¡Arresten a los que aplauden!
En estos días poselectorales he podido escuchar el escandaloso aplauso con que, en general, los perdedores han saludado su derrota
1. Perdedores
Cuenta la leyenda farandúlica que en 1928, durante el estreno de El hijo del diablo, un drama en cinco actos de Joaquín Montaner con Margarita Xirgu de protagonista, don Ramón María del Valle-Inclán, al que la obra no había gustado nada, montó tal pollo (o poyo) que un policía se lo llevó detenido mientras el gallego le protestaba: “¡Arreste a los que aplauden!”. La anécdota me viene al pelo en estos días poselectorales cuando, como ocurre casi siempre, he podido escuchar el escandaloso aplauso con que, en general, los perdedores han saludado su derrota. Mientras crece exponencialmente el número de escaños ocupados por secesionistas de toda laya sin que la mayoría de los medios parezca haber tomado nota, las tres derechas —la derechona, el pretendido centro derecha y la extrema derecha posfascista— siguen encantadas de haberse conocido y poco menos que aplaudiendo con sus lindas orejitas su retumbante fiasco colectivo.
El señor Casado, que, increíblemente, todavía sigue con el culo bien encolado a su sede, como si su estrepitoso descalabro no le concerniera, ha pasado en horas veinticuatro de aliado de los malos a detractor de su antigua novia de la ahora “extrema derecha”; el señor Rivera, que tampoco cesa de aplaudirse a sí mismo, intenta “reconquistar” su olvidado centro izquierda (¿?) mientras persigue por el cielo protector y poselectoral “la libélula vaga de su vaga ilusión” como imposible líder de la oposición; y qué decir de Abascal, al que, aunque solo sea verbalmente, el vociferante Ortega Smith, su policía malo, ha convertido repentinamente en una monjita de la caridad tras el relativo fracaso de sus expectativas de entrar como elefante de 60 (¡y hasta 70!) patas en la cristalería parlamentaria.
Todos aplaudiéndose a sí mismos, incluso Unidas Podemos, que pierde, pierde, pierde —y vuelve a perder— mientras el máximo responsable personal de su fracaso ni se plantea, ante una militancia, más que obediente, cloroformizada (como el J. Alfred Prufrock del poema de Eliot), qué ha podido hacer mal. Aquí el único que parece haberlo hecho bien, aparte de los multiplicados secesionistas y del discreto vencedor socialdemócrata (al que tanto ha ayudado el diseminado miedo al proboscídeo abascalino), que ahora podría gobernar sin onerosos lastres, es, sobre todo, el señor Tezanos, que supo dar en la diana de las encuestas con la precisión con que el disparo de la Magnum 44 del fascistoide Harry Callahan (Clint Eastwood) impacta en la frente de los malos.
2. Xirgu
Solo merece parabienes —y premios— la labor que Renacimiento viene haciendo en su “biblioteca del exilio”, en la que, entre otros textos imprescindibles para un patrimonio cultural aún bastante descuidado, vienen apareciendo los volúmenes que configuran la exhaustiva investigación llevada a cabo por un equipo dirigido por Manuel Aznar Soler. Recientemente se ha publicado el Epistolario de Margarita Xirgu (edición de Aznar Soler y Francesc Foguet i Boreu), que recoge toda la correspondencia conocida de la gran actriz y directora de escena catalana (Molins de Rei, 1888-Montevideo, 1969). Ordenado en siete épocas que marcan, en opinión de sus editores, la trayectoria vital y profesional de la Xirgu, este epistolario es una herramienta fundamental no sólo para entender los avatares de su biografía y de su “complejidad humana y las naturales contradicciones entre la mujer y la ciudadana”, sino, sobre todo, por ofrecer un panorama oblicuo y personal del rico, aunque desconocido (a excepción de algunos hitos: el de Alberti, Aub o Casona), teatro del exilio prohibido aquí —y, por tanto, desconocido por su público natural— y estrenado, cuando se pudo, en América. Una correspondencia rica y amena, humana (familia, amigos) y profesional que brinda una visión personal pero viva de la literatura y la práctica teatral de la Edad de Plata y el exilio.
3. Tochazos
La novela gráfica y, en general, los cómics tienen también sus tochos equivalentes en extensión y complejidad a los de sus parientes narrativos. Y como ocurre con estos, los centones gráficos tampoco admiten una lectura apresurada, ni siquiera en un solo día. Entre los de gran calidad que he leído estos días quiero recomendarles tres que he disfrutado abundantemente. Mi vida en barco (Gallo Nero, 620 páginas), de Tadao Tsuge (no confundir con su más longevo hermano Yoshiharu, también publicado en la misma editorial y uno de los grandes maestros del wakatushi manga, la literatura gráfica del “yo”), cuenta la aventura espiritual de un novelista en crisis que decide comprar una barca y echarse al río a pescar carpas y a encontrarse a sí mismo; Epiléptico, el ascenso del Gran Mal (Salamandra) reúne en un solo tomo los seis volúmenes (publicados entre 1996 y 2003) de la tremenda historia autobiográfica de su autor, el francés David B (Pierre-François Bouchard), y de cómo la epilepsia de su hermano y el drama familiar consiguiente le marcaron en su formación hasta su catarsis artística como dibujante: una pequeña obra maestra del género.
Por último, Dios, el Hombre, el amor y dos o tres cosas más (Lumen) es la primera y disparatada —sin guion previo, sin estructura clara, pero con muchísimo humor y excelente trazo— de Tute (verdadero nombre: Juan Matías Loiseau), uno de los mejores historietistas argentinos de ahora mismo.
4. Evoluciones
Si desean regalar a sus hijos/as un libro ilustrado para que flipen en colores échenle en cualquier buena librería un vistazo al estupendo Evolución (Impedimenta; 16 euros), ilustrado por Katie Scott, un atractivo y la mar de instructivo resumen de la aventura evolutiva desde las cianobacterias del precámbrico hasta el sapiens.
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