La historia oral del museo de arte abstracto de Cuenca: “El más bello del mundo”
El centro recopila los testimonios de quienes trataron al artista y mecenas Fernando Zóbel, impulsor de este espacio

Para Cuenca hay un antes y un después de la llegada del mecenas y artista filipino Fernando Zóbel y del grupo de creadores con los que en 1966 creó el Museo de Arte Abstracto Español en una de las preciosas Casas Colgadas que miran al desfiladero del río Huécar. En aquella España de la dictadura todavía había pocos museos y ninguno dedicado al arte contemporáneo. El creador hizo el milagro con su generosidad y con la ayuda de su gran amigo Gustavo Torner, que falleció recientemente a los 100 años. Y otros grandes creadores como Gerardo Rueda, Manolo Millares, Antonio Saura, Eusebio Sempere, José Guerrero, José María Yturralde y Jordi Teixidor, entre otros.
Celina Quintas, directora del museo (desde 1981 es propiedad de la Fundación Juan March) recuerda que este fue uno de los primeros dirigido por artistas en España. El proyecto de Zóbel respaldó a toda una generación de pintores y escultores, abrió el camino a las siguientes y propició la aparición de un público nuevo. Valga un ejemplo, sus salas, que reciben más de 80.000 visitantes al año, albergan uno de los conjuntos más representativos del arte abstracto español de la segunda mitad del siglo XX.
De la creación y evolución del museo se guarda documentación escrita en forma de catálogos de cada una de las exposiciones y se conserva un fondo fotográfico de primer nivel. Pero lo más novedoso del museo es el archivo audiovisual que David Plaza, responsable del programa educativo de la Fundación March, puso en marcha en 2021, en plena pandemia. Un proyecto que sigue en proceso y cuyos resultados se han podido ver y escuchar en dos entregas. La tercera acaba de quedar lista para ser contemplada por el público.

Plaza explica que su idea fue realizar un archivo de historia oral grabado en vídeo con los testimonios de personas que vivieron en torno al museo y al caso antiguo de Cuenca desde los años sesenta hasta la muerte de Fernando Zóbel, en 1984. El archivo completo, pensado para la investigación, estará disponible en el futuro para quienes lo soliciten. “Paralelamente”, añade, “voy editando capítulos audiovisuales con intención divulgativa, que se han expuesto en la Sala Z del museo y en instituciones internacionales como el Ayala Museum (Filipinas) y la National Gallery de Singapur, en este último caso dentro de la exposición Fernando Zóbel: Order is essential".
Todos los entrevistados para las piezas audiovisuales son vecinos y vecinas del casco antiguo de Cuenca que coincidieron con Zóbel y fueron testigos de la transformación de la ciudad. En las dos primeras entregas, también hay testimonios de antiguos becados, viajeros reincidentes o artistas devotos del museo como Antonio López, Elvireta Escobio o Rafael Canogar. A todos se les invita a contar, de manera breve, lo que recuerdan de la creación del museo hace casi sesenta años, del impacto sobre sus vidas, pero también del barrio que habitan y la ciudad que lo circunda y cómo han cambiado.
“Los protagonistas, muchos de ellos buenos conocedores del museo y la ciudad”, explica David Plaza, “desgranan y cuentan al mundo su relación con Fernando Zóbel y cómo influyó en sus vidas”. El resultado es un archivo de la memoria y un registro de recuerdos, toda una auténtica “historia oral”, en la expresión utilizada por Joseph Gould, en 1972, para reivindicar en su día su trabajo como historiador de Greenwich Village (Nueva York), cuando vagabundeaba por las calles, plazas y casas escribiendo relatos de la gente de aquel barrio neoyorquino.
Los testimonios de unos y otros completan el puzle de la personalidad de uno de los artistas y mecenas más valorado en el siglo XX y más querido en Cuenca. Como prueba de ese amor, Celina Quintas recuerda el funeral de despedida que se le dedicó el 6 de junio de 1984, cuando miles de personas abarrotaron los dos kilómetros en cuesta que separan la catedral hasta el pequeño cementerio de San Isidro en el que fue enterrado.

Impacto mundial
El impacto mundial comenzó casi desde la inauguración del espacio. La revista Time estuvo en los preparativos de la apertura y publicó un extenso reportaje titulado A New View from the Cliff (Una nueva vista desde el barranco), publicado el 29 de julio de 1966. La visita de Alfred Barr, primer director del MoMA de Nueva York, contribuyó al prestigio internacional de Cuenca al decir que se trataba de “el pequeño museo más bello del mundo”. Era 1967 y el influyente historiador era el invitado de honor en una comida que los artistas le dedicaron en la casa de Eusebio Sempere.
Pero hay una huella no menos importante y tiene que ver con la repercusión que el museo tuvo en la vida de la ciudad. Dueño de un carácter abierto y muy curioso, Zóbel fue un vecino próximo y cariñoso con todo el mundo. Era habitual verle pasear con su cámara al cuello por la ciudad retratando a niños y mayores y escuchando sus historias personales. Esas imágenes de personajes corrientes de la Cuenca de los sesenta y setenta nutren un inestimable depósito fotográfico de la historia de la ciudad en el museo.

Zóbel fue el encargado de encontrar la casa perfecta para exponer su colección de arte abstracto, germen del museo. Después, el artista buscó viviendas para sus colegas en las Casas Colgadas, todas previamente rehabilitadas por el ayuntamiento. Hasta allí llegó Antonio Saura, que se instaló en una casa-taller que alternaba con la que poseía en París. El conquense Gustavo Torner tenía su propia vivienda; a fin de cuentas, fue el gran responsable de que Cuenca fuera la ciudad elegida para el museo, después de que se tanteara la posibilidad de Toledo. Los dos artistas se conocieron en la bienal de Venecia de 1962 y a la vuelta recorrieron sus calles. El filipino quedó impactado por el paisaje deslumbrante que rodea el conjunto arquitectónico. El apoyo del equipo municipal hizo el resto.
Para la adecuación del museo y las viviendas de los artistas, el forastero Zóbel recurrió a pintores, carpinteros, ebanistas, electricistas o canteros que vivían en la zona. Con él prosperaron los oficios existentes y nacieron otros vinculados a las actividades del museo: enmarcadores, montadores y enteladores.

A la sombra del Museo de Arte Abstracto se creó la Facultad de Bellas Artes en Cuenca y con el tiempo surgieron otras instituciones culturales como la Fundación Antonio Pérez, el Espacio Torner, la Casa Zavala y el centro de arte dedicado a la colección Roberto Polo.
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