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El Niño vuelve a las andadas

Sergio García, una veleta durante todo el torneo, no resiste el ritmo de los veteranos

¿Se imaginan al tenista Novak Djokovic, en plenas condiciones físicas, afirmando en la semana previa a un torneo que no tiene confianza para pasar la primera ronda? ¿O al ciclista Alejandro Valverde, sin ningún rasguño, diciendo que la próxima carrera seguro que no la termina? Pues así es Sergio García, un número tres del golf mundial que nada más pisar Augusta se cuenta a sí mismo que no, que ese campo se la tiene jurada, que más vale no deshacer mucho las maletas porque aquí no hay nada que rascar. Y claro, con la moral por los suelos, pasa lo inevitable, que arranca el Masters hipocondríaco perdido, deambula cabizbajo jurando en arameo y acaba la primera jornada en coma depresivo con un saco de bogeys.

Clasificación tras la 3ª jornada

1. Á. Cabrera (Arg): 205 golpes (11 bajo el par)

2. K. Perry (EEUU): 205

3. C. Campbell (EEUU): 207

4. J. Furyk (EEUU): 208

10. T. Woods (EEUU): 212

25. S. García (Esp): 215

32. R. McIlroy (Irl): 216

46. M. Á. Jiménez (Esp): 221

Pero pasa también que El Niño, de 29 años, es capaz de lo peor y de lo mejor al día siguiente. Capaz de resucitar y bajar del par por primera vez en cinco años, de pasar el corte y asomar la cabeza entre los primeros después de hilar un birdie tras otro. Y, cómo no, de volver a las andadas y enterrar su mejor juego. Así es Sergio García, una veleta, un golfista genial con una mentalidad de cristal, sin el gen competitivo que ha convertido a Harrington, por ejemplo, en ganador de tres grandes, y a otros tantos deportistas en campeones.

Sergio va y viene en un Masters que despidió a Olazábal (pese a su clase maestra del jueves, su lección de sufrimiento) y a Álvaro Quirós (ser el mejor pegador de la primera ronda, con un drive de 293 metros de media, no le valió de nada y acabó asqueado "sin ganas de volver"). El castellonense ensució ayer la tarjeta con una ronda inconstante, tan llena de birdies como de bogeys, sin rumbo fijo. Como ese golpe extrañísimo del hoyo 16: la bola rodó cuesta arriba, se detuvo y volvió al mismo lugar en que García la había golpeado. Y ya se sabe: "Cuando el campo se pone del revés...". Hace 10 años que un amateur Sergio García entró por primera vez por la puerta de Augusta. Desde entonces, ha coleccionado pocas alegrías y muchas pataletas, casi siempre acusando a un enemigo imaginario.

Los jugadores se encontraron un campo más pesadote, cortesía del diluvio la noche anterior, secuela de un tornado que rozó Augusta. A Woods, un todoterreno, el cambio de escenario acabó por gustarle y arañó algún escalón a la jornada, aunque mucho tendrá que remar hoy para alcanzar en la cabeza a los veteranos, al Pato Cabrera, a quien empujaron los bulliciosos argentinos en una vuelta redonda, y a Kenny Perry, un aspirante a grande con 48 años. "Será mayor, pero tiene un juego de artista. La edad no importa. En Augusta se necesita mucha concentración", explicó Jiménez, atragantado por "un cúmulo de despropósitos" que le hizo bajar por el tobogán de la clasificación.

A la caza siguen también Campbell y Jim Furyk. Los japoneses, que están "locos" por el golf, apuestan a la baza de Katayama, en las alturas de la tabla desde que empezó el torneo. Perdieron gas Mickelson, un golfista reformado desde que se alista con el gurú Butch Harmon, y Anthony Kim, la gran baza americana en la guerra de las nuevas generaciones. Hijo de inmigrantes coreanos, el viernes rompió el récord de birdies en un día en el Masters (11), un ritmo de locos imposible de mantener. Villegas, cojo por una ampolla en el pie derecho, tampoco pegó el estirón.

Y si hace una década fue García el que reunía a la gente en los greens, ahora el jovencito de moda es Rory McIlroy, un norilandés que juega como anda, balanceando el cuerpo de manera natural, como si paseara con sus amigos por un centro comercial. Mientras Woods y sus musculosos imitadores se mueven (y juegan) como robots, cada gesto calculado mecánicamente en un laboratorio, McIlroy representa la vuelta al juego instintivo. Delante de la bola, no invierte minutos en trazar una ecuación matemática según el viento, la pendiente y la distancia, sino que siente el golpe y lo da a toda mecha, fiado todo a su inspiración, por mucho que a veces se acelere de tan confiado que está. McIlroy no es ningún producto artificial de gimnasio, sino que podría pasar por cualquier chico normal, un fan más del Manchester United. Un jugador diferente a todos.

Sergio García, durante la tercera jornada del torneo.
Sergio García, durante la tercera jornada del torneo.AP

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