Agonía estéril del Valencia
El Bayern gana su cuarto título tras un partido en el que los penaltis dictaron sentencia
La jugada se volvió extravagante como pocas. Unos no podían despejar ni levantarse. Otro, Mendieta, empujaba la pelota contra el cuerpo del defensa. Sonó el silbato y se pensó en un libre indirecto por retención o en la falta del centrocampista del Valencia, pero el juez decretó penalti ante la sorpresa general. En esa jugada indescifrable estuvo el origen de una final incomodísima para los dos equipos. Convirtió Mendieta el penalti y, de repente, el equipo se puso a elucubrar sobre esa impensada situación, sobre el papel de Aimar en un encuentro que iba a reforzar el estilo conservador del Valencia, sobre las decisiones que se habían tomado en el vestuario y que ahora quizá no tenían el sentido previsto. O sí. Pero la duda prevaleció durante toda la primera parte. Cúper pretendió resolverla en la segunda, pero el partido le deparó una broma pesada.
Salió Albelda por Aimar, con la intención evidente de reforzar la estructura defensiva, pero el Valencia se encontró con el pie cambiado. En la única concesión de Ayala, que se comió un amague de Elber, el balón voló hacia el segundo palo, donde porfiaron Carboni y Jancker para cabecear. El alemán empujó con todo al defensa -cometiendo falta probablemente- y remató. La pelota golpeó en la mano de Carboni, el árbitro lo entendió como penalti y a Effenberg no le tembló el pulso como Scholl, que falló su lanzamiento apenas cuatro minutos después del tanto del Valencia. Tres penaltis más que discutibles: en la capital de la ópera, el árbitro dio un sainete.
Ahora que el Valencia estaba preparado para un partido estrictamente defensivo, la realidad le exigía otra cosa. Estaba a contrapié, como de alguna manera le había ocurrido en el primer tiempo. Dio la sensación de que Cúper tenía la alineación inapropiada después de cada uno de los goles. El caso es que el equipo pareció incómodo durante toda la noche, abrumado por su temprana ventaja y decaído por el empate. Como consecuencia de ello, Cúper tuvo que volver sobre sus pasos para ofrecer una solución mixta, una especie de Aimar II pero disfrazado de delantero. Éste fue Zahovic, y no pareció mala medida, porque el partido se equilibró bastante. No mejoró, porque hubo poco fútbol, y menos por parte del Valencia, que hizo de la capacidad de sacrificio su principal virtud.
El Bayern interpretó su papel con más naturalidad, como si estuviera más viajado. Generó problemas por el fácil partido que desempeñaron Effenberg -capitán general del partido- y Scholl en el primer tiempo, poco acosados por los centrocampistas del Valencia. Y también porque Lizarazu y Salihamidzic formaron una notable sociedad en la banda izquierda. En la derecha no. Sagnol jugó de extremo olvidado. Nadie le tuvo en consideración y por allí no sucedió nada. Los errrores del Valencia fueron corregidos por dos defensas intachables. Ayala y Pellegrino defendieron el pabellón con una solvencia extraordinaria, en el caso de Ayala de manera tan visible que resultó emocionante su actuación. Intimidó, cabeceó y se anticipó como los centrales de verdad.
Al incómodo partido del Valencia se añadió su incapacidad para asociarse, para dar tres pases, para mantener el balón el mínimo necesario y no estar en posición sufriente toda la noche. Si la presencia de Aimar fue muy escasa, tampoco tuvo peso Baraja, quizá porque no es mediocentro. Es un buen acompañante que se descuelga cuando tiene un referente a su lado. Como eje del equipo, ni distribuye, ni quita en las dosis necesarias. El único recurso fue el pelotazo a Carew, que estuvo bien en lo suyo. Kouffour le sintió como una amenaza latente durante todo el encuentro. Pero las llegadas del Valencia fueron tan escasas que no invitaban a pensar en otra cosa que en el factor resistente y en la decisión de los penaltis, cosa natural en una final sobrada de ellos. Y allí, la rueda le resultó esquiva de nuevo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.