Arcos de niebla y azufre
La fuerza pictórica de la nórdica Anna-Eva Bergman está en cómo combina escala propia y materia. Una exposición en Valencia reúne sus paisajes, incluidos los que pintó en España
En una rápida impresión, las pinturas de Anna-Eva Bergman (Estocolmo, 1909-Grasse, 1987) parecen seguir la tradición de lo sublime, del arte elevado. Observadas más tranquilamente, ese efecto es ilusorio porque todo en ellas es verdadero y exacto como un reportaje, intensificado como una microfotografía, simultáneo y distorsionado como un fotomontaje. Sus cuadros son superficies all-over atravesadas de lado a lado, horizontalmente, por una raya inacabada y un cromatismo avivado en el suelo increado, nutricio, la matière. Es la propia sustancia del paisaje y cómo su apariencia cambia con la luz y el orden natural. El centro de arte Bombas Gens exhibe una buena representación del trabajo de esta pintora casi desconocida. Son paisajes noruegos y españoles, “de norte a sur”, con sus ritmos, precisamente el título de esta retrospectiva que irrumpe en un momento oportuno de recuperación de autoras. La muestra ha sido posible gracias a la iniciativa de la fundación valenciana Per Amor a l’Art y la Fundación Hartung-Bergman, además de las dos instituciones que han cedido en préstamo sus fondos: Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris y Heine Onstad Kunstsenter de Hovikodden, en Noruega.
La pintura de Bergman es abstracta en lo que se refiere al tratamiento de la luz, el color y en cómo maneja la repetición, la diferencia y la simetría, tres características que logra por el uso autónomo de cada pigmento y láminas de metal al servicio de la organización plástica. La profundidad de sus panoramas helados y tierras secas, que suele representar como ventanas verticales, carece de puntos de referencia. Son muros y horizontes al mismo tiempo, también hay planetas y asteroides (serie Astres, 1964-70) a punto de colisionar que apartan al espectador o lo atraen hacia un interior donde está la brecha entre la forma definida y la forma percibida, la misma línea que trabajaron los artistas minimalistas. Bergman manejaba con mucho cuidado estas complejidades de la percepción para conservar la relación íntima del espectador con el espacio ambiental y que no llegara a abrumarle, de ahí que el término “sublime”, tan asociado a este tipo de representaciones de campos de color, no convenga a sus pinturas, pues en ellas no existe un tiempo absoluto o conciencia frente al destino humano, sino que son, sencillamente, lugares específicos, amistosos, abarcables.
La tela horizontal recibe sucesivas capas de pintura que se recubren con láminas de plata y oro, saturando los colores, o estos han sido a su vez tapados con líquidos pigmentados y barnices que modifican su aspecto, como si la artista quisiera acuchillar la pintura, dejando rastros de relieves o incisiones y haciendo que las formas se encuentren y transformen la percepción del color en función de la luz. Este proceso es más evidente en la serie de paisajes nórdicos. Piedras, lava, árboles, fiordos y acantilados tienen una apariencia más cósmica e inalcanzable, aun cuando su fisicidad se da por continuidad, de una ventana a otra, lienzo a lienzo, como si estuviéramos frente a un entorno lunar representado por fragmentos (Bergman crea sus paisajes a partir de fotografías que toma en el lugar, a la manera de dibujos preparatorios).
En sus telas todo es verdadero y exacto como un reportaje, intensificado como una microfotografía
La serie de telas que realizó durante sus largas estancias por el sur de Francia, Menorca, Extremadura y Andalucía —Granada, cabo de Gata, Carboneras, Las Hurdes— a la búsqueda de “lugares que han permanecido salvajes e inalterados” junto a su pareja, el pintor francoalemán Hans Hartung, adoptan un proceso similar: las piedras fracturadas y la tierra seca, jalonada de esparto, cactus y agaves, se cosen al cielo con un marcador espacial que recuerda los zip de Barnett Newman (Horizon à une ligne, 1971). Entonces el color, y no la textura, tiene mayor protagonismo. Anchas y enérgicas pinceladas cargadas de pintura marrón, negros terrosos y fragmentos secos devienen sombras enfáticas y maniáticas cuando son arrastradas por el lienzo en pasadas paralelas. En el mismo intento de pintar la pintura, las líneas que señalan los horizontes son de silencio, entonces el espejismo que produce el sol despiadado o el frío helado las hace vibrar. Son arcos de niebla y azufre que se extienden del ser a la memoria.
Hay una tendencia a mirar este tipo de cuadros de lejos. En su desafío a la inmensidad intacta, entendida no como concepto sino como presencia, no como impresión del tiempo sino como experiencia del tiempo, Anna-Eva Bergman busca transmitir al espectador ese conocimiento del lugar íntimo y de la escala propia. Celebramos la recuperación del trabajo de una artista como experiencia cultural, en el aquí y ahora.
‘De norte a sur. Ritmos’. Anna-Eva Bergman. Bombas Gens. Valencia. Hasta el 5 de mayo.
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