Tamara Arroyo: el mundo en una bolsa
La artista reúne su devenir diario en una muestra en Madrid
Mirar alrededor puede llegar a ser el viaje más largo en el que uno pueda embarcarse. Pese a la aparente simpleza de fijar la mirada en lo que tenemos al lado, ese nimio gesto tiene mucho de itinerario intelectual. Atender al detalle esconde una modestia voluntaria y revolucionaria. Debe ser por la fuerza de la teología de liberación que desata. Tal vez por la sacudida de complejidad de caminos aún por trazar. Quién sabe si por el ruido asertivo de nuestras soledades. Encontrar empoderamiento en lo cotidiano es uno de esos salvavidas que siempre implican mirar de frente mirando al otro. Un campo creativo donde muchos autores han construido un nuevo mapa del mundo. De la vida y sus quehaceres.
Lo hace la artista Tamara Arroyo (Madrid, 1972) desde hace años, en aparente silencio y bajo contaminación externa. Un paseo por la ciudad es suficiente para activar sus “ejercicios de memoria”, como tantas veces ha llamado a sus dibujos y animaciones, que le sirven como narración de una pequeña historia personal. Una historia de fácil identificación. Desde que se licenciara en Bellas Artes a finales de los noventa, la artista no ha dejado de practicar esa mirada de radar de todo lo que la rodea. Un simple paseo del estudio a casa es suficiente para relativizar cualquier idea de permanencia nunca definitiva. Primero observa y luego interpreta el espacio que la rodea dialogando entre lo real y lo imaginado apenas sin distancias. Un trabajo constante y persistente que ha llevado a proyectos en espacios públicos, a la fotografía y especialmente al dibujo, donde sus obras crecen en sutileza. Sin duda, una de las mejores artistas españolas de su generación, a la que se le ha resistido un poco el reconocimiento.
Por eso emociona tanto ver su exposición en la galería Nieves Fernández de Madrid, ya no sólo por la celebración del fichaje, sino por la constatación de un trabajo que no deja de retroalimentarse en positivo, como ese juego de miradas furtivas con extraños que acaban en risa. Leo Pura vida donde el título dice Pura calle, y ese traspié visual reafirma la posibilidad de ver más allá de lo aparente, un clima que se respira por esa bonita exposición. Está llena de elementos residuales de sus recorridos diarios por Madrid, con los que la artista habla de ese gran contenedor que somos, unas y otras, lleno de señas de identidad y potencial creativo. Un espacio vívido y vivido. Una maravilla.
Pura calle. Tamara Arroyo. Galería Nieves Fernández. Madrid. Hasta el 25 de enero.
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