Todo corazón
El Real Madrid ofreció un buen primer tiempo, pero empató por puro coraje frente al Roma
Con más alboroto que juego, el Real Madrid sacó a última hora un empate frente a un equipo que fue víctima de la tendencia italiana a especular cuando no debe. El Roma tuvo la victoria a tiro, especialmente en el segundo tiempo, donde se encontró con todas las ventajas. Al Madrid le faltaban Hierro y Roberto Carlos, ausencias que multiplicaban los defectos de un dibujo picassiano. Nadie estaba en su sitio y encima algunos se daban al folklore, como Michel Salgado, que ejerció de delantero centro en más de una jugada. Por encima del resultado, la noche ofreció señales contradictorias: el equipo mezcló buenos detalles con viejos vicios que le pudieron costar el partido.
La falta de rigor del Madrid le hizo más daño que cualquier otra cosa en un partido vehemente, digno de la Copa de Europa. A la picante salida del Roma contestó el Madrid con un rato -cerca de 30 minutos- de excelente fútbol y bastante protagonismo de Roberto Carlos y Raúl, que ejercen de faro en el equipo, al menos en cuanto presencia y tirón. A día de hoy, Figo no es el jugador determinante de la temporada anterior, aunque esta vez ofreció algunas señales positivas. No le ayudó Michel Salgado, cuya intempestiva manera de interpretar el fútbol es una invitación al desorden. Nadie marca mejor a Figo que Salgado, empeñado en progresar por la derecha en cada jugada, sin medir los tiempos, eliminando espacios al portugués y generando un atasco descomunal en un lugar donde el extremo necesita sitio para desbordar. Pero no hay manera de frenar a Salgado, que por el camino desatiende sus obligaciones defensivas. El gol del Roma fue la consecuencia de su nefasta obsesión por asumir el protagonismo que no le corresponde en el juego de ataque. Es el vilarroyismo llevado a la enésima potencia, con todo el daño que eso provoca en el equipo.
Antes de que el Roma cazara su pieza, no hubo demasiadas noticias del equipo italiano. Ni atacó, ni defendió. Concedió tres ocasiones muy claras al Madrid, lo que no habla muy bien de su solvencia defensiva. Si no ocurrió nada fue porque a Raúl le ha dado por fallar remates sencillos, con la portería libre algunas veces, como sucedió en la primera parte, cuando el Madrid superaba al Roma con claridad. Su caso es menos preocupante que el de Morientes, cada vez más lejos de lo que se espera en un delantero centro. Espeso, lento, sin reflejos, sufre en cada una de sus intervenciones. Terminó el partido con un remate -la pirueta que dio lugar al penalti-, pésima estadística para cualquier delantero centro. Y para el delantero centro de un equipo de evidente vocación ofensiva, el dato resulta muy sospechoso.
Algunos de los problemas latentes en el Madrid quedaron camuflados durante la primera media hora, donde el protagonismo de Roberto Carlos y Raúl fue determinante. Zidane se añadió con frecuencia. No hubo duda de su categoría en numerosas acciones, pero su peso en el juego no tiene la consistencia del futbolista que se siente necesario en el equipo. Es curioso que el mejor del equipo diera la impresión de ejercer de meritorio. Todavía parece preso de una timidez impropia en una estrella de su magnitud, quizá por su carácter, pero también por el estruendoso -y falso- debate que se ha generado alrededor de él. Esta vez, Zidane jugó resguardado por dos pivotes -Makelele y Celades-, lo que descubrió una evidente falta de simetría en el dibujo. Todo el costado izquierdo fue patrimonio de Roberto Carlos. En su caso, no se siente incómodo, por la naturaleza de su juego y por sus formidables condiciones físicas. Pero el desequilibrio es evidente. Y cuando no está Roberto Carlos -se lesionó y no jugó el segundo tiempo-, la asimetría tiene efectos muy dañinos. De ello se aprovechó el equipo italiano en el segundo tiempo, donde Cafú dio un curso por su lado. Sin embargo, el Roma no se distinguió precisamente por su generosidad en un partido que tenía ganado. Hizo la italiana y prefirió especular con su gol: por lo visto, en el fútbol también hay enfermedades sin cura. Sin juego y con mucho corazón, el Madrid recibió la invitación para atacar. En el alboroto consiguió un penalti y el empate. Lo que no había logrado en su notable primer tiempo, lo consiguió en su imperfecta segunda parte. Y hasta se sintió al borde de la victoria, sin otro mérito que su coraje.
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