Un pariente lejano del circo
Smiljan Radic y su equipo han firmado, en Concepción (Chile), su mayor y más complejo edificio hasta la fecha. El Teatro Regional del Biobío tiene, como el propio teatro, aspecto temporal y calado eterno
El patrimonio público tiene la obligación de hablarles a los ciudadanos del poder que ellos —y sus impuestos— tienen para mejorar y cambiar las ciudades. Por eso es fundamental que los arquitectos que lo construyen entiendan de retos más allá de su propia trayectoria personal. Fue un terremoto, el de 1960, lo que dejó a los ciudadanos de Concepción sin teatro y ha sido otro, el de 2010 lo que les hizo recordar a los dirigentes del Biobío la necesidad de saldar esa deuda.
En 2011, un año después de ese último gran seísmo, Smiljan Radic ganó —con Gabriela Medrano y Eduardo Castillo (muy prematuramente fallecido en 2017)— el concurso para levantar ese teatro, un lugar simbólico y rompedor que busca alojar las artes y las hace avanzar desde su mera presencia junto al río Biobío.
Sin cimientos profundos, levantado a pocos kilómetros del epicentro de ese último seísmo, el nuevo Teatro Regional del Biobío está montado sobre una losa de arena compacta reforzada con vigas perimetrales. “Como si el edificio estuviera a la deriva y no quisiera dejar huellas”, explica Radic, el primer piso diagonal forma con la placa del segundo nivel y la losa de los cimientos un diafragma rígido pero superficial. La envolvente translúcida del polímero PTFE fomenta esa evanescencia y, para Radic, “convierte el inmueble en el pariente lejano de un circo”: un lugar osado, polivalente, flexible y reinventable.
Los límites entre inmueble y el lugar, entre la fachada y la bruma del río, entre los actores y los espectadores y entre el propio teatro y un circo son difusos en este inmueble. En los escenarios, abiertos, la penumbra confunde aún más esos límites. El andamiaje escenográfico es el edificio. Lo escondido es lo que vemos. El acceso a lo escondido es una puerta a la incógnita fascinante que es el arte en mayúsculas.
Hace años que no se dan ejemplos destacados de arquitectura pública en Chile, edificios resultado de procesos abiertos y participativos, y de concursos bien realizados. La obra pública de calidad en Chile es escasa porque el sistema de contratación es complejo, y según el Coordinador del Área de Arquitectura del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Cristóbal Molina Baeza, en los concursos predomina la evaluación de aspectos económicos sobre la creatividad de los proyectos. Molina considera que eso está cambiando. Y que el Teatro Regional del Biobío anuncia esa nueva y buena arquitectura pública. Está convencido de que “la nueva arquitectura puede ser una potente herramienta para contribuir al bienestar y la equidad social, en el contexto social y económico complejo que se viene en Chile”, ha declarado a EL PAÍS. Defiende su profesión, la arquitectura, como una expresión cultural. Sostiene que a través de la creatividad y la imaginación, con visión y sensibilidad cultural, se puede dar respuesta a los desafíos que mejorarán las ciudades y los territorios.
El Teatro Regional ciertamente inaugura una época. Innovador, audaz y tecnológico, ha construido con una base fundamental para alcanzar la gran arquitectura: tiempo para debatirla, tiempo para construirla, transparencia para su gestión, diálogo entre creadores y ciudadanos y consenso entre expertos internacionales consultados para ver más allá de lo conocido. Hoy el teatro inquieta y fascina a partes iguales. Esa duda forma parte de su cometido. La evolución de la relación entre el teatro, el lugar y los ciudadanos transformará por igual la orilla del río y a la manera de mirar de los penquistas.
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