Octavio Chacón, el magisterio
Una descastada, sosa y dificultosa corrida de Miura cierra el ciclo sevillano
MIURA / CASTELLA, CHACÓN, MORAL
Toros de Miura, —el sexto, devuelto—, muy bien presentados, serios y con cuajo, bravos en los caballos, y sosos, descastados y dificultosos en el tercio final.
Sebastián Castella: media estocada baja y atravesada (silencio); media baja (silencio).
Octavio Chacón: pinchazo —aviso— estocada, tres descabellos, —2º aviso— y un descabello (ovación).
Pepe Moral: estocada que hace guardia, media, dos descabellos —aviso— un descabello, dos pinchazos y el toro se echa (silencio); casi entera tendida (silencio).
Plaza de la Maestranza. 12 de mayo. Decimotercera y última corrida de la Feria de Abril. Tres cuartos de entrada.
Es una delicia asistir a una lección magistral sobre la lidia impartida por Octavio Chacón. Este torero es una referencia —ayer lo confirmó en la Maestranza— del conocimiento, la técnica, la firmeza, la seguridad, el dominio y, además, del buen gusto. Toreó primorosamente con el capote y se mostró solvente, serio, sobrado, dominador y templado con la muleta en sus dos toros. Y la asignatura no era fácil; tenía delante dos torazos de Miura.
Largos como un tren, de lámina antigua, con cuajo y peso —entre 583 y 670 kilos—, bien armados, con muchos pies en el primer tercio, alegres y prontos en los caballos y sosos, apagados, sin clase y con dificultades en la muleta. Así fueron los toros de la legendaria ganadería que ha cerrado la Feria de Abril. Toros para toreros experimentados, conocedores de los secretos de la lidia, valor reconocido y contrastada experiencia. Tal es el caso de Octavio Chacón.
Se estrenó en un quite por delantales y una media templadísima en un quite al primero de la corrida. Después, dos verónicas en el recibo a su primero fueron de categoría excelsa, al igual que otro quite por chicuelinas y dos medias extraordinarias. Y volvió a la verónica clásica ante el quinto.
Lo dicho: una delicia. Y no solo por cómo lo hizo, sino cómo lo dijo: con un derroche de torería, que es esa cosa inexplicable, pero que todos entienden porque es gratificante para los ojos del alma.
Apagado y sin celo fue su primero en el tercio final; deslucido, además, el quinto, pero en ambos dejó constancia de su capacidad lidiadora, sin aspavientos, sin descomponer la figura, con la serenidad y seguridad de un maestro. Quizá, dos errores en toda la tarde: su empeño en alargar la faena a su primero, y su error con el descabello que le llevó a escuchar dos avisos. Bueno, nadie es perfecto.
Abría el cartel Sebastián Castella, que se atrevió a hacer la gesta que no acostumbran las llamadas figuras como él. Pero el gesto fue solo sobre el papel. Pasó desapercibido, y se le vio precavido y a la defensiva, con la impresión de que aquel doloroso trámite finalizara cuanto antes. No tuvo toros para el lucimiento, es verdad, pero su actitud no fue de torero heroico que se anuncia con los miuras para demostrar no se sabe qué. Para ese viaje no se necesitan alforjas… Para ese viaje, mejor que le hubiera cedido el puesto a un compañero más necesitado que él.
Ese es el caso de Pepe Moral, que no ha comenzado con bien la temporada. O no ha encontrado aún el toro o es él el que está perdido. Se encontró en primer lugar con el más claro de la corrida, y lo aprovechó solo a medias en un par de tandas aseadas con la mano derecha. Pero a la hora de matar, un mitin. El violento sexto, inservible.
Babelia
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