Perro no come perro
El reciente enfrentamiento entre Iván Ferreiro y Santiago Auserón nos recuerda la rareza de las críticas entre músicos españoles
Si no están atentos a los alborotos en las redes sociales, es posible que les haya pasado inadvertido un curioso encontronazo. Les resumo: el pasado 21 de septiembre, en una entrevista para promocionar Cena recalentada, su homenaje a Golpes Bajos, Iván Ferreiro arremetía contra Radio Futura: “En directo eran una puta mierda. De eso no se habla. Y seguro que Santiago Auserón te lo dirá: 'Éramos una puta mierda'. Se iban a grabar a Nueva York y no sabían tocar lo suyo, era desastroso. Y el directo estaba grabado en un estudio, porque no les daba. Tenían a un cerebro maravilloso, que era Santiago Auserón, pero los demás no estaban a la altura. Santiago empezó a tener músicos guays cuando conoció al músico cubano que le gustaba, el otro que no se qué... Pero el verdadero grupazo fue El Último de la Fila. Qué calidad, qué seriedad”.
Conviene mencionar que se trata de un corolario derivado de una alabanza previa a El Último de la Fila: “Nos mean a todos, me río de Vetusta, me río de mí y de todos. Comparados con ellos, somos todos unos putos aficionados”. Seis meses después (¡!), llegó la respuesta del cantante de Radio Futura en su muro de Facebook. Su defensa de la contundencia del directo del grupo fue aplaudida universalmente: hay unos 1.400 comentarios que ratifican sus argumentos, ahogando al puñado de disidentes que minimizan el ataque original, explicado como un calentón propio de una charla distendida.
Al final de su respuesta, Santiago invoca la solidaridad gremial: “Yo no promocionaría un producto hablando mal de otra gente para llamar la atención, aunque haya mucha música pop española que realmente no me gusta”. Ahí se sitúa en la tendencia dominante dentro del negocio musical: la regla del “perro no come perro”, justificada con la santurronería del Todos Somos Compañeros. Pienso en las maldades que un agudo cantautor dedicaba a un vocalista melódico de pasado franquista; en petit comité, bromeaba con sabotear la próxima aparición del barítono en un musical.
No lo hizo. Todo lo contrario: unos años después, compuso un tema que grabó en dueto con el objeto de su ridículo. Produce sonrojo pero, vaya, algún propagandista intentó venderlo como una reconciliación entre las dos Españas. Uno preferiría que hubiera dos o más Españas y, de paso, una mayor sinceridad entre artistas. Solo se desmandan los malditos: ante el magnetofón, Antonio Vega soltaba barbaridades respecto a algunos de los cantantes ligeros que requerían su presencia en conciertos, que recurrían a su cancionero o que exigían firmar temas de forma conjunta. Al día siguiente, eso sí, solicitaba que no se citaran nombres: “somos pocos y nos encontramos a todas horas”.
Somos pocos… e hipócritas. No estoy sugiriendo que ahora saltemos a la belicosidad del mundo del rap, con sus beefs rituales y su gusto por el gatillo. Pero sí resultaría oxigenante hablar con mayor sinceridad de la música de los coetáneos. En contra de lo previsible, a pesar de la expansión de las plataformas digitales, parece que el margen de crítica se ha reducido, incluso para los profesionales de la polémica. Antes, cuando se publicaba un nuevo disco de Dinarama, cabía esperar que se airearan opiniones comanches. Ahora, prefieren masajear el gusto del gran público y despreciar a los especialistas: “¿Cómo se atreven a discutir Operación Triunfo?”.
Se trata de una forma fácil de ganar aprobación. Tiene sentido estratégico: con el imperio de los talent shows y la apoteosis de Eurovisión, no se han creado melómanos; gracias al subidón del voto digital y el empoderamiento de las turbas virtuales, una generación ha pasado directamente al estatus del hincha futbolero. No es una buena noticia.
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