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Columna
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Estafadores

La segunda temporada de 'Sneaky Pete', una serie que gira absolutamente en torno a los engaños, es tan buena como la primera

Ángel S. Harguindey
Giovanni Ribisi (centro) en la segunda temporada de 'Sneaky Pete'.
Giovanni Ribisi (centro) en la segunda temporada de 'Sneaky Pete'.

El subgénero de estafadores es ya un clásico en la literatura, en el cine y en la televisión mundiales, y lo es porque forma parte consustancial del ser humano. Sería inconcebible la novela picaresca sin estafadores. El cine tiene sus clásicos como El golpe, de George Roy Hill, o Los timadores, de Stephen Frears, y por estos pagos baste citar Los tramposos, de Pedro Lazaga. Pero si el arte es una reinterpretación de la vida, lo cierto es que la vida, en cuanto a estafas, supera en mucho al arte.

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La segunda temporada de Sneaky Pete (Amazon), una serie que gira absolutamente en torno a los engaños, es tan buena como la primera. Las venturas y desventuras de Giovanni Ribisi y su falsa familia de adopción bordean siempre el desastre y siempre sobreviven con la imaginación y la profesionalidad tramposa de su protagonista. En esta ocasión, el leitmotiv de sus 10 capítulos es la falsificación de un cuadro de Vermeer con el que conseguir una fortuna de un multimillonario. Naturalmente, surgen otros timos colaterales, como un fraude de vinos obscenamente valiosos, y riesgos como el enfrentamiento con narcotraficantes, pero todo lo supera Ribisi con la ayuda familiar.

La vida es menos entretenida, y el repertorio de fraudes, más amplio. Van desde las ingenierías financieras, las hipotecas subprime o las autóctonas preferentes hasta las promesas electorales incumplidas, el despilfarro público o esa entelequia del independentismo. En Sneaky Pete hay imaginación y talento; en la vida, prepotencia, convicción de impunidad y una codicia sin escrúpulos. En la ficción, el espectador se identifica con los estafadores. En la realidad, se lamenta de que en los banquillos no se sienten todos los que deben.

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