_
_
_
_
LIBROS | CRÍTICA DE 'JERUSALÉN'

Una eternidad proletaria

Jerusalén, segunda novela de Alan Moore, guionista de V de Vendetta y Watchmen, es un ambicioso y desaforado canto de amor a su barrio. La edición, lastrada por una irregular traducción, convierte una obra difícil en un calvario

Alan Moore, visto por Sciammarella.
Alan Moore, visto por Sciammarella.

El diálogo religioso Theron y Aspasio le valió a James Hervey el repudio de su mentor, John Wesley, por su antinomismo; es decir, su convicción de que es la fe y no la sumisión a la ley divina lo que garantiza la gracia. O, dicho de otra manera, que el pecado no niega necesariamente la salvación. Un personaje de Jerusalén, segunda novela del célebre guionista de historietas Alan Moore —creador, entre otras obras, de Watchmen y V de Vendetta—, lee una biografía de Wesley que considera Theron y Aspasio anticipación de la literatura posmoderna por su radical alternancia de tonos, estilos y géneros, entre ellos “descripciones narrativas, noticias científicas, monólogos internos, anécdotas, autobiografía, testimonio presencial, retratos a pluma, cuentos, sermones, estudios lingüísticos, retratos naturalistas, diarios, poemas e himnos”, incluso soluciones estructurales propias del guion cinematográfico. Moore está jugando ahí a la puesta en abismo, pues lo que cita se puede aplicar a su propia novela, catedral de más de un millar y medio de páginas que, de hecho, incluye más puestas en abismo que una galaxia barroca: desde la condensación en azulejos de la biografía del reverendo Philip Doddridge, figura clave del inconformismo anglicano, hasta la exposición de arte que cierra el relato, cuyas piezas recapitulan toda la obra; sin olvidar el juego metalingüístico del segundo volumen, supuestamente escrito por uno de sus personajes a ratos perdidos en fisuras del espacio-tiempo.

Tras La voz del fuego, que ahora parece un humilde ensayo general, Jerusalén es una hermosa, agotadora y apabullante monstruosidad, el sueño cumplido (o la pesadilla desencadenada) de esa obra total que el autor no pudo culminar en el ámbito de la historieta con Big Numbers, obra que debía alcanzar las 500 páginas y acabó llevándose a dos dibujantes por delante: Bill Sienkiewicz y Al Columbia, que abandonaron sobrepasados.

Jerusalén es un desaforado canto de amor a los Boroughs, el depauperado barrio natal del autor, trascendido como auténtico centro místico del universo, un lugar históricamente marcado por la guerra y la disidencia religiosa, zona de imantación para visionarios y territorio de experimentación sobre la fuerza devastadora de las metáforas: Moore atribuye a la construcción de una planta incineradora en el barrio la consolidación de la insalvable condena que exterminó los sueños y esperanzas de la clase obrera local.

Firme creyente en el poder transformador del arte, Moore levanta la antítesis de ese destructor que dejó en el aire una metástasis espiritual capaz de sobrevivir a su demolición en los años treinta. Su novela aspira a eternizar en el espacio salvífico del arte lo que aquello aniquiló: las voces de los desfavorecidos, la memoria colectiva, incluso el inconsciente, los sueños y fantasías de quienes alguna vez pisaron el lugar.

Jerusalén despliega su relato de relatos en tres partes: la primera entrecruza personajes y teje una red de ecos y conexiones a través del tiempo, mientras graba a fuego el trazado de las calles del barrio — sus transformaciones a lo largo de la historia — en los circuitos neuronales del extenuado lector; la segunda funciona como una aventura metafísica de los Cinco escrita por una Enid Blyton puesta de ácido e incluye momentos tan poderosos como el combate de dos ciclópeos arcángeles o la climácica carrera a lomos de un mamut fantasma, y la tercera ata cabos en un estallido de pirotécnicos ejercicios de estilo —de Joyce a Beckett, pasando por la sextina o el hardboiled bufo—, privilegiando diversas modulaciones de una visión panóptica en un sostenido tour de force que detalla la historia económica, racial y cultural del lugar y da fe de la recurrencia de figuras sacrificiales femeninas —Lucia Joyce, Lady Di y Audrey Vernall, contrafigura de una familiar de Moore—.

Con exceso y desbordamiento como clave arquitectónica y fuente secreta de placer, la megalómana Jerusalén es un desafío para la traducción que José Torralba resuelve con una competencia que alterna decisiones discutibles —el habla de los Boroughs— y soluciones brillantes —la descripción de la arbórea fraseología de los arcángeles— hasta alcanzar casi el millar de páginas.

A partir de ahí, el caótico travestismo de géneros gramaticales, la aberrante dislocación de signos de puntuación y la aparición de desconcertantes interferencias levantan la sospecha del potencial uso de algún programa de traducción y dejan clara evidencia de que no ha habido ninguna fase de corrección en el proceso editor: ¿cómo puede convertirse “forty years or so ago along the linger of his life” en “unos cuarenta años después, en Estados Unidos, curso de su vida” (sic)? En el capítulo que Moore dedica a Lucia Joyce, escrito en clave Finnegans Wake, Torralba decide desentrañar el sentido prescindiendo de todo juego verbal, conservando un desnortado efecto de extrañamiento a través de arbitrarios errores ortográficos, que convierten la emulación lingüística de una mente esquizofrénica, marcada por la sobresaturación de sonidos y sentidos, en una insensatez injustificable: entre ese “Awake, Lucia gets up wi’ the wry sing of de light” que se degrada en “Lucía se despierta con la lus” y el “An embress of textistence and embiddyment aflight, Lucia dawnsees on the meadhows grase forever” reducido a “Emperatris de la existencia y encarnación de la lus, Lucía baila sobre el césped para siempre”, la traducción del capítulo es catastrófica, con soluciones tan difíciles de asimilar como la conversión de “Alchembold” en ¡“Salbador Dalí”! Ni el más generoso antinomista podría conceder la gracia a esta edición que convierte una obra difícil y exigente en un calvario.

Jerusalén

Alan Moore


Traducción de José Torralba


Minotauro, 2019


1.698 páginas. 60 euros


Encuentrálo en tu librería más cercana

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_