Muere Joaquín Carbonell, pieza clave de la canción aragonesa
El músico y periodista turolense fallece a los 73 años a causa del coronavirus
En los últimos años de la dictadura, cuando Franco agonizaba y sus fuerzas armadas dejaban muertos y heridos en las huelgas y manifestaciones, la voz de muchos cantautores encendía la llama de la protesta. Joaquín Carbonell era uno de ellos. El músico y periodista turolense ha fallecido, a los 73 años, el sábado 12 de septiembre víctima del coronavirus, tras haber pasado 47 días ingresado en el Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza.
Mucho antes de que otros teorizaran sobre la España vacía o vaciada, Joaquín Carbonell cantaba a la tristeza del mar de los olivos y a la paz de los pantanos
Como él recordaba, cantó primero en aulas de colegios mayores, en iglesias, fábricas en huelga, pajares y plazas de pueblo. Después, cuando la fama le hizo un hueco notable en la “nueva canción aragonesa”, con José Antonio Labordeta y La Bullonera, llegaron los acogedores auditorios, los platós de televisión, las multitudes en la plaza del Pilar y los conciertos en Francia y Latinoamérica. Mucho, demasiado, decía, para un chico nacido en Alloza (en 1947), una pequeña localidad de la provincia de Teruel.
Sus canciones se convirtieron en aquellos inicios en una forma esencial de expresión política, pero también de emociones, temas sociales y denuncia de la despoblación y abandono del mundo rural. Mucho antes de que otros teorizaran sobre la España vacía o vaciada, Joaquín Carbonell cantaba a la tristeza del mar de los olivos, a la paz de los pantanos, a los fríos eriales, a las negras minas de hierro y de carbón y sobre todo a sus gentes “que en las noches de nevada siempre sueñan”.
Cantó 50 años, desde una tarde de 1969, que acudió con Labordeta a un festival benéfico en el Teatro Marín de Teruel, a su último concierto el 2 de diciembre de 2019 en el Teatro Principal de Zaragoza. Pasó la dictadura, llegó la democracia, el mundo se globalizó y Carbonell le dedicó una canción a Dimitris Christoulas, el pensionista griego que se metió una bala en la cabeza en la plaza Síntagma, enfrente del parlamento griego. Pero también a Catalina Muñoz, esa mujer asesinada en septiembre de 1936 en un pueblo de Palencia y que se llevó a la fosa el sonajero de su hijo Martín.
Ese era Joaquín y así lo recordaremos los amigos que nos juntábamos en su casa o en la Taberna Vinos Chueca, donde él, Bob y David, Los Tres Norteamericanos, interpretaban las canciones más populares de Adamo, José Feliciano o Domenico Modugno. Siempre manteniendo el afecto, el humor, la dignidad.
Joaquín Carbonell nació en 1947, “en un parto sin dolor en una noche de vendaval”. Cumplió 73 años el pasado 12 de agosto en una cama de la UCI del Hospital Clínico de Zaragoza. Entró allí con neumonía el 27 de julio. “Paso muy malos ratos, sobre todo con la máquina de oxígeno”, nos dijo el día 29 de julio. “He llegado al límite, muy justo, estuve en el precipicio. Y me han recuperado”. Fue su último mensaje. Ya no hablamos nunca, solo partes médicos. Hasta hoy, 12 de septiembre de 2020. Solía decir: “Es muy fácil ser de Pekín, es muy fácil ser de Estambul, es muy fácil ser de Madrid, mas de Teruel no es cualquiera”. Hasta siempre, Joaquín.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.
Babelia
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