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SILLóN DE OREJAS
Tribuna
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También yo cambiaría el colchón

A medida que en los telediarios crece lo anecdótico y los sucesos, más me refugio en los libros

Kevin Costner, en 'JFK: caso abierto', de Oliver Stone.
Kevin Costner, en 'JFK: caso abierto', de Oliver Stone.
Manuel Rodríguez Rivero

1. Intrigas

A medida que en los telediarios se consolidan como núcleo de la “información” lo anecdótico y los sucesos (véase, por ejemplo, el que dirige Pedro Piqueras en Telecinco), y la “tentación de traducir lo universal como un magma de situaciones anecdóticas e imprevisibles prevalece sobre las lecturas vertebradoras y omnicomprensivas de lo que pasa en el mundo”, como asegura Rafael Tranche en La máscara sobre la realidad (Alianza), paso menos tiempo colgado de las noticias de la tele. Los “informativos” tienden a competir con lo que se hace viral en las redes sociales: faits divers, noticias “de interés humano”, boberías de “gente” (es decir, de celebrities), pintoresquismos, personas que muerden a perros, y otros asuntos de baja intensidad que contribuyen a borrar con lo que “dicen” lo que omiten decirnos; así que lo que al final nos queda es un compost de “información” sin jerarquía, en el que todo vale por igual. Al menos en los diarios de papel, la puesta en página sugiere un orden de lectura: uno puede saltarse las páginas de “gente”, por ejemplo, y buscar lo que le interesa.

Total que, como para mis dosis diaria de ficción y de realidad me bastan los libros (y la vida, claro), cada día me refugio más en ellos, lo que es una suerte. En las últimas semanas han caído en mis manos otras dos novelas de “intriga policial” muy diferentes. La primera fue Carreteras de otoño (HarperCollins), de Lou Berney, un road-thriller que tiene como telón de fondo la fuga de un empleado mafioso al que su jefe hace perseguir —desde Nueva Orleans hasta California— porque ha quedado como un “cabo suelto” en el asesinato de JKF. El magnicidio de noviembre de 1963 sigue suministrando motivos y argumentos para el cine y la literatura (sirvan como buenos ejemplos la peli JFK: caso abierto (1991), de Oliver Stone; el thriller America (1995; Ediciones B), de James Ellroy, o Libra (1988; Seix Barral), una obra maestra de Don DeLillo. Aún mejor me lo pasé con O calle para siempre (Destino), de J(osé) M(aría) Guelbenzu, una novela muy diferente dentro del estilo clásico del whodunnit (“quién lo hizo”), en el que su autor se ha convertido en un maestro indiscutible. Se trata de una nueva investigación de la juez (a JMG no le gusta “jueza”, con la que está cayendo) Mariana de Marco que se abre con una boda y un (primer) asesinado en la mismísima iglesia, y que transcurre en Madrid, lejos de los escenarios norteños y provincianos habituales. Lo mejor me sigue pareciendo la protagonista, una espléndida mujer en la cuarentena, a quien los lectores hemos visto crecer (física, intelectual y afectivamente) a lo largo de las siete novelas anteriores, y que ya forma parte del palmarés de los mejores “sabuesos” de la novela policiaca española. Ya estoy deseando leer la próxima. O verla (algún día) en el cine, quizás encarnada por mi adorada Aitana Sánchez-Gijón.

2. Riquezas

A estas alturas nadie ignora que Francisco Rico Manrique (everything is in the name) pasará a la historia por cosas más significativas que haber escrito que no fumaba cuando todavía humeaba su pitillo, o por haber tenido un par de broncas épicas con su colega del sillón T de la RAE, o incluso por sus cameos como personaje literario (su verdadera vocación) en algunas ficciones contemporáneas. No: este individuo excéntrico e impertinente (si uno no ha padecido alguna de sus bachillerías es que no existe), al que todavía le gusta disfrazarse y epatar al personal (“yo soy a veces Eichmann y otras un judío de Auschwitz”), es, por encima de todo, un sabio. No es ahora el momento de hacer la glosa académica —vayan a su entrada en Wikipedia, tan austera y medida como un epitafio redactado en vida— de nuestro más importante petrarquista y conspicuo quijotista, que supo (y aumentó por ello la riqueza que proclama su apellido) poner la muy rentable industria Cervantes en el siglo XXI. Hoy lo traigo a colación en su faceta de conspicuo profesor, y más concretamente por la publicación (Universidad Autónoma de Barcelona) de Escritores en la Autónoma, un libro-álbum que recoge la pequeña historia de la célebre tertulia que animó durante ocho años en su feudo de Bellaterra.

Rico siempre ha creído que no es posible la crítica ni la formación literaria sin una sólida base histórica y filológica, pero consideraba que tan importante como eso era el contacto real con los creadores vivos, con quienes fijan y dan esplendor a la lengua en cada momento. Para ello se inventó aquella tertulia, por la que pasaron casi todos los que contaban en las letras españolas, desde Vázquez Montalbán o Benet hasta Martín Gaite y Matute: una treintena de lo mejorcito de aquella literatura donde aún no arrasaban los escritores con más de 300.000 seguidores en las redes sociales. El libro se completa con una extensa, hilarante y muy pombiana entrevista con el señor Pombo, y otra con Esther Tusquets. Por lo demás, el autor-editor queda muy guapo en la foto de la solapa, con su ojo izquierdo tapado con un parche de pirata. No se le ve el garfio.

3. Rosa

Reforma o revolución (1899), de Rosa Luxemburgo, uno de los grandes clásicos del marxismo, es la última (y estupenda) coedición de los hermanos Moreno (editores de Capitán Swing y Nórdica), que se publica muy oportunamente en el año del centenario de la autora y muy cerca de un 8 de marzo calentito. Traducida por Isabel Hernández y magistralmente ilustrada —parecen pósteres— por Fernando Vicente. En cuanto al título de este Sillón, no se extrañen; es el único que se me ocurre tras haber leído (saltando por el índice onomástico) el Manual de resistencia (Pedro Sánchez, con la ayuda de Irene Lozano; Península, Grupo Planeta).

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