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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Charlie Watts: el bicho más raro de The Rolling Stones

Dos libros recientes exploran la solidez musical e insólita personalidad del baterista de la banda británica

Charlie Watts, durante la gira de los Rolling Stones de 2013, en el Staples Center de Los Ángeles. Foto: MARIO ANZUONI (REUTERS) | Vídeo: EPV
Diego A. Manrique

“No tengo problemas con las drogas; tengo problemas con la policía”. Keith Richards es experto en sentencias lapidarias. Aunque no necesariamente dignas de fiar: “Sin Charlie Watts no hay The Rolling Stones”. En agosto de 2021, se anunció que, debido a problemas de salud no especificados, Watts no podría incorporarse al siguiente tramo de la gira No Filter; implícitamente, se sugería que Charlie volvería en cuanto recuperase sus fuerzas. No pudo ser: fallecería tres semanas después, con 80 años. Y los Stones retomarían la carretera como si nada grave hubiera ocurrido: con otro baterista, Steve Jordan, camarada de Richards.

Inevitable, me dirán. Lo único que afea ese mito de la-pandilla-unida-hasta-la-eternidad es el hecho de que los Stones han sufrido deserciones: Mick Taylor y Bill Wyman (lo de Brian Jones pertenece a otra categoría). Y en ambos casos, no se puede decir que funcionara la fraternidad entre colegas. Taylor y Wyman aspiraban a contribuir con canciones propias al repertorio rollingstoniano; en último caso, se conformaban con que se reconociera su participación en determinados temas. Ni modo: sea cual fuera la génesis, todo salía firmado exclusivamente por Jagger-Richards.

'Simpatía por el baterista: por qué importa  Charlie Watts' (Libros del Kultrum).
'Simpatía por el baterista: por qué importa Charlie Watts' (Libros del Kultrum).

Charlie Watts no tenía esos problemas de ego. Carecía de voluntad de componer y, mucho menos, composiciones de rock. Se sabía el perro verde en el seno de los Stones: un enamorado del jazz, que solo escuchaba rock por casualidad o en el curso de su jornada de trabajo. Sin embargo, es posible que fuera más baterista que acólito del jazz. En el primero de los dos libros recién publicados sobre su persona, Simpatía por el baterista: por qué importa Charlie Watts (Libros del Kultrum), Mike Edison explica cómo Watts fue estudiando a los bateristas del blues de Chicago, del soul sureño, del reggae jamaicano, de la disco music, hasta del punk rock. ¿Era lo que necesitaban los Stones o había también el pundonor del profesional que quería dominar las novedades?

A partir de los años ochenta, usó su dinero para montar grupos de jazz que actuaban y grababan de forma intermitente. Hasta hizo un disco de, por falta de mejor etiqueta, música experimental, con su colega californiano Jim Keltner. Secuenciadores, samplers, voces tratadas, cantos tribales… y un punto de provocación: cada corte llevaba el nombre de Max Roach, Elvin Jones, Tony Williams y otros ilustres golpeadores del jazz.

Mike Edison transmite un genuino entusiasmo por la música de Watts, aunque me temo que muchas descripciones solo tendrán sentido para bateristas profesionales. Pero el hombre se moja y se atreve con opiniones poco convencionales. Lo contrario de Charlie’s Good Tonight, de Paul Sexton, recién traducido y editado por HarperCollins Ibérica. Se trata de una “biografía autorizada”, lo que explica que solo se explique brevemente el periodo, durante los años ochenta, cuando se le agrió el carácter y se dedicó al alcohol y las drogas duras. Fue durante esa época cuando, se supone, atizó un puñetazo a Mick Jagger, tras una impertinencia del cantante.

'Charlie’s good tonight', de Paul Sexton.
'Charlie’s good tonight', de Paul Sexton.

Una lástima, ya que tales salidas de todo humanizan a un personaje al que cabe describir como un proyecto de aristócrata del siglo XIX. Su idea de la elegancia le llevaba a encargar docenas de zapatos artesanales —a 4.000 libras cada par— o comprar en una subasta dos trajes que pertenecieron a Eduardo VIII, aquel fugaz rey del Reino Unido con simpatías por Adolf Hitler. También adquirió algunos de los coches más caros del mercado, aunque no se dignó a aprender a conducir. Tampoco supo montar a caballo, aunque acumuló una impresionante yeguada, incluyendo a Pinta, una potranca conseguida en Polonia por 700.000 dólares.

Tenía mentalidad de coleccionista y, como diseñador gráfico, amaba los objetos bien hechos. Acumulaba también discos, baterías históricas, armas de la Guerra Civil estadounidense, cartelería de jazz y un largo etcétera. Pensaba que era más sencillo entender el pasado que el presente que le tocó vivir. Nunca comprendió que alguien como él, un baterista minimalista, se llevara las mayores ovaciones cuando The Rolling Stones tocaban en los estadios.

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