_
_
_
_

Christoph Eschenbach, el director de orquesta que sobrevivió a la II Guerra Mundial gracias a un piano: “No más guerras, por favor”

El músico alemán que fue apadrinado por Karajan, acompañante de Fischer-Dieskau y mentor de Lang Lang, celebra su 85º cumpleaños con el lanzamiento de una biografía donde revela sus terribles vivencias en su infancia

Christoph Eschenbach, en mayo de 2022 en Berlín.
Christoph Eschenbach, en mayo de 2022 en Berlín.Christophe Gateau (Dpa/Picture Alliance/Getty Images)
Pablo L. Rodríguez

Christoph Eschenbach (Breslavia/Wroclaw, 85 años) podría haber sido un personaje en la reciente película de Pablo Larraín sobre Maria Callas. El director de orquesta alemán, que en 1977 era un pianista de éxito, alquiló un apartamento en París y recibió la oferta de repasar con la legendaria soprano grecoamericana el personaje de Leonora del Fidelio de Beethoven. “Hablamos por teléfono y quedamos para vernos cuando regresase a París”, recuerda a través de videoconferencia, “así que le envié un ramo de rosas en cuanto llegué, el 17 de septiembre. Para mi sorpresa, me lo devolvieron enseguida con una nota que contenía tres palabras que me estremecieron: ‘Madame est morte”.

El veterano pianista y director de orquesta alemán atiende a EL PAÍS por videoconferencia desde su actual apartamento en París, con motivo de su 85 cumpleaños. Un piso en un bello edificio art nouveau con una terraza con vistas a la torre Eiffel, donde conserva el piano Bechstein de 1894 que salvó su vida, tal como cuenta la periodista cultural Margarete Zander en Christoph Eschenbach. Lebensatem Musik, la biografía que acaba de publicar Jaron Verlag. “Mi madre murió poco después de mi nacimiento, en 1940, por lo que crecí con mi abuela. Pero ella falleció cuando vivíamos como refugiados, a comienzos de 1946, y entonces la prima de mi madre me acogió y me salvó la vida”, resume las terribles vivencias de sus primeros años de vida.

Eschenbach no se extiende en los detalles, que podemos completar leyendo el libro. A la tragedia del fallecimiento de su madre a causa de una sepsis puerperal se unió, pocos años después, la muerte de su padre en uno de los batallones de castigo como miembro de la resistencia contra el nazismo. Con su abuela tuvo que huir de su ciudad natal ante la llegada de los soviéticos y pasó el invierno de 1945-1946 refugiado en un granero de Laage, en Mecklemburgo-Pomerania Occidental, donde se llegaron a registrar temperaturas de hasta -40 grados y convivió con unos sesenta refugiados que fallecieron de tifus. Gracias a la decidida intervención de la prima de su madre, que lo adoptó, él fue el único superviviente, aunque pasó mucho tiempo enfermo y más de un año sin poder hablar.

El director Christoph Eschenbach dirigiendo a la Konzerthausorchester de Berlín, en 2019.
El director Christoph Eschenbach dirigiendo a la Konzerthausorchester de Berlín, en 2019.picture alliance (dpa/picture alliance via Getty Images)

“La prima de mi madre era pianista y cantante, y estaba todo el día tocando el piano y dando clases. Yo estaba muy enfermo, pero me fui recuperando gracias a la música que le escuchaba al piano”, prosigue Eschenbach. Todavía hoy comenta sorprendido cómo sobrevivió gracias al referido piano Bechstein que pronto comenzaría a tocar él mismo. Con el tiempo se convirtió en un premiado solista de piano que realizó una de sus primeras giras por España en 1963, aunque su voracidad musical amplió sus horizontes. Llegó a ser un brillante músico de cámara que formó un famoso dúo de pianos con Justus Frantz, también un experto acompañante de grandes liederistas como Dietrich Fischer-Dieskau, y un gran director de orquesta.

Todavía recuerda el momento en que decidió que quería ser director. “Fue en Kiel, al norte de Alemania, cuando tenía 11 años. Mis nuevos padres me llevaron a un concierto de Wilhelm Furtwängler dirigiendo Beethoven con la Filarmónica de Berlín. Al ver a aquel gigante que convertía a los músicos en ángeles y demonios, les pedí que me permitieran estudiar dirección. Ellos se lo tomaron muy en serio y me inscribieron en clases de violín para que pudiera familiarizarme con los instrumentos de la orquesta”, recuerda. Después, encontró en Herbert von Karajan y George Szell a sus dos grandes mentores. “Con ambos toqué como solista en Berlín, Salzburgo y Cleveland, pero también me permitieron asistir a sus ensayos y me dieron muchos consejos. Creo que de Karajan heredé el sentido del color y su control de las transiciones, y de Szell aprendí la precisión del fraseo y la transparencia del sonido”, admite.

Su ascenso como director de orquesta se produjo en Estados Unidos, en la década de 1990, donde logró lo que se conoce como el “milagro de Houston”, al transformar la Sinfónica de la ciudad texana en una orquesta de talla mundial. “No creo que fuese un milagro, sino el resultado del trabajo con unos músicos excelentes. Pero esos años me sirvieron para aprender mucho sobre la gestión de las orquestas norteamericanas y la necesidad de recaudar fondos para su supervivencia”, asegura. En 2003 se convirtió en titular de la mítica Orquesta de Filadelfia, donde sufrió una campaña de descrédito en la prensa. “Simplemente, a algunos críticos no les gusté. Es algo que puede pasar y no me importa mucho, pues la orquesta me sigue invitando a volver”, reconoce. Compaginó esos años como titular con la Orquesta de París. “Fue una etapa maravillosa en la que hicimos El anillo del nibelungo, de Wagner, con la puesta en escena de mi amigo Bob Wilson en el Théâtre du Châtelet, y la orquesta estaba fascinada, ya que nunca había tocado en una producción de ópera”, recuerda.

Ha tenido relaciones anteriores como titular al frente de la Tonhalle de Zúrich y la NDR de Hamburgo, pero también posteriores con la Sinfónica Nacional de Washington y la Konzerthausorchester de Berlín. Siempre en periodos de más o menos siete años. “Mi querido amigo Leonard Bernstein me contó la historia del Antiguo Testamento, en la que el sabio dice que todos los ciclos de la vida se basan en el número siete”, rememora. Cuando cumplió 49 años (siete veces siete), se propuso asumir dos compromisos que ha mantenido hasta el presente: dirigir cada vez más música de compositores vivos y apoyar a músicos jóvenes. “Lo primero lo materialicé en mi concierto de despedida como titular en la NDR de Hamburgo, en enero de 2000, donde, para celebrar el nuevo milenio, estrené siete nuevas composiciones. Lo segundo me llevó a tener el privilegio de impulsar a grandes voces y solistas como Renée Fleming y Lang Lang”, recuerda, comentando anécdotas sobre su primer encuentro con la soprano estadounidense en Houston y con el pianista chino en Ravinia.

Eschenbach ha mantenido desde hace años vínculos como invitado con varias orquestas españolas, pero la pasada temporada asumió una titularidad muy especial. Se trata de la NFM Filarmónica de Wrocław, la orquesta de su ciudad natal, en la actual Polonia. “Con ellos empecé interpretando Bruckner y ahora estamos inmersos en un proyecto para dirigir las nueve sinfonías de Beethoven”, informa. Pero también ha creado en Wrocław una fundación bautizada con los apellidos de sus padres, Heribert Ringmann y Margarete Jaross, a quienes no llego a conocer. “Ha sido una manera de recordarlos, pues él era un famoso musicólogo, y ella una talentosa pianista. Además, estoy encontrándome a personas que los conocieron, antiguos alumnos de mi padre o amigas de mi madre”, admite. Pero terminamos hablando de la situación actual y del temor a que el pasado pueda volver. “Todos esperábamos que la guerra jamás volviera a Europa y ahora tenemos esta terrible invasión de Rusia a Ucrania. No más guerras, por favor”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Pablo L. Rodríguez
Zamorano residente en Zaragoza, es doctor en Historia del Arte y Musicología. Colabora en EL PAÍS como crítico de música clásica desde 2013. Tuvo un pasado como violinista, pero finalmente se decantó por la teoría. Desde 1999, es profesor del Máster en Musicología de la Universidad de La Rioja, donde también coordina el Doctorado en Humanidades.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_