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Periodistas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La alegría de haber conocido a Alicia

La periodista madrileña, que dirigió ‘Informe semanal’ y era la editora de igualdad de TVE, ha fallecido este sábado

Juan Cruz
La periodista Alicia Gómez Montano, en un foro del diario EL PAÍS, en 2019.
La periodista Alicia Gómez Montano, en un foro del diario EL PAÍS, en 2019.GEtty

La última vez en que Alicia Gómez Montano dejó ver su pasión por el oficio (también, o sobre todo, por el oficio de vivir) fue en Santander, cuando el Imserso nos pidió que habláramos de lo mal que trata la sociedad a la veteranía. Ella sabía mucho de eso, porque fue de las maltratadas españolas a causa de la edad. Se revolvió, cuando se lo propusieron, contra el ERE que desmanteló de talento Radiotelevisión Española, al tiempo que otras empresas públicas o privadas sintieron que podían prescindir de aquellos que se acercaran o hubieran superado por poco el medio siglo.

Ella no quiso dejar su modo de vivir, que era hasta este sábado a las 10.25, el periodismo; regresó a los platós, viajó, entrevistó, hizo reportajes, tuvo la audacia legítima de optar (y de ganar) al concurso que la hubiera puesto al frente del ente público al que dio (y al que también regaló) momentos especialmente delicados de su vida profesional. Y su vida profesional, la vida profesional de Alicia, fue siempre la vida. Hubo otras vidas, pero todas cabían en la vida que ella misma le dio al oficio.

Aquel día en Santander, cuando ya la enfermedad que la acechó como una mala enemiga había roto sus calendarios, era Alicia otra vez. Lo suyo eran el trabajo y la alegría, algo no existía si no existía lo otro. Esa tarde había adquirido muchos compromisos, porque, como era la amiga de todo el mundo, todos la requerían en Cantabria. Pero prefirió adaptarse a una de sus pasiones, la buena vida, así que buscó en las redes por las que transitaba la taberna mejor, la de mejor pescado, la del buen vino blanco, y ante un mantel sin tacha se aprestó, otra vez, a ser feliz con otros.

Esa era su pasión: la felicidad compartida, la alegría que combinaba con el ingenio, la estupenda disposición para generar en su entorno ese aire de que todo era posible y nada le estaba prohibido. Había preparado con la conciencia del rigor con que afrontó su intervención sobre las malandanzas que han ido haciendo más cínico el periodismo, hizo crítica y autocrítica del trabajo que hacíamos en torno a los que ya eran de la edad limitada por la censura del tiempo, y se desquitó de esos malestares bebiendo y comiendo como si no hubiera tiempo restante sino la risa con la que uno afronta la ilusión de la eternidad.

Juan Tortosa, su compañero, nos fue diciendo estas últimas horas. Alicia ya no quiere recibir, está en el hospital. Alicia, finalmente, ya no está entre nosotros. Fue una profesional extraordinaria; sus informes semanales, sus reportajes, su búsqueda del arte, su dedicación al cine, dejaron escritas, en el periodismo televisado, perlas sin las cuales no puede adornarse la historia de la televisión moderna en este país.

Pero no fue la televisión, ese resplandor, el que marcó la alegría de conocer a Alicia, únicamente. Fue su capacidad para entender que este oficio es el eje de una conversación democrática que exige, a la vez, rigor y alegría. Conocer a Alicia fue una celebración de la alegría, también cuando hablábamos de lo mal que esta sociedad trata a los veteranos mientras bebíamos vino blanco y comíamos pescado recién traído del mar. Ya no está Alicia, y sigue estando tanto.

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