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UN CUADRO AL DÍA

Rembrandt y la divinidad

Los museos han cerrado sus puertas, pero la contemplación del arte sigue abierta. Cada día, recordamos la historia de una obra que visitamos a distancia. Hoy: 'La ronda de noche'

'La ronda de noche' (1642), de Rembrandt, conservada en el Rijksmuseum de Ámsterdam.
'La ronda de noche' (1642), de Rembrandt, conservada en el Rijksmuseum de Ámsterdam.RIJKSMUSEUM

“Ah, los chinos le habrían llamado “maestro”. El pincel cargado de tinta, la mano, la muñeca, el antebrazo, el brazo. ¡Y esa velocidad! Nadie le llega a la suela de los zapatos”. Palabra de David Hockney, adorador absoluto de Rembrandt Harmenszoon van Rijn, el pintor menos holandés del Siglo de Oro de la pintura neerlandesa y el artista reconocido como pichichi de aquella alineación galáctica compuesta por Johannes Vermeer, Frans Hals, Gerard Teo Borch, Judith Leyster, Gabriel Metsu y Pieter de Hooch. Todos estos descubrieron y deslumbraron con el gesto de lo cotidiano y la armonía entre la moral y la estética. El protestantismo holandés y la moral calvinista de la Holanda del siglo XVII vetó la pintura en las iglesias y liberó a la sociedad y al arte del monopolio religioso: si Dios ahora se presenta en todas partes y en los gestos más insignificantes, los pintores atienden las calles y entran en los hogares.

“El protestantismo es la única religión que no arranca a sus fieles de la prosa de la vida y que permite que ésta adquiera valor con total libertad”, escribe Hegel. Así es cómo la pintura holandesa, rendida al festín del dinero de la emergente burguesía, reniega de los cristos yacentes y las vírgenes dolorosas y se entrega al placer de la intimidad doméstica. No más dolor y culpa: ha llegado el momento de concentrarse en los privilegios de las costumbres, en la riqueza moral de los ciudadanos ejemplares. En sus dibujos Rembrandt atiende estas escenas de la vida corriente (mujeres que enseñan a andar a un niño, una madre que tranquiliza a su hijo, asustado por un perro), pero nunca pintó un cuadro a partir de ellas. Rembrandt mira al mundo profano, a la calle, pero para colar escenas bíblicas, como Tobías acusando a Ana del robo del cabrito (1636) o pasajes como Judit en el banquete de Holofernes (1634), que conserva el Museo del Prado. Se dedicó a mostrar el carácter sencillo y corriente de los personajes de la historia sagrada.

Representó la vida cotidiana de sus contemporáneos, pero jamás pintó auténticos cuadros de género. La mejor muestra de los intereses tan particulares y tan extraños a su entorno más próximo es, precisamente, su obra más popular: La ronda de noche (1642), que preside la galería central del Rijksmuseum, en Ámsterdam. Más allá del tenebrismo de la escena, de la teatralidad de los personales y del interés que muestra el pintor por la condición humana y emocional, la salida de los componentes de la hermandad de los arcabuceros de su acuartelamiento –para participar en un concurso de tiro–, tiene poco que ver con la pasión por la literalidad de lo corriente. La falsa espontaneidad del momento camufla el disfraz de héroes con el que viste a sus pagadores, justo en un momento en el que la pintura desahucia todo gesto que no sea vulgar.

Visita virtual: La ronda de noche (1642), de Rembrandt, conservado en el Rijksmuseum (Ámsterdam), en la web de Google Arts and Culture. 

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