Las figuras ausentes de Wright Morris
Una exposición recorre el universo literario y fotográfico del olvidado pionero de la fotografía documental
No hay figuras en la fotografía de Wright Morris (1910-1998) y, sin embargo, la presencia humana se palpa. El ausente siempre está presente, o quizás sería mejor decir que los presentes siempre están ausentes, a la hora de describir la obra de este autor que vio en el medio fotográfico una herramienta para “capturar la esencia de lo visible”. A través de su fascinación por los objetos y por las simples formas de la arquitectura local, captó la idiosincrasia de la América del Medio Oeste. La melancólica belleza de sus imágenes habla de carencias; de la soledad, de la pobreza, de la vulnerabilidad y de lo aleatorio de la felicidad de los habitantes de las praderas.
“Nunca hubo gente que se esforzrara tanto y dejara tan poco detrás como nosotros”, escribía en The inhabitants (1946). “Nunca hubo gente que viajara tan ligera y llevara tanto consigo”. The Inhabitants será la primera parte de una trilogía de lo que él mismo vendría a llamar photo-texts (foto-textos), donde la imagen y la palabra cohabitan y se complementan para describir Nebraska, su tierra natal, como un lugar despoblado, definido por la ruina y la desolación. “Lo que muestran estas valientes imágenes es la severa belleza de la fealdad, el romanticismo de lo ordinario, la poesía de lo no poético”, escribía Thomas Mann.
Organizada por la Fundación Henri Cartier-Bresson, la exposición Wright Morris, L’essence du visible, ofrece la posibilidad de sumergirse en el universo de este artista a través de sus fotografías, libros y otros documentos pertenecientes a su archivo. Más conocido como escritor que como fotógrafo, con frecuencia se dijo de él que era uno de los autores reconocidos más olvidados de los Estados Unidos. Escribió 33 libros, entre los cuales se encuentran tres foto-textos, y su legado incluye un valioso archivo fotográfico. “Su obra fotográfica fue reconocida por grandes figuras del medio”, apunta la directora artística de la fundación y comisaria de la exposición, Agnès Sire. “Entre ellos se encuentran Robert Frank, Robert Adams, Walker Evans, y John Szarkowski”.
La exposición está estructurada en torno a sus tres foto-textos, The Inhabitants (1946), The Home Place (1948) y God’s Country and My People, (1968), los cuales se muestran junto con las cien copias fotográficas que los componen. “A través de la escritura, a través del esfuerzo de visualizar, me convertí en un fotógrafo”, escribía Morris, “y a través de mi experiencia como fotógrafo me convertí en un escritor”.
Nació en el valle del rio Platte, en Nebraska. Pocos días después su madre murió. Al cuidado de su padre, su vida se convirtió en un ir y venir por distintas poblaciones hasta asentarse en Omaha con nueve años. Allí transcurrieron los siguientes cinco años de su vida. Durante aquellos veranos convivía con sus tíos en una granja. Fue después de una estancia en Chicago cuando se distanció de su padre y se instaló cerca de su familia materna, en California. Allí empezará a escribir. Las calles y edificios de Los Ángeles inspirarán sus primeras fotografías. A su vuelta de un viaje por Europa decidió experimentar en la elaboración de sus foto-textos, desarrollando un enfoque único. En 1940, la revista New Directions publicó una selección y dos años más tarde completará su primera novela, My Uncle Dudley.
Tras obtener una beca Guggenheim quiso regresar a Nebraska con el fin de recuperar un imaginario perdido. Allí daría forma a The Inhabitants, publicado tras llegar a un acuerdo con la editorial Scribner & Sons, que incluía la publicación de otros dos libros con el mismo diseño. The Home Place salió a la venta dos años más tarde, sin el resultado esperado en las ventas. El tercer volumen acordado fue una novela sin fotografías, The World in the Attic. Morris abandonaría la fotografía en los años cincuenta a pesar de que, en 1968, volvió a hacer uso de sus primeras imágenes en la publicación de su último foto texto, God’s Country and My People.
“Pretendía hacer visible lo invisible”, destaca Sire. “A veces resultaba más fácil para él expresarse a través de una imagen que describir una situación en dos páginas escritas. En The Inhabitants utiliza muchas de las imágenes que aparecen en New Directions, alterando sus cortes y composición, y acompañadas de nuevos textos. Le gustaba experimentar repitiendo imágenes que en ocasiones imprimía al revés. Era muy libre. De la misma manera que como escritor decidía prescindir de una frase, lo aplicaba a la composición de las imágenes. En sus libros, estas no llevan pies de foto, así el lector se convierte en la tercera voz, lo que resulta muy interesante. Los libros tuvieron muy buena acogida por parte de la crítica”.
“A veces debido a cuestiones de diseño y estructura, me gusta más la copia invertida. Lo que he observado en el cuarto de revelado con frecuencia tiene prioridad […] Para mí, la ‘imagen’ emerge en el liquido revelador, y es la magia de ese momento lo que mas me interesa. Veo el sujeto a través de una lente, pero concibo la imagen en el cuarto oscuro. La fotografía es cámara oscura”, escribía el artista. Bajo su talante innovador la simple inversión de una imagen supone una lectura distinta de la misma situación, así, “la idea de un artista que trabaja con un número limitado de obras, reorganizadas de forma constante, creando nuevas propuestas de lectura, es otro de los aspectos singulares e innovadores de Morris”, destaca la nota de prensa.
Las cualidades formales de las fotografías, su estilo conciso y sin adornos, así como la atención a los detalles de la vida cotidiana y a la cultura vernácula, recuerdan a Walker Evans. “Morris fue autodidacta”, afirma Sire. “Comenzó a fotografiar en 1936, Evans trabajaba entonces como fotógrafo para la FSA (Administración para la Seguridad Agraria), y en 1938 se presentó Walker Evans: American Photographs en el MoMA [la primera exposición monográfica sobre fotos arquitectónicas y la primera dedicada al trabajo de un solo fotógrafo], pero Morris no conoció su obra hasta mediados de los cuarenta, ya que no todas las publicaciones llegaban a Nebraska”.
“Tenía un tipo de misión: recuperar una cultura que estaba desapareciendo. El tiempo es otro factor fundamental en su obra”, apunta Sire. “Al detener el tiempo, esperaba suspender la muerte”, escribía el autor. No lo consiguió, pero en sus imágenes aun resuenan las voces de aquellos que no están, pero realmente habitaron esos espacios.
Wright Morris. L’essence du visible. Fundación Henri Cartier-Bresson, París. Hasta el 29 de septiembre.
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