Baraja enloquece Mestalla
El Valencia remonta con un hombre menos ante el Espanyol y acaricia la Liga
Otra vez a las órdenes de un Baraja formidable, el Valencia echó mano de su enorme orgullo para mantener su condición de favorito en la lucha por el título. Remontó un partido prácticamente perdido, con un gol en contra y un hombre menos desde la primera media hora en que fue expulsado Carboni. Desplegó un derroche físico descomunal. Y sus dos hombres en estado de gracia, Baraja y Aimar, se echaron el equipo a la chepa y lo acercaron a la gloria del título 31 años después.
También el Kily González, que pisó Mestalla en el momento justo, en la última media hora, y la puso patas arriba con esa pasión que mamó en los arrabales de Rosario Central. Dos centros suyos los remató a gol Baraja. Y Mestalla se quiso morir de gusto mientras llegaban noticias del caos madridista en Anoeta.
El Espanyol, con todo a favor en una primera parte que había soñado, no pudo más que sucumbir a la apisonadora valencianista. La semana que viene, en La Rosaleda, el Valencia tiene a tiro el alirón. Y eso que antes, en dos minutos fatídicos, el Valencia había perdido totalmente los nervios. Dos jugadores veteranísimos, decenas de veces internacionales, Ayala y Carboni, le metieron de golpe en un callejón sin salida. El central argentino cometió un penalti completamente innecesario: sacó el brazo para detener un balón que no entrañaba ningún peligro a un centro de Tamudo. La pena máxima la convirtió en gol, quién no, Tamudo, un futbolista completamente enamorado de Mestalla.
A la jugada siguiente, Carboni recibió un manotazo de De Lucas y se tomó la venganza por su cuenta en un codazo que le valió la expulsión. Todo en dos minutos. Tal vez pensó Carboni que el árbitro no se atrevería a expulsarlo después del penalti señalado un instante antes. Pero se atrevió. Y el Valencia hubo de jugar desde la media hora con un hombre menos. Y con los nervios a flor de piel. Hasta ese momento, el cuadro de Benítez había actuado con la fogosidad y la fuerza habitual. Pero con deficiencias muy evidentes.
Mista, por ejemplo, lento como delantero al haberse retrasado Angulo al lateral derecho para cubrir la baja de Curro Torres, sancionado. Tampoco le ayudaron los extremos. Especialmente Rufete, que ha llegado con escaso combustible a este tramo final del campeonato. Vicente se prodigó más, pero sin la chispa que suele proporcionar Kily González, ayer sorprendentemente en el banquillo. Como consecuencia, ni Baraja ni Aimar encontraron los espacios para enhebrar su juego.
A partir de la expulsión de Carboni, el Valencia recurrió a la heroica, cada cual queriendo convertirse en el héroe por su cuenta, conduciendo el balón más de lo aconsejable, por lo que el cansancio se iba a convertir en el gran enemigo. Sobre todo ante un Espanyol que vino a lo suyo: a taparse y a salir como un rayo, con la referencia de un delantero en vena, Tamudo, que se bastó para mantener en vilo a todo el estadio cada vez que le rondaba la pelota. Salió claramente vencedor de su duelo con el capitán de la selección argentina, Ayala, a quien le quitó la cartera con fruición a la menor oportunidad. El Espanyol, además, no es cualquier equipo, sino un conjunto joven y atractivo, capaz de amargarle la noche al más pintado.
Benítez no movió ficha en el descanso, si bien su equipo siguió atacando con tanta intensidad como en la primera parte. Con un derroche total de las reservas físicas. Pero con un Mista que dilapidó cada llegada de Aimar o de Vicente. El Valencia estaba cada vez más descosido y la hinchada cada vez más encogida hasta que una noticia inesperada producida a un millar de kilómetros le levantó el ánimo: penalti a favor de la Real Sociedad en Anoeta. ¡Gooool! Mestalla restalló de alegría con el tanto de Kovacevic.
Aimar entonces quiso cargarse el equipo a la espalda y el Valencia se contagió del entusiasmo de la grada. Se sucedieron las oportunidades. Podía percibirse la electricidad de la grada. De nuevo Mista tuvo el empate en el cogote. Pero no era, evidentemente, su noche. El público empujaba de verdad y Vicente, convertido ya en lateral, en interior y en extremo, se agigantó junto a la grada de tribuna.
El partido se encauzó ya definitivamente por la vía pasional y, claro, en esos términos, no hay nadie como el Kily González, un pura sangre que se muere por vivir este tipo de retos. Así lo percibió Benítez, que lo mandó calentar y lo introdujo por esa banda que hasta entonces tanto se había trabajado Vicente. Mano de santo. En la primera pelota que tocó el centrocampista argentino, se metió hasta la línea de fondo y sirvió atrás para que Baraja, otra vez Baraja, estableciera con un remate de zurda un empate muy merecido. Justo premio, además, al mejor jugador de partido, al hombre que nunca perdió de vista lo que necesitaba su equipo.
La gloria ya fue completa cuando le metió el alma en el pie derecho para enviar a las redes otro centro de Kily González desde la izquierda.
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