Homenaje fallido
Forlán malogra cuatro de sus cinco ocasiones y el Athletic un penalti al final en el día de Zarra
El homenaje a Zarra duró lo que duraron los prolegómenos. Ni un minuto más. Luego, fue un partido normal o anormal, según se mire. No se sabe si Forlán, el goleador uruguayo, sabía de las gestas de Zarra, pero no tuvo su día para haber pasado a la historia de la Liga española. El Athletic, conjurado para brindar su mejor homenaje al goleador del siglo XX tampoco estaba para grandes festejos.
A Forlán se le apagó la polvora casi desde el primer minuto y concluyó el partido con un balance desolador. Tuvo cinco mano a mano con Lafuente y dos los tiró fuera, otro al larguero (en fuera de juego), otro lo repelió el portero y otro, por fin, se fue a la red. No era su día, desde luego. El Athletic, enfrente, fue más timorato, más acorde a lo que es actualmente: un equipo bastante primitivo, con las ocasiones contadas y con un espíritu de Robin Hood que le pierde. Si enciende el fuego, graniza seguro. En la primera mitad construyó una ocasión del gol y Aduriz la enchufó, tras un quiebro arriesgado y un rebote en la pierna de un defensa. Pero dos minutos después entregaba el botín en una acción tan impropia como habitual en el equipo rojiblanco.
Forlán se había plantado ya tres veces ante Lafuente con mal fario y resulta que, en la más improbable, Murillo, un central que ha hecho de la duda su método de conducta, dudó en ir o no ir a su paso, dudó en entrar o no entrar cuando el uruguayo controló, luego le agarró del pantalón y, finalmente, Forlán, aburrido, metió gol bajo el cuerpo de Lafuente. Habían pasado dos minutos entre la alegría y la decepción. Había pasado un siglo entre el espíritu de Zarra y el espíritu de Robin Hood.
Por si había alguna duda, el Athletic tenía guardada su última carta. El arbitro auxiliar señaló un penalti en el minuto 91 por una mano de Peña tras un centro de Dañobeitia. Alguien pensó: Zarra echa una mano en su infinita bondad. Pero Orbaiz cambió lo único que no debía. El centrocampista del Athletic ha tirado pocos penaltis, pero todos igual: duros, rasos y a la derecha del portero. Hoy, quizás por el miedo, el ánimo o el infortunio, sólo cumplió la tercera pata del acertijo: fue blando, a media altura y a la derecha del portero. Y a Viera le dio tiempo incluso a ensayar una palomita.
Quizás todo era justo porque en San Mamés se habían plantado dos equipos muy dispares. Uno, el Villarreal, que se sabe que juega de memoria, aunque no pase por su mejores momentos. Sin Riquelme, los demás parecen menos, pero, aun así, es un bloque sólido que se despliega con una facilidad de vértigo. Una jugada se repitió durante el partido. En cada saque de esquina del Athletic, el Villarreal se defendía con los once futbolistas y el Athletic dejaba cuatro en la retaguardia. Si el Athletic no remataba, el Villarreal casi siempre llegaba al área de Lafuente con peligro.
El otro, el Athletic, tenía algo de ejército poco regular. Etxeberria y Aduriz intercambiaban posiciones sin que sus pares se inmutasen y Urzaiz jugaba a menudo en el medio campo y defendía mejor que atacaba. Así el Villarreal perdonó en la primera mitad tal cúmulo de ocasiones, gestadas a raíz de la superioridad de Senna y Tacchinardi en el centro del campo y a la movilidad de sus puntas, que por un momento pareció que pagaría cara tanta generosidad. La pagó en el gol de Aduriz, la recobró con el de Forlán y la pudo perder en el penalti malgastado por Orbaiz cuando ya se encendían los grifos de las duchas.
El homenaje a Zarra quedó inconcluso por un lado y otro. Tantos errores en la boca de gol, de Forlán, de Orbaiz, de Aduriz, de todos, no parecían la mejor manera de acordarse de un futbolista legendario. Tanto ha cambiado el fútbol desde entonces, tanto ha cambiado el Villarreal y tanto el Athletic, que pareciera que habían pasado siglos y no años. Para el equipo castellonense, el empate fue un mal menor. Para el vizcaíno, otro golpe a su autoestima.

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