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Blogs / Cultura
El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca

Victorino Martín, señor de Las Tiesas, el santuario cacereño del toro bravo

“Mi padre fue un hombre íntegro que apostó por la verdad del toro como base de la fiesta”

El grupo de toros seleccionados para la corrida de Sevilla.
El grupo de toros seleccionados para la corrida de Sevilla.
Antonio Lorca

“Este toro procede de un tronco de la rama de Vistahermosa y de una derivación que es Saltillo. Es cárdeno, negro y entrepelado, con un buen desarrollo corporal y seriedad en su conformación. Es encastado y fiero, y vende muy cara su vida. Es un toro que embiste muy despacio y posee una característica que lo distingue de todos los demás: el que humilla lo hace de manera muy diferente. Es un animal de cara o cruz, un toro de grandes triunfos y grandes fracasos”.

Habla Victorino Martín (Madrid, 1961) mientras transita por los seis kilómetros del camino de tierra que finalizan en una cancela de hierro que da paso a la entrada de su finca.

Es el norte de la provincia de Cáceres, a unos 20 kilómetros de Coria, en la carretera de Portezuelo a Acehuche; un cartel muestra la A coronada y anuncia la llegada a Las Tiesas, santuario del toro, donde pastan los victorinos.

Esta es la creación de Victorino padre, fallecido en octubre de 2017, ‘el mejor ganadero del mundo’, en palabras de Joaquín Vidal.

"Este es un animal de cara o cruz, un toro de grandes triunfos y grandes fracasos"

“Mi padre fue un hombre íntegro que apostó por la verdad del toro como base del espectáculo. Un revolucionario, un genio, un iluminado, un hombre con suerte. Su trayectoria marcó un antes y un después en la tauromaquia moderna”.

“Él crió el toro a su imagen y semejanza. Sí, los toros se parecen a sus criadores porque ellos seleccionan sobre un comportamiento; un ganadero pusilánime busca un toro más flojo, y otro con carácter persigue el toro fiero”.

El horizonte se pierde y la vista es incapaz de definir las 1.700 hectáreas de esta finca, situada en el margen derecho del río Tajo, bañada por el pantano de Alcántara, plagada de cercados, y preñada de hierba verde, retama, tomillo y jara. Y toros, expectantes y curiosos, que miran y olfatean al paso del vehículo.

“Sí, mi padre era un hombre de mucho carácter. La verdad es que no era fácil. En nuestra relación hubo altibajos, pero el balance es extraordinariamente positivo. Hablábamos todos los días y siempre estuvimos unidos”.

Victorino Martín hijo, dueño y señor de Las Tiesas, se pasea sin prisa por el cercado donde pasa sus días la corrida seleccionada para Mont de Marsan; a la derecha, la de San Isidro. Los primeros, atentos, de mirada penetrante y fisgones ante la presencia del ganadero; los destinados a Las Ventas, aburridos, pendientes de sí mismos, viendo pasar la vida con tranquilidad al margen de los visitantes.

“Siempre digo que no soy un heredero, sino un continuador. Mi vida ha sido la ganadería desde que nací; de los últimos 30 años, 22 los pasé trabajando codo a codo con mi padre y desde 2010 como responsable directo a raíz de su enfermedad. No me asusta este compromiso porque es para lo que me he preparado toda mi vida. Sé, además, que todo lo que salga bien es gracias a la labor de mi padre, y si algo sale mal es por mi culpa. Esa es una carga que llevo en mi mochila. Siempre se nos juzga por nuestras cotas más altas. De nosotros se espera la excelencia; a mí me encanta y ojalá siga siendo así”.

La mañana es fría y el cielo está encapotado. Las previsiones alertan de una jornada lluviosa. Allá, a lo lejos, el pantano. A la derecha, unos hombres a caballo apartan una manada de toros. En otros cercados, de los treinta que inundan la finca, la vida animal es apacible.

“Tenemos las mismas vacas —unas 350— desde hace 30 años. Este dato da una idea de la exigencia de nuestra selección. Solo aprobamos el diez por ciento de las vacas que tentamos”.

Unos 1.1000 animales componen la ganadería de Victorino Martín, y cada año lidian 15/16 corridas, unos 100 toros. El ganadero explica que por cada toro que acude a una plaza se mantienen diez animales en el campo. En total, diez camadas: añojos (becerros de un año), erales (dos años), utreros (tres años) y cuatreños; la quinta la componen los becerritos y los toros cinqueños (el treinta por ciento de los toros, según Victorino, por la exigencia de trapío en las plazas de primera); después, tres camadas de vacas, de uno, dos y tres años; las madres que paren componen la novena camada, (las hembras pastan en Monteviejo, una finca cercana) y los bueyes y caballos, la décima.

La atención preferente del ganadero y cinco personas fijas —a las que unen otras eventuales en función de las tareas— componen la nómina de esta empresa ganadera.

Victorino Martín, ganadero, en su finca cacereña.
Victorino Martín, ganadero, en su finca cacereña.

“Aquí no se para ni un solo día del año. La crianza del toro es cada vez más complicada. Las exigencias sanitarias son muchas, especialmente desde que España entró en el Mercado Común. Hay que sanear, resanear, vacunar, revacunar y superar diversos controles administrativos. Se pretenden erradicar enfermedades como la tuberculosis, la brucelosis y la lengua azul. Además, no hay que olvidar las exigencias en la plaza: hoy se pide un toro muy grande, con muchos kilos, muy rematado y que se mueva muchísimo”.

“Todo ello, qué duda cabe, supone un gasto importantísimo. Quizá, nosotros no debemos hablar porque nuestra ganadería es de las más rentables, pero este es un mal negocio. La mayoría son deficitarias y un verdadero artículo de lujo para sus dueños”.

La comitiva llega a los terrenos de Cobradiezmos, el rey-sol de la ganadería, el toro indultado en la Maestranza de Sevilla el 13 de abril de 2016. Allí pasta junto a unas 30 vacas y algunos becerros, hijos suyos, con pocos días de vida. El ganadero avisa. Cobradiezmos es esquivo, le molestan las visitas y no duda en embestir a los visitantes. Está cansado, y con razón, de ser el foco de las cámaras y del asedio de turistas curiosos que no lo dejan vivir. No es fácil que pose para las fotos y, ante la cercanía del vehículo, escarba la tierra y avisa que está dispuesto a defender su privacidad. Se impone la retirada.

“Yo no soy un heredero, sino un continuador de la obra de mi padre”

Fuera ya del cercado de la joya de la corona, Victorino Martín recuerda que ha sido torero, apoderado, empresario taurino, escritor, comentarista televisivo, además de su profesión de veterinario, y su responsabilidad como ganadero y presidente de la Fundación del Toro de Lidia.

“No, no soy el hombre orquesta. Soy ganadero por encima de todo, pero he preferido conocer todos los vértices de este sector”.

Considera muy positiva su etapa como novillero. “Me lo tomé muy en serio”, dice, “y me ha ayudado para toda mi vida, porque me enseñó a ser disciplinado”.

Debutó en público en 1979 y hasta 1982 fue novillero sin caballos. "Pero nunca dejé los estudios de Veterinaria”, aclara. En abril de 1983 se estrenó en Nimes con picadores y llegó a lidiar ocho festejos entre esa temporada y la siguiente, pero lo dejó porque, según confiesa, mataba novilladas muy fuertes y su padre nunca le ayudó lo suficiente.

“La ganadería es la obra de una vida, y mi padre vio en mí a su sucesor y no quería que me distrajese”.

Fue apoderado de José Tomás en sus inicios y quien convenció a Antonio Corbacho para que se hiciera cargo de la carrera del entonces becerrista. Y, junto a su padre, ayudó también a Miguel Abellán, César Jiménez, el novillero mexicano Angelino y Luis Bolívar.

En compañía de Simón Casas y Villar Mir acudió al concurso de la plaza de Las Ventas cuando lo ganaron los hermanos Lozano, y fue empresario en la de Zaragoza.

En el año 2000, escribió el libro Victorino por Victorino, que ahora desea reeditar para completar la historia de su casa. Y durante tres años trabajó como veterinario en la Junta de Extremadura.

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La finca es tan extensa que permite ahondar en toda una vida mientras atraviesas cercados. Ahí están los toros escogidos para Sevilla, agrupados en una esquina, desconfiados ante los visitantes. Nueve toros de deslumbrante presencia, que no dudan en huir ante la cercanía humana. Entre ellos figuran los siete que Victorino ha elegido finalmente para que viajen a la Maestranza: Paquetillo, Moreliano, Corretón, Paquecreas, Minueto, Bochinchero y Petrolero. Ha comenzado a llover.

“El toro de hoy es el más grande de la historia; y las figuras solo quieren matar toros de unas ganaderías determinadas, y eso no puede ser. También se les exige mucho a esos ganaderos comerciales. Los toreros los utilizan y, cuando no les gusta el toro, los abandonan”.

“Hay que recuperar el espectáculo en su integridad. Ha desaparecido el primer tercio, las faenas son muy largas y acaban siendo cansinas. Yo cambiaría por completo el tercio de varas, desde el peso del caballo al tamaño de la puya y la forma de realizar la suerte. Es el único momento en que el toro es protagonista”.

El mal tiempo obliga a buscar refugio en la casa, una moderna estancia con un gran salón con capacidad para más de 200 personas, donde se sirven exquisiteces de la gastronomía extremeña para los muchos aficionados que visitan este santuario.

“Sí, sí, yo estoy convencido de que la fiesta tiene futuro. Si no fuera así, mal nos irá a todos. El animalismo es algo muy grave. El toro no es más que la cabeza de turco. Pretende igualar los animales a las personas y eliminar la utilización de aquellos en todas las actividades humanas, incluida la alimentación, la vestimenta o la experimentación. Estaremos abocados a un retroceso sin precedentes en la existencia del ser humano en este planeta…”.

Las ruedas del coche dejan sus huellas en la tierra mojada. La lluvia fina ha cambiado el color de este singular escenario. Se impone una mirada a la lejanía, cuajada de motitas oscuras que se mueven con aire cansino. Son los famosos, temidos y admirados victorinos. Queda la última cancela antes de enfilar el camino hacia la carretera. Atrás va quedando Las Tiesas, un universo único, otro mundo, donde nace y crece un animal que es protagonista de la emoción y la belleza.

Los 40 hijos de 'Cobradiezmos'

Cobradiezmos, el toro de Victorino Martín indultado en Sevilla el 13 de abril de 2016, es padre de familia numerosa. Cuarenta hijos, entre machos y hembras, llevan su sangre. Siete nacieron en 2017; 20 al año siguiente y 13 en 2019.

Las primeras vacas las cubrió con las heridas aún abiertas tras su lidia en el ruedo de la Maestranza.

Desde el pasado 1 de enero vive acompañado por 32 vacas y varios becerritos recién nacidos, y ahí pastará como rey de su manada hasta mediados de junio.

En el otoño, con tres años cumplidos, se tentarán sus primeras hijas, y el ganadero comprobará si, además de haber sido un buen producto, ‘Cobradiezmos’ es un reproductor de primera.

De momento, vive tranquilo -esquivo, eso sí, ante las visitas- y cumple con su importante función de semental. Es la joya de la ganadería.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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