David Virelles y el jazz más allá de etiquetas
El pianista cubano protagoniza un encuentro entre el jazz y el flamenco el viernes en Casa Patas
A David Virelles (Santiago de Cuba, 1983) el ambiente que hay en Casa Patas, uno de los templos del flamenco en vivo y de sus correrías en Madrid, le recuerda mucho al de la Casa de la Trova de Santiago de Cuba, donde su padre solía llevarle cuando era niño. “Lo mamaba todo”, confiesa sentado en una de las salas del popular local madrileño, donde tocará mañana acompañado del guitarrista flamenco Jesús de Rosario y del percusionista Lucky Losada.
Tan original encuentro viene marcado por el día que el pianista cubano pasó por Casa Patas en octubre de 2018 y, amparado por la juerga canalla del lugar, se puso al piano y emocionó a todos. Los flamencos se animaron con él a las palmas, al grito de “qué bonito”, y se originó la simbiosis. Virelles aceptó la invitación de tocar en Casa Patas junto a músicos del cante jondo para desarrollar una fusión, la del jazz y el flamenco, que, como bien demostraron antes Paco de Lucía o Jorge Pardo, es más que fructífera. “No me gustan las etiquetas. Creo en la música en sí misma”, apunta.
Aunque viste como un elegante jazzman y profesa un conocimiento enciclopédico de la música que elevó a los altares Miles Davis o Charlie Parker, Virelles, que cita a John Coltrane como un referente por su “ética”, es un hombre de música, más allá de cualquier estilo. Hijo de un padre músico de peñas y cooperativas cubanas y una madre flautista de la sinfónica de Santiago, Virelles ingresó a los siete años en el Conservatorio de Santiago de Cuba, un aprendizaje que sazonó con sus escapadas a las peñas de la ciudad, donde su padre tocaba regularmente y él se empapaba de vigorosos ritmos autóctonos. “Santiago tiene una tradición musical de gran importancia en la cultura musical cubana. Muchos de los géneros que identifican a la música cubana vienen de allí. Por ejemplo, el son cubano”, explica.
Marcado por la música que también oía en casa, como Chucho Valdés, Gonzalo Rubalcaba, Emiliano Salvador -“uno de los grandes pianistas de Cuba y embajador de eso que se llamó el latin jazz”- y hasta Camarón, fue a los 13 años cuando tuvo conciencia de la importancia de la música en su vida. Adquirió una beca para estudiar en Toronto, donde contactó con Barry Harris, uno de los más destacados pianistas de bebop. Durante siete años, aprendió de Harris y vivió dentro de una escena artística “muy rica”, pero fue Nueva York donde le “cambió la vida”. “Allí alcancé la mayoría de edad”, confiesa. En la Gran Manzana, ha tocado con gente como Steve Coleman o Ravi Coltrane, hijo de John Coltrane, pero sobre todo no ha dejado de estar en la vanguardia, intentando aportar su perspectiva afrocubana.
“La música cubana está íntimamente relacionada con el jazz”, cuenta. “Ahí están las grabaciones de Chano Pozo o Mongo Santamaría. Cuando uno se remite a la música, se ve perfectamente la importancia que tuvo Cuba para el jazz. Fue avangard. Los cubanos aportaron elementos de raíz africana. No sólo de estructura, sino también de orquestación. Uno de los mayores aportes fue en la percusión con la tumbadora, bongó, una campana…”.
Babelia
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