Una carambola de campeonato
En una noche increíble, el Madrid defiende el liderato con un gol final de Van Nistelrooy simultáneo a otro de Tamudo en Barcelona
Quien más quien menos rebobinaba los fantasmales recuerdos de Tenerife cuando entre Van Nistelrooy y Tamudo borraron de un plumazo aquellas pesadillas madridistas. De forma agónica, como le corresponde a este Madrid que festeja como nadie los últimos minutos, el cuadro de Capello logró un empate que le deja a un milímetro del título. Antes, durante casi toda la noche, tuvo la Liga perdida. Tamudo también acudió al socorro con un gol final que congeló al Camp Nou y cerró una jornada inolvidable, emotiva como pocas.
Los madridistas rebobinaban los fantasmales recuerdos de Tenerife cuando entre Van Nistelrooy y Tamudo borraron de un plumazo aquellas pesadillas blancas. De forma agónica, como le corresponde a este Madrid que festeja como nadie los últimos minutos, el cuadro de Capello logró un empate que le deja a un milímetro del título, o lo que es lo mismo: a una victoria ante el Mallorca en Chamartín. Antes, en Zaragoza, durante mucha noche, tuvo la Liga perdida. Pero Tamudo, capitán del Espanyol, acudió al socorro con un tanto final que congeló al Camp Nou y cerró una jornada inolvidable, emotiva como ninguna. Una noche de infarto que dejó al Madrid tan cerca de la gloria que hasta su presidente, Ramón Calderón, se lanzó al ruedo de La Romareda y saludó a los tendidos. Cuatro años de espera por un título impacientan a cualquiera, por más que el oso aún tenga piel.
De entrada, Capello reprodujo el modelo machote, el perfil de equipo que tanto le gusta y con el que ha logrado remontar el curso. El Madrid se ha aproximado a lo más alto del podio con victorias despojadas de belleza, pero triunfos al fin y al cabo, lo que satisface a la hinchada, aunque no le entusiasme. Eso sí, con su abono a los últimos minutos altera como nadie los sistemas nerviosos. En Zaragoza, ante una final, toda cosmética era prescindible. La victoria por encima de todo, por cualquier vía. El Madrid fue el Madrid de toda la temporada, un equipo de juego directo y que rechaza la elaboración.
Hasta la cita crucial de La Romareda, el conjunto madridista se había aplicado con contundencia en las dos áreas. En Zaragoza no fue así, sobre todo en el perímetro de César, que en el primer tiempo sólo tuvo que esforzarse en un cabezazo de Van Nistelrooy a un paso del descanso y luego en varios duelos directos con Higuaín. Poco más, salvo los goles y algún chispazo primerizo de Robinho. Pero el Madrid, acostumbrado a esperar su momento, no se alteró hasta que Helguera metió la mano en una jugada con Aimar. Diego Milito acertó con el penalti y adelantó al Zaragoza, que hasta entonces había incordiado con Ewerthon y vivía relajado en defensa. Al gol del rival respondió Capello con Guti e Higuaín. Con el canterano en vez de Emerson para despertar la imaginación del equipo; con el argentino por Raúl para refrescar la escolta de Van Nistelrooy.
Con mejor pinta, al Madrid, inquieto por las noticias del Camp Nou, le faltó intensidad, como si los acontecimientos de la noche le hubieran gripado. Justo cuando más necesitaba el equipo exprimir ese aire de centurión que le ha distinguido, resulta que al Madrid le entró una tiritona. Al Zaragoza, apenas iniciado el segundo acto, se le veía fatigado, exhausto con 45 minutos por delante. Da la sensación de que la temporada se le ha hecho muy larga y ha llegado al final con la reserva al límite.
Falto de su chicha habitual, de nuevo la pareja Beckham-Van Nistelrooy acudió al rescate. A la rosca del inglés respondió el holandés con un cabezazo que superó a César mientras Sergio, marcador del pichichi, cazaba moscas. De nuevo el Madrid puntual con el gol, de nuevo ese equipo capaz de ganar con media ocasión. Acalambrado el equipo aragonés, que el Madrid defendiera el liderato parecía cuestión de paciencia. Pero apareció Aimar, ese talento al que tantas veces se espera y no siempre llega.
Hasta su enlace con Diego Milito, Aimar sólo había pesado en la jugada del penalti. Y bien que lo había notado su equipo. Jugadores como Aimar son imprevisibles, no precisan una gran faena para dar la puntilla. Tras una gran jugada Aimar citó a Diego Milito con el gol y su compatriota resolvió la jugada de maravilla. Al Madrid ya no le quedaba otra que remar con todo, aunque esa no fuera su especialidad. Durante toda la temporada se ha mostrado como un equipo al que le supone un engorro gobernar los partidos. Le gusta dejarse dominar, abusar del fútbol directo y explotar la veta de las jugadas con el balón parado. En el día clave le tocó cambiar de papel.
A última hora el Madrid empujó con todo, arrinconó a su rival y cruzó los dedos. De nuevo le salió cara, como en tantas jornadas precedentes. Pero esta vez doble: como el fútbol es mágico en el mismo minuto una carambola de campeonato le dejó a un paso de la gloria.
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