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Nieva sobre la historia

Polifacético, comprometido y riguroso. Carlos García-Alix vuelve a la pintura para mirar de frente al horror de la memoria y ver la historia con la piedad que reclama

'Babylon, Berlín' (2018), óleo de Carlos García-Alix.
'Babylon, Berlín' (2018), óleo de Carlos García-Alix.

Que para cantar hay que olvidar, es decir, que para que una obra artística cuente con la inocencia y la alegría que atribuimos a la acción de la naturaleza hace falta mirar abiertamente al tiempo que avanza y torcer el pescuezo al Angelus Novus que nos fuerza a volver los ojos hacia un pasado hecho cenizas, es seguramente una convicción higiénica. La mayoría de los artistas contemporáneos que pasan por críticos de la historia y heraldos del futuro no suelen, sin embargo, con sus operaciones pasablemente subversivas sino poner en práctica el dicho “A moro muerto, gran lanzada”. Pero hay otros, muy pocos, que sostienen la mirada al horror de lo que pasó y que al tiempo son capaces de destilar su poesía, y eso sin echar mano de retóricas o contraseñas transgresoras, es decir, convencionales. Cuando pienso en Carlos García-Alix sé que no estoy pensando, sólo, en un pintor —un excelente pintor literario, o sea, institucionalmente excluido—, ni en un escritor, un documentalista, un editor (por ejemplo, de Sironi en castellano) o un cineasta por separado, sino en todos ellos reunidos en un solo artista apasionado —obsesionado— por la recreación de las encrucijadas más oscuras y tantas veces criminales de la historia, sobre todo española, del siglo XX.

Por eso de quien me acuerdo a la primera es de Baroja, igualmente volcado en la construcción de una memoria apócrifa en la que esos episodios, los más condenados de la historia, encuentran su redención a partir de tal pasquín, de tal fotografía hallada en una cartera. Lo que a Baroja fueron las guerras carlistas, a García-Alix es la guerra de España y las anteguerras y posguerras de un siglo, sí, calamitoso, pero encendido también, a sus ojos románticos, por la poesía de la tragedia. “De la rosa romántica, en la nieve, / él ha visto caer la última hoja”, decía Machado en su poema al novelista. Y precisamente de esforzados caminantes contra la cellisca y la nieve, de tranvías y cornejas en una Praga nevada hablan hoy unas pinturas que aparentemente se apartan de aquellas reconstrucciones históricas, diríamos que multidisciplinares, para replegarse a territorios más íntimos, puramente evocadores, aunque siempre narrativos. Aparentemente. Porque hubiese sido mucho pedir que el recreador del clima soviético madrileño (Madrid-Moscú, 2003); o del pistolerismo anarquista en libro, película y pintura (El honor de las injurias, 2007), o más recientemente de los años en que su abuelo el periodista Miguel Pérez Ferrero encontró refugio primero en el Instituto Francés de Madrid y luego en el Colegio de España en París (Bandera de Francia, 2018), sería mucho que se comportara ahora en exclusiva como aquel mero aunque excelente pintor.

Como a Baroja el siglo XIX, como a su admirado Sender, el siglo XX dio a Carlos García-Alix “un ascua de su fuego”, y alumbrándose con ella lleva cosa de 30 años por calles oscuras que nadie había visitado desde lo ocurrido un día o una noche fatales, encontrándose con las viudas y los hijos de los asesinos, de las víctimas. Días y noches se titula esta exposición en la que el fuego y la nieve entran en una conversación rara, como si el blanco manto lo fuera de piedad, de misericordia sobre el odio y la ruina. Y para eso, a este artista romántico le asiste la soberana ironía de quien sabe hacerse pasar a veces hasta por pintor de postales.

Días y noches. Carlos García-Alix. Utopia Parkway, Madrid. Hasta el 26 de abril.

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