Adolfo Martín, la pasión por el toro
Ganadero triunfador, hijo, sobrino y primo de aficionados toristas, baluarte de la casta
“Una ganadería brava es una obra siempre inacabada, que estás moldeando continuamente. Una ganadería es trabajo, austeridad y guardar para los momentos malos”.
Habla Adolfo Martín, nieto e hijo de Adolfo, sobrino de Victorino padre y primo de Victorino hijo; ganadero desde 1989, cuando los hermanos Adolfo, Victorino y Venancio reparten la herencia familiar. Para entonces, Victorino ya era famoso, pero el hierro a su nombre pertenecía a los tres hijos del abuelo Adolfo, que aceptaron el protagonismo del conocido ganadero de Galapagar.
Un pequeño galimatías…
Adolfo Martín Miguel y Candelas Andrés Calvo, residentes en Galapagar (Madrid), tienen tres hijos, Adolfo, Victorino y Venancio. Todos viven del campo y del ganado manso. El padre de familia muere durante la guerra civil. Al final de la contienda, el hijo mayor, Adolfo, ya está en el servicio militar cuando Victorino solo tiene diez años, pero la madre Candelas y sus vástagos salen adelante con el negocio de las carnicerías.
“Partí de cero, y con la dificultad de que me comparaban con el mejor”
Después, los tres hermanos se introducen en la compra-venta de ganado para la lidia sin caballos en los pueblos cercanos a Galapagar. Adolfo, ya casado, compra en el año 1949, novillos y vacas de ‘graciliano’, se anuncia en Morazarzal, y la normativa de entonces le obliga a inscribirse en la Asociación Nacional de Ganaderías de Lidia.
Después, en 1960, los hijos del fallecido Adolfo compran una de las tres partes de la ganadería de Albaserrada, que se pone a nombre de Victorino, a quien el hermano mayor y el pequeño ceden el protagonismo, -de hecho, Victorino Martín lidia a su nombre- aunque se trataba de un proyecto familiar, que permanece unido hasta 1989, cuando se procede al reparto del patrimonio.
“Tengo grabado en mi mente el 18 de agosto de 1960”, recuerda ahora Adolfo Martín Escudero. “Mi madre me dijo: ‘Hijo mío, tu padre y tu tío están locos; se han ido a Salamanca a comprar la ganadería de Florentina Escudero’, que era un tercio del hierro de Albaserrada. El resto lo compraron en 1962 y 1965, y mi padre y mis tíos lidiaron durante cinco años a nombre de Escudero Calvo, según se acordó en el contrato de compra-venta hasta que, en 1966, la familia lidia la primera corrida en Calasparra, a nombre de mi tío Victorino Martín”.
Repartida la herencia en 1989-90, Venancio vende su parte a Victorino, y el hermano mayor, Adolfo, cede la suya a su hijo, del mismo nombre, quien se inicia en solitario como ganadero bravo.
El embrollo inicial parece desmadejado. Adolfo Martín, el triunfador de la pasada feria de San Isidro, hijo, sobrino y primo de ganaderos, ha hecho realidad su sueño.
“Partí de cero, con un nombre que no existía, y con la dificultad de que me comparaban con el mejor, pero me cogió joven y he trabajado mucho. He tenido suerte, es verdad, aunque nunca lo he tenido fácil; no olvido que se decía que lo de ‘Adolfo era otra cosa’, y no se le daba importancia”.
“Chaparrito no ha sido el toro más bravo, pero sí el que más gente ha puesto de acuerdo”
Adolfo habla con pasión de su padre, “un personaje, una gran persona y un buen aficionado, el más torista de la familia; él disfrutaba cuando el toro se subía a la chepa del torero. Así era aquella generación de aficionados, vecinos de Galapagar, donde había un entusiasmo increíble por los toros”.
“Mi primera corrida la lidio en Céret en 1995 y conseguí todos los premios; dos años más tarde, dos ‘corridones’ en Teruel y Colmenar Viejo me abren las puertas de Madrid, donde debuto en 1998”.
Y hasta hoy, consagrado y reconocido como uno de los ganaderos más importantes.
“Tengo ya 71 años, toda mi vida la he dedicado al toro y he sido una esponja”, continúa Adolfo Martín.
“Estoy contento con lo que he conseguido; he intentado siempre ser fiel al aficionado, y he buscado un toro que humille, como siempre lo ha hecho el de Saltillo, el toro en tipo, ese que embiste en una ganadería. El toro que crío embiste, humilla, no puntea el engaño y no desluce la faena; el que he conocido toda la vida en mi casa”.
Mulillero, Murciano, Madroñito, Baratero, Chaparrito… son nombres de toros afamados de Adolfo Martín, y todos compiten por ser el emblema del hierro ganadero.
“Chaparrito, lidiado por Pepe Moral el 8 de junio de 2018 en Las Ventas, no habrá sido el toro más bravo que he lidiado en Madrid, pero sí el que más gente ha puesto de acuerdo; fue el mejor en todos los tercios, aunque haya habido otros más bravos”.
Reconoce que su ‘negocio taurino’ es rentable “porque soy muy austero y trabajo mucho”. En varias fincas de la localidad cacereña de Miajadas pastan 1.200 animales, entre machos y hembras, de los que este año lidiará ocho o nueve corridas, en función de los toros que deje para cinqueños.
“La ganadería brava -insiste- es una obra que nunca acabas y te obliga a moldearla constantemente; exige la influencia de los aficionados, de los profesionales, de los empresarios…”.
El ganadero se muestra contrario al mantenimiento de la puya actual por los muchos y graves destrozos que produce en el toro, y es un ferviente defensor de las fundas “porque los toros se comen los pitones”.
“Si hacemos las cosas bien y nos respetan”, -opina sobre el futuro-, “la fiesta seguirá viva, pero no sé hacia dónde irá la sociedad. Lo que tengo claro es que aquí se muere de verdad. Y digo más: si el toro sufriera, no pelearía; el dolor lo mitiga con la adrenalina que le produce la lucha. La fiesta es dura, claro que sí…”
Él lo probó en sus carnes el 24 de septiembre de 2012, cuando uno de sus toros le infirió tres graves cornadas y lo tuvo 21 días en la UVI de un hospital de Badajoz.
“Estoy aquí de milagro”, recuerda. “El toro me enganchó cuando tratábamos de embarcarlo en un camión. Pero no me quejo porque para eso lo seleccionamos. Un toro te puede matar en un segundo, el peligro existe aunque no lo veas, y es bueno que este animal transmita esa emoción”.
Adolfo Martín habla y no para de la afición torista de su familia, de Galapagar, de su padre y sus tíos, del toro, sus toros... Y ahí seguirá -dice que como el primer día- “hasta que el cuerpo aguante”.
“Mire, yo concibo la fiesta que me enseñó mi padre, con un toro íntegro, encastado, ese que con 25 muletazos consigue que hierva la plaza”.
“La verdad, la verdad es que el toro ha sido y sigue siendo la pasión de nuestra vida”.
Síguenos en Twitter
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.