Todas las Maikas en una para un directo fulminante
Maika Makovski y su banda dan una lección de música y poderío escénico en un concierto en Valencia
Corre como la pólvora, en estos conciertos – todavía – pandémicos, la dispensa para con el poco rodaje de los músicos. Apenas llevan dos, tres o cuatro conciertos, generalmente muy espaciados en el tiempo, cuando se acercan a nuestras ciudades, tras meses de encierro, ensayos aplazados sine die, proyectos aparcados en el limbo y la lógica falta de engrase. Pero nada de eso tiene sentido con Maika Makovski y su actual banda. No empezaron a mezclar en escena hasta el pasado 1 de agosto (Torredembarra, Tarragona). Pero su directo ya es un cañón. Un trueno. Un rayo que fulmina. Una implacable máquina de precisión que deja al personal impávido, como ensartado por un invisible mecanismo a su butaca. No sabe uno si al final va a resultar mejor la actual prohibición de moverse de su asiento, porque la descarga de energía es tan intimidante que, de tener la posibilidad de bailar, brincar, moverse, chillar, uno ni siquiera sabría ya por dónde empezar. Como un crío con barra libre en una tienda de golosinas tras meses de llevar brackets a tiempo completo.
Igual da que le dé al glam, al garage rock, al vodevil, al rock sinuoso o a un medio tiempo acústico. Poco importa si esta síntesis de todas sus virtudes llega condicionada por el virus (su nuevo disco, sin presentación al uso, se ha tenido que demorar) o por convencimiento propio, porque todas las Maikas Makovski posibles están en esta, de forma que sus primeros conciertos en Valencia en formato power trio, incluso aquellos mucho más recientes en los que desvelaba su vis más intimista con el Quartet Brossa, parecen ya muy lejanos. Tan versátil como vocalista e instrumentista – hasta le dio a la batería – como siempre, formando parte de un quinteto igual de polivalente, la mallorquina evocó los tiempos en que parecía la PJ Harvey hispana (Lava Love), descerrajó material nuevo que parecía salido directamente de Detroit a principios de los setenta (Reaching Out To You), reforzó el voltaje eléctrico de una añeja Nevermore absolutamente apabullante, algo así como su mascletá particular (alguien desde el patio de butacas le había llamado antes fallera: todo un piropo), con la guitarra de Adri Martínez echando chispas, e incluso se permitió arrancar sola el bis con una melodía (Places Where We Used To Sit) que perfectamente podría haber sido cocinada en Nashville. Más material nuevo para cerrar: Love You Till I Die, con aire de clásico instantáneo de escuela velvetiana, y la grácil I live in a Boat. La guinda final fue Where Are You, sorpresa de la noche a medias con los valencianos Johnny B. Zero, siempre con la nota distintiva del inquietante saxo de Pablo Pérez.
Una artista tan sobrada de registros como siempre, pero con más recursos que nunca.
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