El día más grande de Senegal
Los africanos, debutantes en un Mundial, ganan a una Francia nublada sin Zidane
Un día de competición y el Mundial ya está dinamitado. Con Francia, aún sentada en el trono de 1998, despachada por Senegal, una selección debutante cuyos jugadores rellenan en la Liga francesa los huecos que dejan las luminosas estrellas emigrantes.
Una gesta futbolística en la que Senegal nunca estuvo por debajo de Francia, muy rebajada por la ausencia de Zidane. Los franceses ya había evidenciado síntomas muy negativos en sus dos últimos amistosos, en ambos sin Zidane: perdieron 1-2 con Bélgica y ganaron por los pelos a Corea (3-2). Lemerre, el técnico galo, no tiene un suplente que se le aproxime al madridista ni de lejos. También lesionado Pires, no le queda nadie capaz de manejar el juego con soltura, un visionario con destreza para adivinar donde otros se atascan. Y eso es justo lo que les ocurre a Vieira y Petit cuando no tienen al socio por delante y deben tomar la iniciativa. Lemerre quiso aliviar la herida con Djorkaeff, pero al chico no le queda chispa. Con 34 años y media temporada en el paro le falta mucho carrete.
Como conocen de largo a los franceses, los africanos apretaron las filas en el medio campo. Con Diao y Bouba Diop, dos "lobos" que parecen clonados de Vieira -senegalés de nacimiento, por cierto-, Fadiga con la mirada atenta y Diouf como único atacante, bloquearon a su esbelto enemigo. Aceptaron sin pestañear el cuerpo a cuerpo, el fútbol físico y pedestre en el que se manejan tan bien como sus "maestros". Al fin y al cabo han nacido con los mismos genes que la mayoría de los campeones del mundo y todos, los once que jugaron los noventa minutos, están curtidos en la Liga francesa.
Cortocircuitada Francia, Senegal pasó a la fase "dos". Cada pelota arrancada a pulso a cualquier francés salía enfilada de inmediato hacia Diouf, el mejor jugador africano de la temporada. El delantero del Lens se bastó para denudar el solito a Desailly y Leboeuf, a los que puso en evidencia de forma reiterada. Veloz, hábil, intuitivo y con enormes recursos técnicos, Diouf anudó las piernas a los veteranos centrales franceses, que padecieron un calvario. De una arrancada del delantero senegalés, que dejó a Leboeuf descuartizado sobre la hierba, llegó el gol de Bouba Diop, un futbolista con un corpachón descomunal, con los huesos forrados de cemento, que se plantó ante Barthez con cuatro zancadas desde el medio campo.
El tanto llegó poco después de que a Trezeguet le hubiera escupido el larguero un remate desde el balcón del área. La única vez que Francia se había asomado en media hora a la portería de Sylva. Perdido Djorkaeff, al campeón le costaba un mundo tejer el juego, cambiar el ritmo del curso para explorar otras vías.
Senegal se sostenía con menos apuros de los que jamás hubiera sospechado. Pero al contrario que otros muchos conjuntos africanos, la falta de audacia estuvo a punto de mandarle al garete. Sobre todo en la segunda parte, cuando Francia se tiró cuesta abajo con todo. Sin mucho juego, pero con empeño y decisión, sobre todo por parte de Henry, el único que emitía señales. El equipo de Metsu se encogió tanto que perdió de vista a Diouf. O lo que es lo mismo, se quedó atrapado en defensa, sin salida, sin un segundo de desahogo. Además, poco a poco se agrietó sin remedio. Por un lado, víctima del vértigo al éxito que siempre hace cosquillas en equipos de novicios; por otro, prisionero de la ansiedad de algunos de sus futbolistas. Fue el caso de Diouf, al que la adrenalina le nubló más de la cuenta y le enredó en un fuera de juego tras otro. O el de Bouba Diop, al que por otro pedazo de gloria se le atragantó el ego en un par de contraataques.
Francia metió el cuchillo hasta el final, con toda la artillería pesada al asalto -Cissè, Trezeguet, Henry, Dugarry-, aunque sin batuta. Pese a todo, fruto del embotellamiento, exigió de lo lindo a Sylva, el portero que en su día relevó a Barthez en el Mónaco. Y con el meta crecido, Senegal pudo resistir hasta el final, hasta que el árbitro bajo el telón y le abrió de par en par un puesto en el álbum de oro del fútbol. Si bien, que un país africano tumbe al campeón vigente a las primeras de cambio ya no se debiera tomar como algo excepcional. Ya lo hizo Camerún en 1990, cuando despachó a los argentinos que lideraba Maradona en Italia. Con el fútbol africano hace tiempo que nada es casual, su emergencia es un hecho. Sólo le resta el último zarpazo. Está por llegar.
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