Las Brontë no eran tan modosas como se las pinta
La argentina Laura Ramos rebate en su libro 'Infernales' con profusa documentación la imagen de las hermanas como tres escritoras hogareñas y románticas
A veces el tiempo, los historiadores o sus propios coetáneos terminan minimizando, reescribiendo o endulzando la vida y el legado de mujeres —ya sean reinas, científicas o escritoras— que han cambiado la historia. Lo hacen para ajustar la realidad al canon. Para ponerlas en el lugar que (consideran que) les corresponde. Pero en el caso de Charlotte, Emily y Anne Brontë, el origen de esta imagen distorsionada está en la propia hermana mayor, Charlotte. Es ella la primera en dibujar a Emily y Anne como dos escritoras hogareñas y románticas, un cliché que ha llegado hasta nuestros días y que la autora argentina Laura Ramos se encarga de rebatir con profusa documentación en su libro Infernales (Taurus).
En su retrato familiar, Ramos confirma que las tres hermanas Brontë están en las antípodas del mal llamado género de tacitas, ese en el que despectivamente se quiere incluir también a Jane Austen. Lejos del decoro victoriano, los bailes sofisticados y los castos romances, la vida de las escritoras fue brutal, violenta y hasta cierto punto escandalosa. No faltaron adulterios, amores supuestamente lésbicos y abortos. Como resume Ramos: “Tuvieron unas vidas que fueron más allá de la genialidad, que compitieron con sus propias obras y que tuvieron el mismo dramatismo, aventura y amor. Aunque Charlotte tratara de ocultarlo”.
Lo hace en las biografías de Anne y Emily que escribió, a petición de su editor, en 1850, tras la muerte de ambas por tuberculosis y que se publicarían como prólogos a las obras de sus hermanas. “Cuando fallecieron eran las escritoras más famosas del Reino Unido y todo el mundo quería saber quiénes eran los pornógrafos hermanos Bell [el seudónimo con el que firmaban sus obras], pero Charlotte quiso preservar el honor y el buen nombre de sus hermanas y escribió una obra ligeramente ficcional”. Allí las describe como “niñas de campo prácticamente ignorantes” que nunca habían salido de su pueblo, Haworth, en Yorkshire. “Incluso dijo que Emily había escrito Cumbres borrascosas sin saber lo que escribía”. Nada más lejos de la realidad. La segunda Brontë no solo vivió en Bruselas, sino que allí recibió una exquisita educación en un internado, donde “existen indicios de que pudo enamorarse de una alumna: Luisa de Busentier”. Como recoge Ramos en sus investigaciones, ya en el siglo XX se descubrieron traducciones suyas de Virgilio y Homero, y parte de la correspondencia que mantuvo con George Henry Lewes, el crítico más importante de la época. “No era ni de lejos la muchachita campesina que había dibujado Charlotte”.
Ninguna de las tres. “Su historia es una historia feminista”, sentencia Ramos. Empezando porque nunca contemplaron el matrimonio “como la salida laboral que era en aquella época”. Decidieron convertirse en institutrices —la única opción para una mujer pobre y culta— aunque, como queda reflejado en los diarios de Charlotte, odiaban enseñar y a la mayoría de sus alumnos, a los que definían con términos tan pedagógicos como “burros, zopencos e idiotas”.
Al recibir la pequeña herencia de su tía, en vez de “comprarse una capa de terciopelo como un personaje de Jane Austen”, cometen la osadía de invertir el dinero en la publicación de sus propios poemas. Venden dos ejemplares. Pero esto les permite declararse escritoras profesionales, aunque sea solo ante sí mismas. Casi tan reveladora como esta determinación es la decisión de no invitar a su hermano Branwell, también poeta, a participar en el libro. Él no es beneficiario de la herencia y tampoco del reconocimiento de sus hermanas.
Ramos ahonda en la figura de Branwell, relegado a un papel secundario por la propia Charlotte y por la mayor parte de los biógrafos pero imprescindible para comprender el fenómeno Brontë, en opinión de la argentina. “Como unas brujas, le excluyen a él, que siempre había sido el elegido por el padre”. Mientras las mujeres son enviadas a un internado de la caridad, donde las dos mayores —María y Elizabeth— enferman gravemente para terminar muriendo en su casa, Branwell es preservado y educado en su hogar para evitarle las posibles fatalidades del colegio. “Sus hermanas trabajan como institutrices para costear su formación. Pero ese niño sobreprotegido en el que toda la familia se ha volcado termina cayendo en el alcohol y el consumo de opio. Y Charlotte termina expulsándolo de su biografía, aunque es una figura que marca definitivamente la vida y obras de las hermanas: en todas las novelas hay un personaje alcohólico y violento que es la representación de Branwell”. Excepto Heathcliff (el protagonista de Cumbres borrascosas), que es un trasunto de la propia Emiliy, una mujer “colérica, que decía odiar el género humano y que, desde una perspectiva actual, algunos podrían considerar como asperger”, según argumenta Ramos.
En su forma de entender y experimentar las pasiones, las Brontë también estuvieron muy lejos de la imagen meliflua y romántica y de los cánones de la época. Charlotte rechazó cuatro proposiciones de matrimonio y se enamoró de su profesor de literatura en Bruselas, un hombre casado. “Fue un amor violento y bestial que la llevó casi a la locura” y que quedó documentado en unas cartas obviadas por sus primeros biógrafos y que finalmente fueron publicadas en 1912, para conmoción del público británico. “¿Es de verdad esta nuestra santa?”, se preguntaron.
Anne, la más “tímida y sumisa”, según Ramos, es una de las primeras en dar un final feliz a una mujer caída en su segunda novela, La inquilina de Wildfell Hall. Su protagonista es una mujer que abandona a su marido violento —algo inédito en la época— y no solo consigue sacar adelante a su hijo gracias a su propio trabajo, sino que vuelve a encontrar el amor.
La obra de Ramos permite entender el origen de esta mentalidad tan avanzada y, por lo tanto, responde a otro de los grandes misterios de las Brontë: ¿cómo tres niñas de un pequeño pueblo del páramo inglés consiguieron ser las autoras más famosas de su época? La escritora señala directamente a su padre, un hombre culto, becado en Oxford, que tenía una pequeña biblioteca pero llena de clásicos. “Además en una casa cercana había una gran biblioteca y un vecino les prestaba el Blackwood’s Magazine, la revista más sofisticada de la época, que publicaba a Byron y a Quincey”.
Eran grandes lectores pero también tenían un material dramático propio muy importante. “La muerte de la madre y de sus dos hermanas definió su concepto trágico. Su casa estaba junto a un cementerio y Charlotte juraba haber visto un ángel flotar sobre la cuna de su hermana. Además, no hay que olvidar que vivieron en un período de guerra. Leían el periódico y lo que encontraban en él eran las hazañas de Bonaparte”, concluye Ramos.
En su opinión, también fue determinante el hecho de criarse sin madre. “Su padre era un gran defensor de los movimientos románticos que ensalzaban la vida campestre y la naturaleza, y les permitía correr y jugar solas por el páramo, algo casi indecoroso en aquel momento”. Así, libres, cultas y pobres, vivieron unas vidas tan apasionantes y únicas como las que plasmaron en sus obras, sin encajar en los convencionalismos ni en los estereotipos de los que casi dos siglos después empiezan a escapar por fin.
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