Desproporción arbitral
Megía Dávila sacó 16 tarjetas y ordenó repetir una de las dos máximas penas que pitó
La noche de fútbol se presentaba fantástica en Sevilla. La presencia de Joaquín Caparrós como responsable del equipo visitante en el Sánchez Pizjuán impregnó de sentimiento los días y las horas previas al enfrentamiento futbolístico. Las aficiones de uno y otro conjunto se intercambiaban elogios en vez de reproches y descalificaciones, y los futbolistas se esforzaron en un inicio de partido competido y emocionante. Pero con todo esto acabó Carlos Megía Dávila, que ayer aplicó la norma con tal desproporción que desnaturalizó el propio juego.
Y es que no hace falta equivocarse ni alejarse de la ley para ser mal juez. Megía Dávila mediatizó el desarrollo del encuentro con su criterio sancionador.
En el minuto 23, el árbitro vio penalti en una entrada de Daniel Alves a Capdevila. Tristán lo tiró y Palop lo paró. Megía Dávila ordenó que se repitiera y, esta vez, Tristán metió la pelota en la portería de Palop. Inmediatamente, una nube de jugadores sevillistas rodearon al árbitro y éste sacó con ímpetu la tarjeta roja a Maresca, al parecer por insultarle o menospreciarle. El rigor de Megía Dávila dejó a al Sevilla prácticamente roto. La cuestión es si un desplante al árbitro es tan importante como para afectar el desarrollo del encuentro.
Pero quizá fue peor su facilidad para amonestar a jugadores. En la primera mitad, enseñó una decena de tarjetas amarillas y una roja. Es imposible que alguien niegue que el juego de los futbolistas quedó condicionado por ello. Y también su propia labor como juez, que de seguir con el mismo rasero podría dejar el terreno de juego como un solar. Y eso que el partido no fue violento. Hubo entradas fuertes, encontronazos.... pero nada del otro jueves.
El partido empezó con bastante morbo. Algunos querían ver en el Deportivo un trocito del alma del equipo de Nervión, que bajo las órdenes de Juande Ramos ha evolucionado con un juego de menos balones voladores y un mayor dinamismo combinatorio en ataque.
Pero fue el Deportivo el que llegó más despierto al partido. Munitis y Valerón aprovechaban el despiste inicial de la zaga sevillista y se inventaron una magnífica combinación que no acabó en gol por la candidez extrema del jugador canario. Munitis le bombeó un balón al interior del área de Palop, Valerón la bajó como casi nadie sería capaz de hacer, pero, incomprensiblemente, en vez de marcar gol, quiso que lo metiera Tristán, al que envió un pase imposible.
Poco a poco el Sevilla fue desliando la maraña de la línea de medios del Deportivo y Adriano encontraba cada vez más a menudo la espalda de Manuel Pablo. En uno de esos pases Kanouté no marcó por poco. Ramos mandaba a sus centrales a rematar los saques a balón parado y, en un rechace, Dragutinovic centró a Ocio que tiró durísimo desde 30 metros y obligó a Molina a hacer un paradón.
Poco después llegó el penalti y la exhibición de amonestaciones de Megía Dávila. Pero el fútbol siguió. Con rabia, los sevillistas no echaban en falta al jugador que ya estaba en la caseta. Pero Víctor cortó de raíz el arreón con un golazo desde fuera del área. Munitis sacó en corto una falta a Víctor, que tuvo tiempo de sobra para colocarse la pelota a gusto y pegarla espléndidamente fuera del alcance de Palop.
El partido estaba roto, y más lo estaba el Sevilla, que perdió a Alves en el minuto 67 por doble amonestación. Pero el conjunto dirigido por Juande Ramos se comportó de manera extraordinaria. Palop paró otro penalti y Ramos sustituyó la pillería de Saviola por la fortaleza de Kepa. Su actitud consiguió que la derrota de ayer dejara un regusto de orgullo. Con nueve jugadores sobre el campo, llegaron a acorralar al Deportivo, que en ocasiones pareció hasta algo avergonzado por haber ganado de esa manera.
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