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Secretos y mentiras

La casa grande que da título al poemario de Rosana Acquaroni es una evocación en la que se superponen la voz del yo adulto y la inocencia de la mirada infantil

Portada de 'La casa grande'.
Portada de 'La casa grande'.

El nuevo libro de Rosana Acquaroni sitúa al lector en un territorio inestable, a medio camino entre el álbum de familia y la arquitectura efímera de otra “casa encendida” que remite a la de Luis Rosales. La versátil simbología de la casa grande que da título al poemario —organismo vivo, presencia anfibia, útero materno o cementerio de recuerdos— se configura como el centro de una evocación en la que se superponen la voz del yo adulto y la inocencia de la mirada infantil.

A pesar de este anclaje retrospectivo, no estamos ante una celebración auroral de la niñez, sino ante un exorcismo lírico que gira alrededor del personaje de la madre. Más allá de la indagación en los secretos y mentiras “de familia burguesa”, el libro se abre hacia un horizonte social que certifica la solidaridad recíproca entre la asfixia del recinto privado (los objetos cargados de valor sentimental) y la opresión de la historia colectiva (la inflamada retórica franquista): “Lejos de aquella España enardecida / de la camisa nueva que empezó a anochecernos”. Esa tensión dialéctica se transferirá más tarde a las cicatrices del sujeto enunciativo, “la niña derrotada” que se identifica con las ruinas de “una casa vencida”.

Junto con el diseño de este enclave metafórico, hay más cosas en los cajones cerrados bajo llave de La casa grande: la narración fragmentaria de una relación amorosa marcada por la clandestinidad, la reconstrucción de una biografía a pie de foto y la desgarradora inmersión en la locura que determinará la definitiva escisión entre el limbo farmacológico en el que habita la madre y el mundo de juegos infantiles en el que sigue atrapada la hija: “Ellos sujetan con fuerza tus muñecas / yo saco a pasear todas mis Barbies”.

El itinerario culmina con el regreso de un yo adulto que afronta la pérdida de la figura materna a través de una ritualización del duelo. Gracias a esta reevaluación crítica del pasado, Acquaroni logra salvar casi siempre los principales riesgos que acechan al volumen —la recreación vintage de la posguerra, por un lado, y la truculencia confesional, por otro— para levantar un edificio verbal de apariencia frágil, pero de firmes cimientos.

La casa grande. Rosana Acquaroni. Bartebly, 2018. 85 páginas. 12 euros.

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