Opio
Aunque llegó mucho más tarde que las religiones está claro que el fútbol le arrebató a estas el protagonismo como opio del pueblo
Aunque llegó mucho más tarde que las religiones está claro que el fútbol le arrebató a estas el protagonismo como opio del pueblo. Es probable que alguna vez fuera concebido como un juego exaltante, dotado de encanto y tensión, pero hasta los necios saben que desde hace mucho tiempo sus señas de identidad son el negocio descomunal, el circo sin reglas, una de las armas favoritas de los nacionalismos, el refugio que otorga a la gente la sensación de pertenecer a un colectivo independientemente de tu condición social, repetir hasta el mareo ese orgulloso mantra, entre patético y vomitivo, de "somos los mejores", que comparten personas a las que les va bien en la vida con tantas a las que que les va mal o que llevan toda su existencia en la zona grisácea.
Pero los dueños del gran tinglado pretenden explotar el negocio hasta extremos delirantes, pretendiendo que no haya ni un día de parón en la administración de la droga, convertir lo que debería de ser excepcional en la rutina más mediocre. Su glotonería económica, el exprime a todas horas de la exhausta vaca, la creación permanente de competiciones sin el menor interés, puede lograr el milagro de que muchos adictos lleguen al hastío y decidan abandonar su eterna droga.
Y hay síntomas de que el desenganche puede llegar ante la voracidad de los traficantes. No he oído a ningún yonqui del fútbol hacer el menor comentario sobre la Copa América. Aunque jugase en ella un tal Messi, el mayor espectáculo que puedes ver en los campos de fútbol. De acuerdo, los horarios eran infames y había que apuntarse a una plataforma digital muy rara. Y tampoco tienes la sensación de haberte perdido algo apasionante. La sobredosis de opio está agotando sus efectos.
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