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LIBROS

El imprescindible Guillermo de Torre

El centenario de la publicación de su manifiesto ultraísta impulsa la reivindicación de una figura clave en el desarrollo de las vanguardias en las letras españolas

José-Carlos Mainer
Guillermo de Torre, en una foto de 1928.
Guillermo de Torre, en una foto de 1928.efe

Nació en agosto de 1900 como si ya venteara tempranamente los aires del siglo XX que iba a ser el suyo. Guillermo de Torre lo proclamó orgullosamente en un texto de 1924 donde dijo ser “un actualista, un vitalista. Adoro la vida vibrante. Siento con todas las fibras de mi sensibilidad el momento que pasa”, mientras que “me deja frío, en la mayoría de los casos, una página de música o un cuadro de museo”.

Su padre era notario y él fue un aplicado estudiante de Derecho, con pretensiones de llegar a diplomático. Pero le ganó la nueva literatura, iconoclasta y aventurera, que era hija de la guerra de 1914: desde el temprano futurismo de Marinetti (del que ya dio cuenta en 1910 su amigo Ramón Gómez de la Serna) hasta la confusión lúdica de Dadá. En la tertulia del Café Colonial (que pastoreaba un veterano modernista, Rafael Cansinos Assens), contribuyó a los primeros pasos del ultraísmo (con un rompedor Manifiesto vertical de 1920) y con alguna traducción de su predilecto Guillaume Apollinaire, que moriría en 1918… Y conoció a otros ungidos por la huella de lo moderno: a los pintores Robert y Sonia Delaunay, que venían de Francia; a Vicente Huidobro, que lo hizo de Chile (y con los recursos de su familia de millonarios); al pintor Rafael Barradas, que había llegado de Uruguay sin un peso, y a los hermanos Jorge Luis y Norah Borges, que eran argentinos y adinerados (con el primero nunca se llevó bien; con ella, pintora que había conocido el expresionismo alemán en Suiza, se casó en 1928).

En 1923 publicó Hélices, quizá el mejor libro de poemas ultraístas, pero pronto buscó otra forma de creación: entender la obra ajena, clasificarla y ordenarla. No fue el único en descubrir que el futuro literario iría de la mano de su interpretación crítica: Mallarmé, Valéry, T. S. Eliot, Ezra Pound y Juan Ramón Jiménez lo hicieron antes. Recordó también que Apollinaire apostaba por la convivencia de la aventura y el orden (y ese fue el título de un libro importante, que Torre publicó en 1943 en su exilio argentino), pero ya en 1922, en la revista Tableros, tradujo algunos aforismos de Le Coq et l’Arlequin, de Jean Cocteau, que estaban en la raíz de un resonante Rappel à l’ordre.

Más tarde, nunca perdonó que la invención de la generación de 1927 se hiciera a costa del olvido de la aventura ultraísta y que la Antología de poesía española contemporánea, de Gerardo Diego, prefiriera reclamarse de otros orígenes más canónicos y no del ruidoso batallón de Ultra. “Yo preferí callarme”, escribió, pero nunca lo hizo del todo… Y sustentó su influencia en una lista irrefutable de textos y de empresas culturales que le deben mucho. En 1925 dio a la luz Literaturas europeas de vanguardia, el mejor panorama de las nuevas letras, que escoltaron reseñas entusiastas de España y América; en enero de 1927 fue el segundo de a bordo de Ernesto Giménez Caballero en la botadura y primera navegación de La Gaceta Literaria.

Ya en los años treinta, fue uno de los fundadores de Amigos de las Artes Nuevas (ADLAN), para quienes organizó la primera exposición antológica (1935) que Picasso hizo en España, y diseñó con Pedro Salinas el Índice de literatura contemporánea, incursión del Centro de Estudios Históricos en el campo de la actualidad creativa.

Vivió en Buenos Aires entre 1927 y 1932, y participó activamente en la fundación de Sur, la revista de Victoria Ocampo que auspiciaron también Waldo Frank, Eduardo Mallea y Drieu La Rochelle. En 1936 se exilió en Argentina, donde formó parte del equipo director de otro gran empeño librero (de designio español y americano): la editorial Losada. Y todavía en 1964 —cuando ya había regresado alguna vez por Madrid— quiso fundar una revista que uniera las voces del destierro y el interior bajo un título tan revelador como El Puente; a la postre, todo quedó en una colección de ese título que publicó en Madrid (bajo iniciativa editorial argentina): más de una veintena de libros excelentes americanos y españoles del exilio, sabiamente interpolados con algunos del interior.

Casi 50 años después de su muerte (en 1971), se vuelve a hablar de Guillermo de Torre: sin un reconocimiento cabal de su figura nunca estará completo el panorama de las letras españolas de 1920-1960.

Poemas, cartas y memorias

El depósito del archivo personal de Guillermo de Torre en la Biblioteca Nacional ha facilitado mucho que el escritor vaya ocupando el alto lugar que le correspondía. Del poemario Hélices hay un facsímil de 2005, por cuenta del malagueño Centro de Estudios de la Generación del 27. Y del memorable ensayo Literaturas europeas de vanguardia de 1925 (que amplió mucho en su revisión de 1965) hay dos ediciones casi simultáneas: la de José Luis Calvo Carilla (Urgoiti) y la de José María Barrera (Renacimiento), en 2002 y 2001. Un inolvidable editor, el alemán Klaus Vervuert (de Iberoamericana), imprimió las correspondencias de De Torre (preparadas por Carlos García) intercambiadas con Rafael Cansinos Assens (2004), Alfonso Reyes (2005), Ramón Gómez de la Serna (Escribidores y náufragos, 2007), Ernesto Giménez Caballero (Gacetas y meridianos, 2007) y Juan Ramón Jiménez (2009). Manuel Aznar Soler tiene ya preparado el epistolario con Max Aub, y Domingo Ródenas de Moya ha anticipado cartas de otros epistolarios con Eduardo Mallea y con José Luis Cano y es responsable de una certera antología, De la aventura al orden, en la colección Obra Fundamental, de la Fundación Santander (2013): a la fecha, es la síntesis más lograda del significado del autor, aunque a la espera de una biografía que ya tiene a punto.

El benemérito (e infatigable) editor sevillano Abelardo Linares acaba de imprimir una selección de su obra a modo de la autobiografía que nunca llegó a escribir pero planeó con insistencia. La ha organizado sobre inéditos y textos ya impresos (muchos son bastante prescindibles) el joven investigador Pablo Rojas. De Torre le había buscado un título, Tan pronto ayer (que es una traducción de Déjà jadis, el que Georges Ribemont-Dessaignes puso a sus recuerdos), y con razón Rojas lo ha usado para dar un rótulo a su empeño, publicado en 2019.

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