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Blogs / Cultura
La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro

La historia de Sly Stone, el genio calidoscópico que destruyó su gloria

El documental ‘Summer of Soul’ recupera la figura de uno de los artistas más importantes del avance de la música negra hacia el funk y otros estilos

Fernando Navarro

La música popular está llena de historias increíbles. Desde hace un mes, una de ellas va siendo descubierta poco a poco por más gente a través del fabuloso documental Summer of Soul, que saca a la luz el legendario Harlem Cultural Festival, celebrado en Estados Unidos en 1969, mismo año que Woodstock, por lo que se le conoció como el Woodstock negro al homenajear y reivindicar la cultura y música afroamericanas, todo un alegato sonoro y comunitario para promover el orgullo negro (black pride) en plena lucha de los derechos civiles. Y, detrás de esta historia, hay otra que merece conocerse por cuanto más gente mejor: la de Sly Stone, el genio revolucionario del funk.

Aparece en mitad de Summer of Soul, cuando el espectador ya está atrapado en esta película cargada de emocionantes intervenciones desde que Stevie Wonder abre el filme con su solo de batería. Habrá muchas más protagonizadas por Nina Simone, Mavis Staples, Mahalia Jackson, David Ruffin, The 5th Dimension, The Chambers Brothers, Ray Barretto, Max Roach y Gladys Knight. Difícil rescatar un momento de esas dos horas de goce musical, pero conviene detenerse en Sly and The Family Stone.

Su aparición es pletórica y radiante. Como se dice en el documental, Sly Stone y los suyos abanderan el cambio sonoro en 1969. Se ve cómo gran parte del público se encuentra descolocado ante el super figurín salido de Texas, cuyos preceptos musicales distan de los pesos pesados del certamen. Los adultos asistentes al Harlem Cultural Festival han crecido con el soul, el jazz y, por supuesto, el góspel que mamaron desde niños en las iglesias. Son estilos bien representados en el evento de Harlem y, de ahí, que la mayoría reciba con más devoción a cualquiera antes que a Sly. La ovación a David Ruffin es paradigmática al respecto. Ruffin es la estrella de The Temptations, embajador de Motown, sonido triunfante. Es el rostro visible del pop de gen afroamericano. Pero Ruffin, aún con su calidad incuestionable, representa ya el pasado en ese verano de 1969. Sí, el pasado. El futuro tiene nombre: Sly and The Family Stone.

En la edad dorada de la música popular, el futuro llegaba rápido, muy rápido. Y lo hacía con la fuerza de cometas estelares. Sly Stone es el futuro y, por eso, todavía es incierto, desconocido, aunque fascinante. En Summer of Soul, hay interés por conocer a este nuevo talento de la música negra, a este nuevo hermano que tiene pelo reivindicativo afro, viste con ropajes llamativos y psicodélicos y lleva unas gafas coloridas e inmensas, de las que tomaría buena nota Elton John pocos años después. La gente está expectante y, tal y como se señala en el filme, más todavía cuando en su grupo hay un batería blanco. ¿Quiénes son esos tipos que salen con un blanco a escena? ¿Con esas pintas? ¿Con esos andares? ¿Quién es ese chulo que se pone al órgano?

Sly Stone representa el futuro incluso en el año 2021. Su aportación a la música es tan definitiva que merece un estudio a conciencia. Por influencia y exploración, sobre ese escenario de Harlem, estaría a una altura similar a la de Stevie Wonder. Esa es mucha altura. En el documental, se le ve a él y la banda tocar Everyday People, uno de sus himnos, tarareado hasta la extenuación por la población afroamericana. Pero es solo la punta de un gran iceberg, toda una fuerza de la naturaleza que muestra entre 1967 y 1974 un alucinante sonido caleidoscopio, adictivo en su mezcla de funk, soul, pop, rock, psicodelia, jazz y lo que se ponga a tiro para marcar un ritmo nuevo, escurridizo, refulgente.

Sly and The Family Stone está en Harlem en 1969, el mismo año que el grupo saldrá en el escenario de Woodstock y hará vibrar a decenas de miles de personas con Wanna Take You Higher! Y está en ambos escenarios abanderando un cambio radical de sonido y sin todavía sacar There’s a Riot Goin’ On, publicado en 1971 y quizá el álbum más decisivo de todos, un magnífico muestrario de sus dotes. Es el más citado por la crítica, aunque mi preferido sea Stand! Ahí en el disco están metidos Stevie Wonder y The Jackson 5 -¡aunque estos todavía estaban saliendo del huevo!- con el funk de Nueva Orleans, el rock contracultural y un extraño pop hipnótico. Todo en Sly and The Family Stone es una agitadora festiva y contagiosa.

La historia de Sly Stone hay que conocerla para acercarse a una música impresionante, pero también para conocer uno de los mayores boicoteos que un artista ha hecho de sí mismo. Es bueno señalar que el músico consiguió todo fuera del radar de mecas de la música negra de los sesenta como Motown o Stax. Fue uno de los fichajes de Epic, perteneciente a la major CBS. El gran Clive Davis, ejecutivo importantísimo de la industria musical y que se convirtió en mano derecha de Aretha Franklin a su salida de Atlantic, quería fichar artistas negros rompedores para intentar competir con Motown. Sly and Family Stone, una apuesta personal de Davis, llegó para modernizar el catálogo de Epic, que se había hecho fuerte con artistas de rock and roll, R&B y country.

Fue un gran fichaje, pero nadie imaginó nunca que Sly Stone, tipo obsesivo y adicto a las drogas con especial querencia a la cocaína, se lanzaría al vacío desde la misma cumbre. Si hubiese muerto joven, como Jimi Hendrix, hubiese alcanzado quizás la gloria eterna. Pero no. Sly Stone, simplemente, dejó de interesarle todo: la música, los conciertos, la fama, el público, la historia. El genio era un desastre humano que faltaba a las actuaciones, dejaba los estudios de grabación colgados durante semanas, podía destrozar un concierto con sus salidas de tono o desinterés aplastante. De hecho, hubo decenas de ellos en los que los asistentes acababan abucheando a la banda porque el cantante y compositor se largaba visiblemente drogado y pasota. En 1975, Sly and Family Stone se disolvieron. El grupo era insostenible y el público había dejado de apoyarles por culpa del historial que acumulaban. De sinónimo de vanguardia pasaron a sinónimo de fraude.

Después de tocar el cielo, Sly Stone malvivió con discos irrelevantes, con ayuda de amigos y admiradores que le llamaban para colaboraciones o giras, entre ellos Bobby Womack o George Clinton, hacedor de los grandiosos Parlamient y Funkadelic. En el caso de este último, a fin de cuentas, siempre supo que Sly Stone era uno de los grandes, un creador que cómo él llevó la música a territorios inexplorados. Compartían un espacio sonoro común, donde el funk se revuelve como loco y colorista y no caduca. Porque tanto el mejor trabajo de George Clinton como el de Sly Stone guardan aún vigencia.

Sly Stone sigue vivo, pero su carrera artística no. Su ruina ha sido retratada hasta en un documental menor: En los últimos años, ha estado de juicios con su antiguo manager al que acusa de haberle instado a firmar la cesión de los derechos de sus canciones cuando estaba drogado en distintas épocas. Ganó la causa Su existencia es cualquier cosa menos la de un genio que puede hablar con la autoridad de su obra. Es la voz de un hombre que protagonizó una caída inmensa hasta el punto de que la prensa estadounidense informó hace unos años que era un mendigo que vivía en una caravana en las afueras de Los Ángeles. Al parecer, había algo de montaje para causar lástima ante los servicios sociales y sus pleitos. Lleva décadas siendo una sombra de aquel hombre que revolucionó la música.

De leyenda a desastre con patas. De gran creador de un sonido calidoscópico y extraordinario, que elevó el funk en los setenta, influyó en el primer rap y señaló caminos de Prince a The Roots, a un tipo que boicoteó la gloria. 

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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