_
_
_
_
DIOSES Y MONSTRUOS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Qué angustia ‘Chernobyl’, esa dolorosa obra de arte

Es asombrosa la capacidad de los creadores de esta serie para transmitir el clima de lo que se padeció tras el accidente nuclear

En vídeo, el tráiler de 'Chernobyl'.Vídeo: HBO
Carlos Boyero

Es la película de terror más angustiosa que he visto en años. No nace de la imaginación de un guionista, no es ficción. Aquella barbaridad fue real y todavía hay víctimas afectadas por ella, aunque la mayoría están enterradas en los suelos y cubiertas por cemento. El monstruo que ha provocado esa matanza no es corpóreo, no vemos sus temibles fauces, no nos asusta al constatar su aspecto amenazante y su asombroso poder destructivo. Solo observamos de vez de cuando unas gotitas azules que les hacen gracia a niños y adultos. También extrañas cortinillas de humo. Y no hay música subrayando el peligro. Solo un obsesionante ruido de fondo que reproduce algunos sonidos que se escuchan en las centrales nucleares.

Más información
‘Chernobyl’, vista por una víctima del accidente: "En la serie hay poco teatro"

Estoy hablando de Chernobyl, una miniserie (mini de duración, pero su impacto es grandioso) de la productora HBO que reproduce no solo los antecedentes, el estallido y las consecuencias de lo que ocurrió en Chernóbil, sino que te empapa del enfermizo y estremecedor clima en el  que murieron o sobrevivieron sus moradores y los profesionales venidos de fuera que se convirtieron en héroes, a costa de su vida o de pillar una enfermedad crónica y casi siempre devastadora intentando apagar el infierno. Son cinco capítulos con una duración conjunta que bordea las seis horas. Veo los dos primeros en casa ajena y en compañía de un matrimonio. La sensación es de agobio y de miedo. Al terminar el segundo nos damos un rato de respiro bajando a la calle para jugar con sus nietos, dos preciosos bebés. Necesito respirar, luz, observar la alegría y la inocencia de los niños. Retornamos después de ese rato liberador a la narración de esa intolerable tragedia que ocurrió en Ucrania. Cuando hablo por teléfono con ellos al día siguiente (ya sé que comunicarse oralmente a través de un teléfono supone un imperdonable anacronismo existiendo el email y el WhatsApp, pero afortunadamente todavía quedamos anormales que creemos en las voces) me cuentan que su sueño estuvo agitado por las imágenes de Chernobyl. Sus creadores pueden estar contentos, misión cumplida.

Si algo se le puede reprochar a HBO es que no cite en los títulos de crédito un libro de referencia como es Voces de Chernóbil, en el que Svetlana Alexiévich transforma en monólogos sus entrevistas con la gente que sufrió ese espanto. No lo he leído, carencia que arreglaré enseguida. Conocer con múltiples datos horrores que pudieron evitarse compensa la ingrata sensación de que se te ponga el pelo de punta. Ocurrió en la primavera de 1986. La serie arranca con un hombre definitivamente acorralado, un científico especializado en química sentenciado por el poder absoluto a la soledad más cruel al no poder contarle al mundo lo que descubrió sobre los orígenes, el desarrollo y las mentiras del Estado sobre aquella tragedia. Como la serie la han realizado los estadounidenses, no me extrañaría que Putin la repudiara hablando de ataques del imperialismo yanqui a la antigua república soviética, como un complot organizado por la CIA.

Y efectivamente, Chernobyl provoca escalofríos en el espectador al constatar de lo que es capaz un Estado totalitario para manipular la realidad, para ocultar la verdad, para imponer sus directrices, para silenciar a la disidencia. Y asombrosa la capacidad del creador Craig Mazin y del director Johan Renck para transmitir el clima de lo que allí se padeció, la evolución de la enfermedad entre los que fueron afectados, el exterminio de los animales, el trabajo de bomberos, mineros y científicos metiéndose en las fauces de la bestia para intentar aplacarla, sabiendo que van a morir. Hay una secuencia que me estremece. La de esa anciana que se niega a abandonar su casa. Cuenta que padeció la crueldad del zar, las purgas estalinistas, la hambruna, la muerte trágica de todos los suyos. Ya no tiene nada que perder. Abundan las historias individuales de esa intensidad emocional. Que cada cual elija sus favoritas. Lo que no se le olvidará a ningún espectador es el tono y la atmósfera que transmite la serie. Es una dolorosa obra de arte.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_