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Crónica:FÚTBOL | 14ª jornada de Liga
Crónica
Texto informativo con interpretación

Ronaldo resuelve, Beckham enloquece

Un gol del brasileño salva al peor Madrid que se recuerda y el inglés se gana la expulsión ante un buen Getafe

Y de repente, Ronaldo. Una arrancada salvaje, una pared de museo con Zidane, el brasileño que se planta ante el portero tras llevarse el balón con la mano sin que nadie, y mucho menos el árbitro, se entere y el golpeo fácil (para él), abajo, pegado al poste. perfecto. Gol. El peor Madrid de la temporada, que ya tiene mérito, logró superar a un Getafe que durante todo el partido le sacó los colores, asunto poco complicado en estos tiempos que corren. Pero se despertó la bestia. El futbolista más determinante del mundo se asoció con Zidane y se hizo la luz en un Bernabéu que fue testigo, no precisamente mudo, de un partido casi delictivo del considerado mejor equipo del siglo XX, que no del XXI.

Jugó fatal el Madrid, que vivió en el alambre, con Beckham, más acelerado que nunca, al mando. Mal asunto. Porque la posibilidad de que el equipo funcione cuando es Beckahm el encargado de sacar la pelota está descartada hace ya tiempo. Serán precisos sus pases, sin duda; llegará la pelota donde su bota derecha la mande, claro que sí. Pero al Madrid, salvo contadas ocasiones, le sirve de bien poco. El equipo, agarrado a los envíos del inglés, se rompe por la mitad y, lo que es peor, no descansa. Balón largo, y a correr. Sin tregua. Que al lado de Beckham viva un señor que ejerce de medio centro es anecdótico, más que nada porque Pablo García está ahí porque alguien tiene que estar ahí.

Así las cosas, el balón fue del Getafe y, por consiguiente, el partido. Mostró un juego dinámico el conjunto de Schuster, al que no arredró el escenario y, mucho menos, el rival. A los dos minutos ya había cabeceado Paunovic pegado al palo y a los diez ya la había mandado Riki a la madera. Tiene algún que otro jugador agradable el Getafe, con Riki a la cabeza, y con eso le basta. Como le basta con Diego Rivas en el centro del campo, un futbolista que nunca amenaza con nada bueno pero que se ofrece, acude al quite y ordena. Técnica no le sobra, pero nadie dijo que en el Getafe haya sitio para un Schuster más allá del banquillo. Rivas sacó de quicio a unos cuantos rivales, con Guti a la cabeza, y el Madrid, que bastante tenía con ser gobernado por Beckham, se lió de mala manera.

La pagó el público con Robinho, que pasaba por allí. Se ha ganado el brasileño la inquina de buena parte de la grada y el chico no sale del agujero. Se vio aislado en la banda derecha, como si de un extremo se tratara, una orden ésta, por parte de Luxemburgo, de difícil justificación.

Salió Robinho del equipo en el descanso y en su lugar entró Baptista. Y, además, para jugar en su sitio, como segundo delantero, una noticia que se antojaba buena para el Madrid. Pero tampoco existió Baptista, por mucho que su potencia le permitiera llevarse algún que otro balón aéreo.

Andaba por entonces Beckham más revolucionado que nunca. Iba a todas, desaforado, como loco, maltratando al balón, a los rivales, a todo el que se le pusiera delante, fuera el entrenador rival o el suyo propio. Discutió con su sombra y tiró patadas aquí y allá. Y en una de éstas, encontró hueso, el de Riki, al que mandó a la lona. Es imposible que un futbolista haga más majaderías en menos tiempo. Lo consiguió Beckham, que estuvo de psiquiatra. El árbitro le mandó a la calle y el inglés se puso a discutir con Schuster, que le afeó su conducta. El Madrid se vio con diez, lo que tampoco tuvo demasiada trascendencia. Peor que con once no lo podía hacer y su incapacidad para ejecutar algo digno de mención era evidente.

Pero le faltó instinto asesino al Getafe para llevarse un triunfo más que merecido. Manejaba el balón, se acercaba a la portería de Casillas, abría a una y otra banda, sin adornos, con criterio, deprisa, deprisa... Pernía las tuvo de todos los colores, ducho como es el lateral en el disparo. No tuvo premio. En el tramo final se vio el Madrid más exigido que nunca, acogotado allá en su área. Pero se defendió con cierto orden y logró salvar los muebles.

Pero había más. Cinco minutos quedaban de partido cuando Luxemburgo se hizo presente. Decidió el técnico blindarse en el centro del campo, nada extraño teniendo en cuenta que vivía un suplicio, y estaba con uno menos, y puso en escena a Gravesen. Pero prescindió de Ronaldo y la grada, que estaba de uñas, tronó contra el entrenador. Acabó así el Madrid, roto, encerrado sin delanteros y entre silbidos, como si de un equipo pequeño se tratara. Y quizá se trate de eso.

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