Damien Rice y el refugio en la isla de las aguas volcánicas
Devastado por la ruptura con Lisa Hannigan, el músico huyó de los focos y los escenarios para encerrarse durante años en Islandia
Cuando el obstinado profesor Otto Lidenbrock descifró el criptograma del alquimista Arne Saknussemm llegó a la conclusión de que era posible viajar al centro de la Tierra. Si se descendía a través del cráter de un volcán apagado en Islandia, se podía llegar a lo más profundo del planeta, donde había océanos y terrenos salvajes pertenecientes a eras pleistocenas. Durante su periplo, Otto Lidenbrock y su sobrino Axel estuvieron desaparecidos durante muchos días hasta el punto de que algunos les dieron por muertos, pero regresaron para contar tal hazaña.
Como a los personajes principales de Viaje al centro de la Tierra, el maravilloso libro de Julio Verne, cuando Damien Rice se instaló en Islandia hace aproximadamente una década, muchos también le dieron por muerto. Desapareció por completo y estuvo sin dar señales de vida aún más tiempo que el profesor Otto Lidenbrock y su sobrino. De alguna forma, Rice, uno de los mayores talentos de la música irlandesa en el siglo XXI, había ido a hacer su propio viaje al centro de la tierra. Deprimido por una ruptura sentimental y hastiado de la fama, Rice se escondió del mundo en un refugio de esa enorme isla, poblada de volcanes, que queda al sur del círculo polar ártico.
Hubo un tiempo, allá por 2014, que su desaparición fue muy comentada. ¿Dónde estaba Damien Rice? Desde que abandonó la banda Juniper y se dio a conocer en 2003 como artista en solitario, este cantautor, que se rasgaba todas las vestiduras en sus canciones, se había erigido en uno de los músicos más fascinantes del circuito indie con el disco O. Más que por sus exploraciones artísticas, su reconocimiento venía por la intensidad de sus interpretaciones. Romántico enfermizo, Rice hacía sentir que se jugaba la vida cuando cantaba. Desbordaba la pasión de los viejos juglares.
Detrás de ese disco, grandioso como un corazón latiendo desbocado, había otra persona. Su nombre era Lisa Hannigan. Ya entonces, algunos artículos citaban a esta cantante irlandesa como un miembro más del grupo o como mera acompañante. Solía aparecer en esa dichosa letra pequeña. Sin embargo, Hannigan no solo era la gran inspiración de Rice, a la que dedicaba sus lágrimas, anhelos y versos, sino que su voz cristalina se complementaba con simbiosis extraordinaria con el desgarro del autor de O. Hannigan le hacía más fuerte y mejor. Sí, mejor, o todo eso que tiene que ver con brillar de una forma especial cuando la otra persona es igual o más talentosa que tú y, en vez de taponarte, se aparta lo suficiente para que tú cojas carrerilla y luego, además, sabe acompañarte. Todo esto se volvió a demostrar en el álbum 9 y en una canción como The Animals Were Gone, en la que el llanto de Rice adquiere aire bucólico cuando de, entre las sombras, aparece la voz de Lisa.
Como esas leyendas mitológicas, Damien Rice y Lisa Hannigan se hicieron pareja sentimental y juntos desprendieron durante esos años el aroma de las grandes esencias. Como antes lo fueron Bob Dylan y Joan Baez, eran una pareja musical envidiable. Talentosos, guapos y cautivadores. Lo eran hasta que ella dijo basta. Harta de las psicosis artísticas de él y sintiéndose infravalorada, Lisa le dejó en 2007. Se fue a buscar su camino y lo encontró. Lisa Hannigan empezó una aclamada carrera en solitario. En cambio, Rice, siempre obsesivo y frágil, desapareció. Lejos de los focos y de los escenarios, se fue a Islandia, aunque eso se supo mucho tiempo después.
No se sabe bien cuánto tiempo estuvo el músico en Islandia. Quizá cerca de cinco años, quizá bastante menos, o algo más. El propio Damien Rice debió perder la cuenta. Sí se sabe -porque lo contó él en una de las escasas entrevistas que concedió al dejar la isla- que el día que llegó por primera vez le fue a recoger un amigo y se lo llevó a la naturaleza. Ese día le bastó para decidir encerrarse en la isla.
Islandia, tierra bella y salvaje, está poblada de mitos y leyendas que hablan de que, entre sus lagos, acantilados, cascadas, fiordos, géiseres y volcanes, habitan todo tipo de seres como elfos, hadas, gigantes, dragones y bestias marinas, pero nada comparado con experimentar la sensación de probar sus aguas calientes. Agua hirviendo desde el suelo en mitad de un paraje salpicado por glaciares. Es como un cuento. Hay cuentos que hasta que no se conocen de primera mano no se creen. En mitad de su depresión, Rice conoció lo que llamó “un jacuzzi al aire libre”, refiriéndose a las aguas termales que conoció en su primer día en Islandia. “Estaba nevando por la noche y con rocas volcánicas por todas partes y yo estaba diciéndome: ‘¿Dónde diablos he venido?’”, dijo. Rodeado de una tierra indómita y milenaria, Rice se alquiló un refugio y vivió solo. Salía poco, y muchas veces lo hacía para recorrer con una furgoneta ese lugar único. Encerrado en la isla, compuso las canciones de lo que sería My Faded Fantasy, el tercer álbum de su carrera y un auténtico mapa emocional de un hombre devastado por el amor y su propio ser.
Si el profesor Lidenbrock se empeñó en bajar otras 1.500 leguas para llegar al centro de la Tierra, Rice no se quedó atrás en My Favourite Faded Fantasy, publicado en 2014. Sus largas canciones -todas, menos una, superan los cinco minutos- son como expediciones al centro de su corazón, ese órgano que nos conecta con el misterio de la vida. Podría haberse quedado a mitad de camino y hubiese valido, pero, con su barba desaliñada y sus ojos deslumbrados, Rice responde a la afirmación que hacía Axel, el sobrino de Lidenbrock, cuando el profesor estaba loco por alcanzar su objetivo: “No hay nada que embriague tanto como la atracción del abismo”.
Damien Rice es de esas personas que, cuando se cae a un pozo, en vez de intentar trepar hacia arriba, escaba hacia abajo. Como si hundiéndose más pudiese hallar una salida imposible a otro lugar. La maravillosa locura es que lo consigue. Escarba con tanta fuerza y tesón que, dotado de un don para el folk-rock minimalista, inventa un agujero que llega a un territorio nuevo. Con esos crescendos instrumentales impresionantes como volcanes bullendo y esa voz magnética, sus canciones van de menos a más hasta que alcanzan lo más profundo de los sentimientos. Es un territorio salvaje y prehistórico, perteneciente a esa “fantasía desvanecida”, como reza el título del disco, y que nos descubre la hermosura de lo inexplicable.
Decía el profesor Otto Lidenbrock: “Mientras el corazón lata, mientras la carne palpite, no me explico que un ser dotado de voluntad se deje dominar por la desesperación”. Si bien es cierto que My Favourite Faded Fantasy es un viaje desesperado de Rice por todo lo que perdió con la marcha de Lisa Hannigan, incluso por su propia facilidad a caer en el abismo, el disco se cierra con Long Long Way, una canción de más de seis minutos que comienza con estos versos: “Largo camino a la cima / Largo camino hacia abajo si te caes / Y es un largo camino de regreso si te pierdes / Largo camino hasta el final”. En ese largo camino, Damien Rice atraviesa montañas, acantilados y glaciares, pero al final su corazón late y su carne palpita, asombrándose y asombrándonos con la magia de las aguas volcánicas en la tierra del fuego y el hielo.
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