Un acto de amor
El dibujo fue para la arquitecta Lina Bo Bardi una práctica íntima. Una muestra en Barcelona aporta luz crítica sobre esta faceta
En los últimos años, varias exposiciones y libros han ido celebrando el legado de la arquitecta italobrasileña Lina Bo Bardi (1914-1992), quien estudió arquitectura en los años treinta del siglo pasado, cuando Italia se destruía a diario. La elegancia con la que concilió la modernidad y el saber popular sugiere que lo que para muchos fue una batalla teórica, en ella fue una cuestión de empatía hacia Brasil y su gente, país al que se mudó en 1946 y del que en seguida destacó su enorme potencial. No es menos cierto que si tomó decisiones osadas, lo hizo desde una práctica que ejerció con cierta modestia, como también lo es esta exposición que reúne un centenar de dibujos de una colección de más de 5.000. De entrada se aprecian técnicas y estilos muy distintos. Algunos recuerdan a las ilustraciones de Saul Steinberg, a quien conoció. Otros, a los lienzos de la pintora modernista Tarsila do Amaral, e incluso hay una copia en bolígrafo de Durero.
Son muy expresivos, pero no pueden valorarse de manera autónoma. Es inevitable conectarlos con el Museo de Arte de São Paulo (MASP), la fábrica SESC Pompéia o la Casa de Vidrio, con la Lina Bo Bardi que escribe, monta exposiciones y levanta edificios. De hecho, la tarea de Zeuler Rocha Lima, que es el comisario de esta muestra, se orienta a facilitar dicha lectura, al considerarlos como “una prolongación de su pensamiento”. No en vano, los alzados y planos de obra son sólo una parte del repertorio, que ocupa cuatro salas y se ordena en varios bloques temáticos. Hay una sección referida a la naturaleza; otra, a las personas, detalles de mobiliario y escenarios de vida, además de un vídeo sobre sus diseños para exposiciones. De hecho, en este caso, el montaje ha buscado respetar al máximo sus ideas en la materia. La primera sala ya es una alusión al MASP y sus fascinantes caballetes de cristal, que hacen que una pueda pasear entre lo expuesto e incluso ver su reverso. Sólo que aquí los caballetes son puntales de obra y, en vez de sostener lienzos de épocas remotas, muestran acuarelas y bocetos. No es la única solución arquitectónica: algunas forman parte de los dibujos, pero otras se materializan en el espacio, como los paneles traslúcidos que cuelgan del techo y rompen simetrías, o el recurso del andamio, que aquí sustituye a la clásica vitrina y es una alusión directa a una de sus obras más emblemáticas. En un caso, la barra metálica continúa la línea del dibujo. Lástima que esta sea más tosca que las estructuras tubulares que usó Lina Bo Bardi, quien cuidó hasta el último detalle. Lo hizo como arquitecta y comisaria, esperando interferir lo menos posible entre el público y las obras; claro que en el contexto de la Miró, donde Sert ya hizo sus deberes, ese guiño luce menos.
En cualquier caso, es una oportunidad para aproximarse a esta figura que dejó por escrito que los museos modernos debían ser didácticos. Los pies de foto de sus textos van en ese sentido. También las indicaciones que aparecen en estos dibujos, donde las personas rara vez son un mero decorado ni marcan una escala: tienen su agencia. Por eso no deja de ser significativo que en 2017 gerentes, actores, bailarines, arquitectos y espontáneos reaccionasen al acoso inmobiliario llamando a salvar el Teatro Oficina, que ella concluyó hacia el final de su vida. Si para Lina Bo Bardi lo monumental nunca fue una cuestión de tamaño, sino de conciencia colectiva, dicha movilización nos dice mucho de su legado, que, aun siendo escaso, vive.
Lina Bo Bardi dibuja. Fundación Joan Miró. Barcelona. Hasta el 26 de mayo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.