Gracias, señor Billington
"No es lo que opinas, es el vigor con que lo expresas”.
He aprendido muchas cosas de Michael Billington, el crítico teatral de The Guardian, que el pasado noviembre cumplió los 80 y a finales de este mes tira la toalla: “No parece una buena edad para seguir escribiendo con la tensión de la hora del cierre”, vino a decir. De momento, sus textos continúan teniendo la viveza apasionada de siempre. Lo primero que aprendí del señor Billington es que un crítico vale la pena cuando te contagia sus pasiones. Cuando lees un artículo suyo sobre alguien que desconoces y te entran unas ganas locas de correr a ver una de sus obras o devorar uno de sus libros. Peter Hall lo resumió en una frase: “Ama el teatro. Por eso, siempre y ante todo, me apetece leerle”.
Como suele pasar cuando te encuentras con alguien a quien admiras, fui incapaz de hilvanar un párrafo cuando me lo presentaron en Casa Leopoldo. Una mezcla de timidez y torpeza idiomática incrementó mi silencio de colegial. La escena misma tenía ese aire escolar, porque Billington tenía y sigue teniendo un aspecto oxfordiano con un trasluz de jefe de departamento del MI-6. Yo le llevaba un libro dedicado. Y uno suyo para que me lo firmara: One Night Stands, su antología de críticas. El título es un guiño pícaro: también puede entenderse como “ligues de una noche”.
El libro es un paseo por el teatro británico entre 1971 y 1991. Sus primeros veinte años en The Guardian: debutó en otoño de 1971, muy influenciado por el humor ácido y sofisticado de Kenneth Tynan, pero sin caer nunca en el esnobismo o lo refitolero. Luego fue virando hacia un laborismo que a veces rozaba lo militante, aunque sin perder nunca el equilibrio, ni llegar a la ferocidad de su colega, el ultratory Charles Spencer, en The Daily Telegraph, que tituló “Oh no, that man again” la reseña dedicada a un joven director español de quien no mencionaré el nombre. Hace unos años, Michael Billington dijo que la crítica no ha de ser un veredicto sino “un cruce entre un ensayo y un intento de poner el texto en su contexto. Y de contar tu propia experiencia humana ante una función”.
Recuerdo que en Casa Leopoldo contó una poderosa experiencia iniciática: cuando a los 15 años descubrió la Royal Shakespeare. Una temporada con Laurence Olivier, que hacía Macbeth, Malvolio y Tito Andrónico. “Fue como crear un adicto instantáneo con una droga recién descubierta”, dijo. Era el Billington flamígero, también sintetizado en esta otra frase: “No es lo que opinas, es el vigor con que lo expresas”.
Le echaré mucho de menos, señor Billington. Quedan sus enseñanzas. Y dos libros suyos (ambos en Faber) que deberían traducirse al castellano: State of the Nation. British Theatre Since 1945, una lección de cómo el teatro inglés puede reflejar la vida política, económica y social, y contarlo como una novela, y un estupendo cruce de biografía y crítica: The Life and Works of Harold Pinter. (Recomiendo la nueva edición revisada de 2007).
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