_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Frank Underwood contra el hipócrita espectador

El vídeo publicado por Kevin Spacey es un alegato por la ambigüedad

Sergio del Molino

No le darán ningún Emmy por él, pero Let me be Frank, el monólogo de tres minutos que Kevin Spacey ha subido a YouTube, es la mejor interpretación de su carrera y un hito de la historia de la televisión. En él, caracterizado como Frank Underwood, el protagonista de House of Cards, parece que habla de las acusaciones de abuso sexual que han destruido su carrera (y al personaje), aunque podría estar hablando de cualquier otra cosa, porque el texto -trabajado, calculado, pulidísimo, sin un resquicio de improvisación- es un alegato por la ambigüedad, empezando por el título: permítanme ser Frank / permítanme ser franco.

El monólogo solo se agrieta en una frase: “Ustedes son demasiado inteligentes para eso”. Ese compadreo con el espectador, casi populista, desentona con un mensaje que se presenta confuso e intrigante, y busca sobre todo incomodar a ese espectador, colocarle en el centro del problema, obligarle a tomar partido en un dilema. Eso no se consigue con guiños ni halagos.

Lo que viene a decir, sin decirlo, es que el espectador (el hipócrita espectador) no ha tenido ningún problema para admirar y gozar de las maquinaciones y miserias del muy turbio Underwood, pero no ha dudado en ejecutar a Spacey sin pruebas ni tribunales en cuanto se ha destapado una sombra de duda criminal sobre él. Al personaje se le perdona todo. A la persona, nada. El espectador televisivo, antes pacato y gazmoño, ha aprendido a valorar la ambigüedad moral y a los antihéroes (quién se lo iba a decir a los productores de La casa de la pradera), pero cuando se trata de la vida real, sigue manejando unos códigos simples sobre el bien y el mal. Spacey o Frank o quien sea que esté hablando, acusa al abonado a la tele de pago de no haber entendido nada, de no ser ese intelectual que se abisma en las sutilezas y paradojas del alma humana, como se ha creído, sino lo que siempre ha sido en realidad: un inquisidor temeroso de Dios.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_