. Más debate provocó en cambio el once que cantó Guardiola, siempre intervencionista y obsesivo con los detalles. La lesión de Henry obligó a Iniesta a jugar de delantero mientras que las asusencias de Márquez y Puyol llevaron a Touré del puesto de pivote al de central en detrimento de Cáceres y Abidal, decisión sorprendente y que, sin embargo, no afectó demasiado a la mecánica de juego.
El Barça paró un rondo con facilidad nada más comenzar con Messi nuevamente de falso 9. Ni parpadeó el Chelsea, que le dejó hacer, le regaló el balón y se paró en su cancha, entregado a un ejercicio defensivo tan sutil como viril, presidido por las ayudas, las basculaciones y la efectividad. Únicamente abandonó su campo en situaciones de ventaja, siempre de forma selectiva. Nunca se anduvo con rodeos sino que fue directo a portería, y sus contadas llegadas causaron escalofríos. A Essien le salió un remate con la zurda por la escuadra en el primer tiro del Chelsea, Drogba se arrancó un par de veces con fiereza y Malouda desquició a Alves. Tampoco Busquets funcionaba: tímido en ataque, presionó a destiempo y defendió mal en la jugada del gol.
A favor de marcador, los ingleses le ganaron terreno al Barcelona y hasta se desplegaron con un punto de comodidad. Los azulgrana no sabían como mover el árbol blue. El Chelsea le había pillado el truco ofensivo al Barça, falto de recursos y de sorpresa, entregado a Messi porque Iniesta aparecía poco como extremo y a Xavi le costaba meter pases interiores, sometido por Lampard. Aunque no encontraba la manera de hacerle daño al Chelsea, el Barça no paró de darle una y otra vuelta al partido, ssabedor de que le alcanzaba con un gol para abrazar la final. Así que era cuestión de perseverar y ser pacientes. Xavi retrocedió unos metros y Messi se conectó más a menudo. No pararon ni un minuto los azulgrana, entregados a una ofensiva cada vez más notoria, confiados defensivamente en Valdés, pletórico en dos mano a mano frente a Drogba, punto y final de las sacudidas de los blues, temibles en sus vertiginosas contras. No era fácil ganarse un remate ante la zaga del Chelsea. Faltaba aire y campo, y las cosas todavía fueron a peor por la intervención del árbitro, que expulsó malamente a Abidal por tirar a Anelka. Hasta el Chelsea se animó porque no se veía cómo podía el Barça meterle un gol a Cech, y por momentos pareció que el grupo salvaje de Hiddink doblaría su ventaja. A cada afrenta inglesa, respondía sin embargo el Barcelona. Insistía Piqué, quería Messi, apretaba Alves. Y entonces apareció Iniesta y, supercalifragilístico como es el manchego, la puso en la cruceta, en el paraíso, en el punto más imposible, camino de Roma.
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