Altamira sigue revelando sus secretos 150 años después de su descubrimiento

Una investigación en la cueva revela una veintena de nuevos grabados y pinturas de hasta 32.000 años de antigüedad

Uno de los nuevos grabados encontrados en la cueva de Altamira, que representa a una cierva.Blanca Ochoa

Siglo y medio después de que Marcelino Sanz de Sautuola publicara su tesis sobre el origen prehistórico de las pinturas rojas y negras de bisontes y ciervas, que descubrió en el techo de una gruta hallada por el cazador Modesto Cubillas a las afueras de ...

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Siglo y medio después de que Marcelino Sanz de Sautuola publicara su tesis sobre el origen prehistórico de las pinturas rojas y negras de bisontes y ciervas, que descubrió en el techo de una gruta hallada por el cazador Modesto Cubillas a las afueras de Santillana del Mar (Cantabria), la cueva de Altamira sigue proporcionando a los investigadores un trabajo que probablemente nunca tenga fin. Recientemente se han descubierto 23 grabados y pinturas que representan animales o zoomorfos y signos con una antigüedad de hasta 32.000 años, además de otras muchas marcas o restos de pigmentos rojos y negros.

Y ello debido al goteo de nuevas pinturas o grabados apenas perceptibles entre los pliegues de la roca que aparecen en cada estudio. También, fundamentalmente, a que “trabajar sujetos a las grandes restricciones de acceso a la cueva para garantizar la conservación de las pinturas resulta en una tarea casi eterna”, explica Pilar Fatás, directora del Museo de Altamira en Santillana del Mar.

Fue en los últimos años del pasado siglo cuando saltaron las alarmas sobre el peligro de deterioro de unas pinturas consideradas entre las más valiosas de las descubiertas del Paleolítico Superior en el mundo, y se adoptaron unas medidas muy restrictivas de acceso tanto a visitantes como a investigadores. Así, en el último estudio en Altamira, que el pasado diciembre reveló la existencia de nuevos grabados y pinturas, los científicos del museo y de la Universidad Complutense de Madrid solo pudieron permanecer en la cueva en periodos de cinco días cada dos meses y apenas una hora y media en cada jornada.

Las pinturas más antiguas de Altamira se han datado en unos 35.000 años, en el período Auriñaciense, dentro del Paleolítico Superior, mientras que la edad de los bisontes y ciervas del sublime techo polícromo oscila entre los 15.000 y 12.000 años, en el Magdaleniense. Los grabados más antiguos entre los recién documentados pertenecen al periodo Gravetiense del Paleolítico Superior (hace entre 24.000 y 32.000 años), mientras que otros y las pinturas en trazos negros datan del Magdaleniense Inferior (19.000 a 17.000 años), cuando los artistas rupestres las plasmaron en un friso o pared de 28 metros de longitud y entre uno y tres de alto en un sector de la cueva apartado del que preside el techo de bisontes. Aparecieron tras los trabajos de investigación dirigidos por la directora del museo y el profesor de Prehistoria de la Complutense Marcos García Diez, publicados en la revista Sautuola del Instituto de Prehistoria y Arqueología.

Friso de la cueva de Altamira, donde arriba se aprecia el caballo con las dos ciervas superpuestas.

“Las nuevas herramientas para el análisis del arte parietal del Paleolítico y la mayor certeza que hoy tenemos para determinar cuánto tiempo podemos trabajar en la cueva sin dañar su contenido han sido fundamentales para este descubrimiento”, dice Pilar Fatás.

Las imágenes muestran un caballo, las habituales ciervas de las cuevas de Cantabria, zoomorfos sin determinar y signos triangulares y cuadrangulares, además de muchas marcas rojas y negras en las que no se aprecia una intencionalidad de representación, según la directora del estudio y del Museo de Altamira. Para obtener la datación de los grabados, en los que no se puede aplicar la prueba del carbono, se ha recurrido a la comparación de su morfología con las de pinturas en las que sí se ha establecido su antigüedad, “ya que no se representa del mismo modo a una cierva en el Gravetiense que en el Magdaleniense”, explica Fatás.

Un ciervo de los nuevos grabados hallados en Altamira.BlancaOchoa

La comparación de estos finos grabados en la piedra con los hallados en huesos y arte mueble en excavaciones del entorno es también otra socorrida herramienta para su datación, “con un margen de error de unos mil años”, apunta Marcos García Díez, profesor de Prehistoria de la Complutense, que destaca el descubrimiento de un grabado de un caballo de hace unos 30.000 años sobre el que se han superpuesto otros dos de ciervas entrelazadas 12.000 años después. Y unos 3.000 más tarde, la tea de alguien que se acercó para contemplarlas, en el último periodo de los cazadores recolectores, dejó una marca de carbón que hoy ha podido datarse.

“Esta superposición de imágenes dilatada en el tiempo plantea el valor atemporal de los símbolos del arte rupestre, del mismo modo que ocurre en la sociedad actual cuando admiramos los que conserva, por ejemplo, una catedral medieval”, dice García Diez.

Además de la identificación de los nuevos vestigios dejados por el hombre del Paleolítico en Altamira, el estudio ha revisado los catalogados por los principales arqueólogos y paleontólogos que investigaron en la cueva en 1906 y 1935: el francés Henri Breuil, el suizo Émile Cartailhac y el alemán Hugo Obermaier. Para ello se han utilizado técnicas modernas de fotografía y fotogrametría y se ha podido determinar si eran certeros sus cálculos sobre unos grabados tan finos que a simple vista apenas se aprecian.

La cierva superpuesta a la primera.BlancaOchoa

“Desde 1935 no se ha llevado a cabo una monografía de Altamira —dice Pilar Fatás—, algo que sucede en todas las cuevas con valioso arte rupestre debido a las severas restricciones de acceso con las que hay que lidiar para proteger el arte parietal. La cueva consta de 300 metros de desarrollo, pero la gran mayoría de los esfuerzos de investigación se ha dirigido a esos 150 metros cuadrados de arte que son el techo de los bisontes, debido a su complejidad y grandiosidad, y el resto de las salas se ha quedado un poco en el olvido, por lo que ahora nuestro afán es aumentar el inventario e investigar sobre todo fuera de esa zona, porque toda la cueva merece una revisión”.

Además, el constante trabajo de investigación no solo resulta en el descubrimiento de nuevas obras de arte rupestre en Altamira, sino que también incorpora nuevas piezas de arte mueble paleolítico al museo de Santillana del Mar, asegura su directora.

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